sábado, 24 de diciembre de 2016

«BRAVURA» (1984) de Emmanuel Carrère: A VUELTAS CON EL MITO DE FRANKENSTEIN

Próximo a llegar a la centena de títulos publicados dentro de la colección «Panorama de narrativas» de la editorial Anagrama –un hito al que muy pocos sellos afincados en nuestro país pueden presumir, desde hace tiempo he sentido curiosidad por un artista pluridisciplinar llamado Emmanuel Carrère (París, 1957), tangencialmente relacionado con el mundo del cine, aunque su verdadero campo de acción se sitúa en una literatura que ha cultivado de manera profesional desde hace más de treinta años. Con buen tino, el sello Anagrama ha rescatado en estas fechas prenavideñas uno de los “textos de juventud” de Carrière, Bravura (1984), a propósito de la celebración del doscientos aniversario de la creación de una de las obras magnas de la literatura universal relativas al fantástico y/o de terror: Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) de Mary W. Shelley. Al atender al contenido de sus posteriores novelas, no debería sorprender que la propuesta de Carrère merecedora de los Premios Prix de la Pasion y Prix de la Vocation fuera orientada hacia la noción de collage de mundos reales que se superponen con imaginarios, además de introducir sus experiencias de índole personal que, para buena parte de los lectores, puede llamar a cierto desconcierto. Necesariamente, una novela de tales características demanda una lectura atenta, reposada, dispuesta para ir desentrañando las claves de un relato que muestran sobre su tapiz narrativo a personalidades adueñadas de una aureola de misticismo el calor propio de la proximidad, con las características inherentes a los mortales, sometidos a sus debilidades, a sus vanidades, frustraciones, deseos y, al fin y al cabo, necesidades mundanas. Al correr de las páginas de Bravoure podemos llegar a la conclusión que Carrère, antes de cumplir la treintena, ya presentaba las credenciales para convertirse en uno de los escritores con mayor talento de su país de origen con un dominio descomunal sobre todos los resortes que convergen en lo que podríamos colegir un narrador “total”. Presumiblemente, desde la perspectiva de su condición de cineasta –guionista, actor y eventual director—Carrère hubiera tenido la tentación de sumarse a la efeméride de la creación de la Magnum Opus de Mary Shelley con una apuesta cinematográfica que inflexiona más en el espacio de Haunted Summer (1988), dirigida por el checo Iván Passer, en que quedan convocados en Villa Diodati, en Suiza, Lord Byron, el matrimonio formado por Mary Wollstonecraft y Percy Shelley, y el doctor John William Polidori. En ese espacio helvético, para combatir la falta de verano verbigracia de los cambios climatológicos provocados, al parece, por el efecto de la entrada de un volcán en eurupción en Italia, se dará carta de naturaleza a la escritura de Frankenstein o el moderno Prometeo y El vampiro, escrito este último por Lord Byron. A partir de esta premisa, Carrère da rienda suelta a su febril imaginación, confeccionando un retablo literario que nos habla, entre otras cuestiones, de las distintas identidades que cohabitan en una sola persona, como sucede en El adversario (1999, Ed. Anagrama), adaptada al celuloide en 2002 por Nicole García y protagonizada por Daniel Auteil. En el caso de Bravura se me antoja mucho más compleja su eventual adaptación a la gran pantalla si no se procede a ir a su esqueleto argumental, despojándolo así de las múltiples ramificaciones que presenta el relato. Solo de esta forma se podría, según mi criterio, se podría vislumbrar una suerte de adaptación en disposición de ensanchar el espacio de producciones que toman como referencia un microcosmos formado por un reducido grupo de personas cultivadas que, a modo de antídoto frente al tedio que reinaba en Villa Diodati sometido a las leyes de una naturaleza caprichosa, emergieron dos textos “fundacionales” dentro de la literatura del género de terror del siglo XVIII. En este sentido, la lectura de Bravura se hace especialmente recomendable para todos aquellos proclives a la heterodoxia referidos a textos de naturaleza “inmortal”, elaborados en estado de gracia… para desgracia de aquellos invadidos por una (in)sana envidia y/o por el pálpito de sentirse traicionados al haber lanzado al vuelo una semilla en forma de idea que no tardaría en germinar en la mente de Mary W. Shelley.    

No hay comentarios: