miércoles, 14 de septiembre de 2016

«RELATOS TEMPRANOS» (1935-1943) de TRUMAN CAPOTE. TRAS LA PISTA DEL GENIO PRECOZ DE NUEVA ORLÉANS

Truman Streckfus Persons, artísticamente Truman Capote (1924-1984), no llegó a cumplir los sesenta años por algo más de un mes. En los aledaños de haber alcanzado una cifra redonda que lo situara próximo a la edad de jubilación y con apenas tan solo cuatro novelas publicadas in strictu sensu podría colegirse que Capote fue un escritor tardío y/o extraordinariamente perfeccionista para que hubiera podido ser catalogado conforme a un escritor prolífico. Nada más lejos de la realidad. A los ocho años, desde el rincón de la marginalidad derivada de la falta de afecto maternal y de la ausencia del referente paternal, Truman Streckfus decidió ser escritor. Una pulsión infantil que adoptaría carta de naturaleza en una adolescencia en que el menudo Truman parecía plenamente consciente de su talento innato para la escritura, una forma de mitigar las punzadas de dolor soportadas por su corazón doliente, al albur de las intermitentes ausencias de su figura materna, dejándolo al cuidado de tres de sus tías, a las que homenajeó a su manera en una de sus contadas novelas, El arpa de hierba (1951).
    La condición de escritor precoz de Truman Capote, tocado por la “varita mágica” de un talento “sobrenatural”, queda refrendada plenamente en Relatos tempranos, que en marzo de 2016 sacaba a la venta el sello Anagrama dentro de la colección consagrada al genio de Nueva Orléans. Hubiera podido resultar un ejercicio un tanto prosaico o, cuanto menos ocioso, hacernos comulgar con la idea que textos literarios escritos por adolescentes con apenas decenas lecturas de clásicos en su haber (en el mejor de los casos) tuviera sentido su edición en forma de compendio de una docena larga de relatos. Algo que en la inmensa mayoría de los casos podríamos dar por bueno, pero cuando nos enfrentamos a un escritor llamado Truman Capote estamos ante la excepción que confirma la regla. Inequívocamente, la lectura atenta de Relatos tempranos levanta puentes con las obras “de madurez” de Capote, estableciendo así una invisible secuencia cronológica en que pasamos de esa fase primigenia en que ya advertimos su incipiente dominio de las figuras poéticas y metafóricas  (a modo de ejemplo, «El sol declinaba ya en el cielo veteado de escarlata y el calor se alzaba de la tierra seco y vibrante» y «se agarró a la oscuridad en busca de asidero», sendas frases y/o expresiones que cabalgan sobre el texto de “La señorita Belle Rankin”), y su decantación por lo lúgubre y lo siniestro al reflejar una realidad cotidiana que tuvo como denominador común un núcleo rural en los catorce relatos publicados en el presente volumen. No en vano, Truman pasó buena parte de su infancia y adolescencia en la localidad de Monroeville, en el estado de Alabama, donde fue vecino e íntimo amigo de Harper «Nelle» Lee (la autora de la novela Matar un ruiseñor), a quien parece invocar en la pieza “Si yo te olvidara” a través del personaje de la sureña Grace Lee. En este mismo relato, expresa a través de la voz de la protagonista de la función que «quizá vuelva a buscarme para llevarme a alguna urbe grande como Nueva Orléans o Chicago, o incluso Nueva York». Ya por aquel entonces, Truman Streckfus parecía presagiar cuál sería su destino, una ciudad invadida de rascacielos que lo acogería en calidad de meritorio en la revista “New Yorker” para, una vez instalado en la veintena, dar rienda suelta a una veta literaria tocada por un estilo propio, de escritura precisa y elegante, en que su capacidad de adaptabilidad a cualquier tipo de personaje (de razas, bagaje cultural, estratos sociales y edades disímiles) ya había tenido el campo abonado durante su fase (pre)adolescente, a cuenta de Hilda, Louise, y Lucy en los relatos epónimos, pero asimismo de personajes masculinos tales como Em (“La polilla en la llama”), Jep y Lemmie (“Terror en el pantano”) o Jamie (“Esto es para Jamie”), entre otros.  
     Para todos aquellos amantes de la literatura de Truman Capote estos Relatos tempranos favorecen al pensamiento que se requiere (casi) toda una vida para alcanzar el zénit creativo (él lo hizo con A sangre fría, asumiendo con ello un coste demasiado alto en lo personal), marcando así sobre un imaginario tablero la progresión que adopta una forma de curva ascendente sin apenas percibirse dientes de sierra. Un regalo, por consiguiente, difícil de substraernos para quienes consideramos a Truman Capote uno de los mayores talentos de su generación, sometido, como acertadamente señala en el epílogo la editora Amuschkas Roshani, al flagelo intermitente  del recuerdo de una infancia marchita por la ausencia de afecto materno, un anhelo que clamaría "venganza" en algunos de sus textos más afilados, con la punta de mordacidad e ironía perfectamente acondicionada para grabarse sobre el papel. Del olor del mismo, Truman Capote no se desprendió jamás, aunque otro olor, el del alcohol, que funcionó como “bálsamo” acabaría truncando su vida (mucho) antes de tiempo. Con todo, medio siglo dedicado a la literatura le colocaron en el Panteón de los elegidos de las Letras Americanas de todos los tiempos.   

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