domingo, 4 de marzo de 2018

«RELATOS» de Patricia Highsmith: CUENTOS PARA NO DORMIR


Por regla general, las imágenes que circulan por internet o en papel de Patricia Highsmith (1921-1995) dejan translucir una personalidad arisca, refractaria al contacto con sus semejantes, y con rostro prematuramente envejecido. De ahí el acierto de Daniel Burch Caballé a la hora de dibujar (desconozco si a partir de un original fotográfico) a Patricia Highsmith en una actitud más serena y cercana, acariciando a un gato, animal doméstico por el que sentía auténtica pasión. No en vano, la escritora texana se reconocía en algunas de las características propias de estos felinos. Imagen impresa en el centro de la portada con —fondo rosáceo— de la antología de relatos más completo acometido en lengua castellana sobre la prolífica obra de Patricia Highsmith. Una iniciativa editorial que inevitablemente debía correr a cargo del sello barcelonés Anagrama, que ha tenido desde hace décadas a la novelista, cuentista y ensayista norteamericana una de sus preferidas de un catálogo que frisa nada menos que los mil títulos. Así pues, además de las antologías de relatos Once,  Pequeños cuentos misóginos y Crímenes bestiales ya publicados con anterioridad en sendos volúmenes, para la presente publicación se integran la serie de cuentos bajo el genérico A merced del viento y La casa negra.  
   Desde hace muchos años he sido un lector voraz de Patricia Highsmith en su derivada de novelista, especialidad para la que demostraría un talento sobrenatural con la escritura de Extraños en un tren (1950), sin aún haber alcanzado la treintena. A la altura de finales de los años cuarenta Patricia Highsmith ya dominaba una técnica narrativa provista de una cualidad rara que sobresalga en una persona instalada en la veintena: una capacidad detallista que sumerge y atrapa al lector hasta conducirlo al desenlace final. Aunque Patricia Highsmith contaba con veintinueve años cuando vio publicada su primera novela Strangers On a Train, podría decirse, al igual que Truman Capote, que era una veterana de la escritura. De tal suerte que, al cumplir los quince años, a modo de refugio de una vida familiar instalada en un tobogán emocional no llegó a conocer a su progenitor biológico hasta los doce años y de su padrastro apenas aprehendió su apellido, que ciertamente parecía el propio de un literato que se hiciera respetar, las horas de escritura se irán multiplando con el paso de los años. Tomaba forma, por tanto, la figura de narradora que llegó a publicar una treintena de novelas buena parte de las cuales consagradas al personaje de Tom Ripley— y numerosos cuentos de cuya lectura se podría inferir un complemento y/o un esbozo de esos mundos literarios socorridos por una veta de misterio e intriga que sigue haciendo las delicias de millones de lectores diseminados por todo el mundo. Sería demasiado prolijo atender a la significación de cada unas de las piezas literarias que jalonan esta suprema antología que ha requerido, en el caso de A merced del viento y La casa negra, de traducciones ex novo en el haber de Ariel Dilon y Martín Schifino, respectivamente. Pero existe un patrón de conducta en estos escritores no necesariamente fechados en exclusiva en la primera o segunda etapa de juventud de Patricia Highsmith (algunos los concibió en una década especialmente fecunda para ella, los años setenta), referido a la observación del mundo animal. De esas dotes “entomológicas” Highsmith extrae ideas o conceptos extrapolables a esas comunidades abastecidas de seres humanos que incurren sistemáticamente en un afán depredador para sacar rédito en ese juego con el poder que, a menudo se convierte en un juego por la supervivencia. Seres amorales, corrompidos que van perfilándose en un horizonte de novelas trufadas de ingenio literario y que, en cierta manera, tuvieron su primera redacción en cuentos que fluctúan entre el par de páginas y la veintena de páginas de extensión. En éstas Patricia Highsmith muestra una madurez inusitada, haciéndose adictivas un crisol de piezas de formato corto para un lector que conoce y reconoce varios de los tics de la escritora sureña afincada en Suiza por voluntad propia desde principios de los años setenta— merced a sus novelas de largo alcance. Cuando un concluye la lectura de sus casi novecientas páginas una cuarta parte de las cuales pueden considerarse inéditas en el catálogo de Anagrama reservado a la autora estadounidense— tiene el pálpito que su formación universitaria hubiera podido estar vinculada a las Ciencias Naturales más que a carreras humanísticas o técnicas. Con todo, ese podría ser un indicio primigenio de unas señas identitarias literarias únicas e irrepetibles, prestos a amueblas edificios literarios en que los pilares que los sustentas se encuentran carcomidos por la codicia, la vanidad y el egoísmo inherente al ser humano. De ahí que la misoginia galopara a su libre albredrío no tan solo en la serie de cuentos de cierta fama culterana que lleva la rúbrica de Highsmith, sino también en piezas recién bautizadas en lengua castellana bajo la égida de Anagrama como A merced del odio y sobre todo la sensacional La casa negra, integrada por un total de once relatos. Curiosamente, la misma cifra que compromete al primer bloque del presente volumen, prorrogado por un admirador de Patricia Highsmith, su colega Graham Greene. Él supo detectar antes que muchos el factor humano de Mrs. Highsmith. 

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