lunes, 5 de febrero de 2018

«DAMAS OSCURAS» (1833-1903): OTRAS VUELTAS DE TUERCA A LAS HISTORIAS DE FANTASMAS

En el año del cumplimiento del décimo aniversario del sello Impedimenta han sido diversas las voces femeninas adscritas a la literatura que han formado parte del catálogo de la editorial madrileña. Así pues, a los nombres propios de Penelope Mortimer, Stella Gibbons, Martine Desjardins, Penelope Fitzgerald, Joan Lindsay o Pilar Adón, cabe sumar la veintena de escritoras artífices de los cuentos que integran la antología Damas oscuras (2017), bajo el denominador común de su adscripción al género de terror sobrenatural desarrollado durante la época victoriana. Bien es cierto que algunas de estas piezas literarias fueron publicadas fuera de los márgenes temporales por definición de la época victoriana –caso de Napoleón y el espectro (1833) de Charlotte Brontë (1816-1855)--, pero en su inmensa mayoría tuvieron acomodo en las páginas de semanarios, revistas o antologías anglosajonas de la época.  No obstante, a lo largo de esos ochenta años aproximadamente de historia de la época victoriana los varones llevaban la voz cantante, abasteciendo de relatos de terror numerosas publicaciones que habían sido muy populares, sin menoscabo a que se colaran algunos escritos que llevaran la rúbrica de escritoras, la mayor parte de las cuales habían sido encapsuladas en la literatura infantil, juvenil y/o la novela romántica en sus distintas acepciones. Cabe congratularnos, pues, que bajo el genérico Damas oscuras la editorial Impedimenta saque a la luz trabajos de primerísima calidad elaborados por féminas que respondían a inquietudes artísticas muy diversas entre sí, algunas garantes de una obra que les llevarían a pasar a los libros de Historia (la mencionada Charlotte Brontë, Margaret Oliphant, quien brinda con su habitual preciosismo y detallismo una joya titulada La puerta abierta, paradigma de las historias de fantasmas, o Willa Carter) y el grueso de las seleccionadas caídas en desgracia y/o en un temprano olvido que no hace justicia a sus verdaderas aptitudes literarias. Con todo, Damas oscuras compendia una veintena de relatos de los que resulta difícil considerar alguno de los mismos susceptible de ser considerado prescindible en función de unos determinados estándares de calidad.
    Al emprender la lectura de Damas oscuras no reparé en las indicaciones del apéndice en que el orden de los cuentos sigue un estricto sentido cronológico, desde el más temprano en el tiempo Napoleón y el espectro hasta El solar (1903) de la norteamericana Mary Eleanor Wilkins (1852-1930). Saltaba de un cuento a otro desprovisto de la marca de la cronología, sintiendo en la lectura de cada pieza el pálpito de un savoir faire a la hora de trasladar conceptos e ideas a un plano literario que concitara la atención del lector de su época. Invariablemente, la presente antología da carta de naturaleza a textos de extensiones disímiles, en que un relato cercano a las cien páginas –Cecilia de Noël (1891) de Lanoe Falconer—“convive” con algunos otros que apenas cubren diez o quince páginas de texto –Junto al fuego (1859) de Catherine Crowe (1803-1876) o El abrazo frío (1860) de Mary Elizabeth Braddon (1837-1915), entre otros--, en lo que vendrían a ser estas últimas auténticas delicatessen aptas para abrir el paladar de los comensales lectores. En su mayoría se trata de lecturas atravesadas de una cierta ironía que persiguen soltar lastre ante un hipotético sentido de la trascendencia cuando el lector se enfrenta a la descripción de fenómenos sobrenaturales, reservando clase preferente las ghost stories tan caras a ese periodo. No obstante, en escritos como el llevado por Mrs. Falconer en Cecilia de Noël lo caústico cobra visos de impregnarse en sus páginas, al calor de comentarios del tipo «Sir Walter (Scott), un hombre tan juicioso como el que más aunque escribiera poesía (…)». Dardos envenenados que tienen el propósito de una crítica soterrada en torno a aquellos escritores varones que dominaron el espacio literario en un periodo especialmente fecundo en novelistas que, hoy en día, la revisión de sus respectivas obras suele juzgar al alza. No en vano, por ejemplo, Willa Carter (1873-1947) representada en la antología con un texto titulado El caso de la Estación de Grover (1900), inédito hasta la fecha en castellano, sería reconocido por Truman Capote conforme a una de sus mayores influencias. Consideración que no debe caer en saco roto para quien antes de rubricar su magnum opus A sangre fría (1966) participó de la escritura del guión de la novela Otra vuelta de tuerca (1898), de Henry James, la pieza literaria por antonomasia al referirnos a los relatos de fantasmas. Sin duda, James, en su triple condición de literato, crítico y ensayista, repararía en el poder evocador de los escritos de Amelia Edwards (1831-1892), Vernon Lee (1856-1935), Dinah M. Mulock (1826-1887) y tantas otras féminas antes de proceder a la siembra y posterior recolección de su superlativo relato finisecular. De esta forma, una antología como Damas oscuras soberbiamente traducida y editada en tapa dura contraviniendo la norma de la casa— no debe faltar, haciendo compañía a The Turn of the Schrew, en aras a acceder en cualquier momento a su lectura, a poder ser con la luz de la noche por testigo.               

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