lunes, 25 de julio de 2016

«MENDELSSOHN EN EL TEJADO» (1960), de JIRÍ WEIL: DE LA ALEGORÍA AL TERROR

Existen muchas formas de supervivencia. Una de ellas pasa por negar la propia existencia, simulando un suicidio al lanzarse al mar o al río y dejando una nota de despedida al lado de la “última” ropa utilizada o en alguno de los rincones del hogar. Jirí Weil (1900-1959) no jugaba a ser Reginald Perrin el singular personaje creado por la pluma de David Nobbs cuando simuló haberse suicidado para procurarse una “segunda vida”, alejándose así de un entorno familiar y laboral que le iba consumiendo en el pozo del hastío y del tedio. Mas, Weil perseguía la pura supervivencia, escapando de ser deportado al campo de concentración de Terezín cuando el nazismo había penetrado en los intersticios de la ciudad de Praga a la caza y captura de la población judía, por aquel entonces un porcentaje muy significativo de habitantes de la capital checa. Las expropiaciones del patrimonio cultural y de los inmuebles propiedad de familias judías estaba a la orden del día en tiempos en que el nazismo sembró el terror en aras a expandirse a lo largo y ancho del continente europeo. Al concluir la Segunda Guerra Mundial y con ello la Ocupación a la que se vieron sometidos los habitantes de la ciudad de Praga, siendo el principal blanco de los objetivos de los nazis el exterminio de la población de raíz judía, Weil regresó “a la vida” pero con un aspecto que le asemejaba al de un preso que había sufrido el rigor extremo de campos de concentración como Treblinka, Auschwitz o el propio Terezín. La existencia en la clandestinidad le pasó factura, reduciendo su anatomía a prácticamente un saco de huesos, pero por fortuna con la mente lúcida para saber que ya había tocado fondo y que en adelante lo que debería hacer era levantar acta de las atrocidades sufridas por su pueblo a través de la escritura de una obra que pasaría a denominarse Vida con estrella (1949). En paralelo al redactado de la novela de marras, Weil iría esbozando un amago de obra más ambiciosa desde el plano literario, aunque no llegó a tiempo para verla publicada. Aquellas condiciones de vida infrahumanas en tiempos de guerra acabarían haciendo mella en el organismo de Weil, quien falleció a los cincuenta y nueve años víctima de una leucemia. Al año siguiente, apareció en Checoeslovaquia una primera edición de Mendelssohn en el tejado (1960), la obra póstuma de Weil que mereció su publicación en lengua inglesa en 1991 con prólogo de Philip Roth. De esta forma, Roth “apadrinaba” una obra de un colega de profesión que compartía idénticas raíces judías, pero que pertenece a una generación y a una realidad geográfica muy distinta.
     Presumiblemente, Mendelssohn en el tejado hubiera cuadrado a la perfección dentro del catálogo del sello barcelonés Acantilado, al lado de textos que exploran en esas «raíces del miedo» a través del testimonio literario de otro Roth (de nombre de pila Joseph) o de Stefan Zweig. No obstante, en otro gesto más por parte de la editorial Impedimenta que su mirada no se concentra en exclusiva en el parque de escritores británicos ociosos de ser (re)descubiertos –incluido el propio David Nobbs a través de su serie de obras consagradas al personaje de Reginald Perrin bajo un enfoque netamente tragicómico, ha abierto el campo de visión a países como la extinta Checoeslovaquia donde nació Jirí Weil a caballo entre el siglo XIX y el XX. A buen seguro, de la calidad que se deriva de la lectura de Moscú frontera (1935), primera de las incursiones literarias de Weil que mereció la publicación de Ediciones del Oriente y del Mediterráneo en 2015, y de la defensa a ultranza que Philip Roth hizo de su autor, Enrique Redel se reafirmaría en la idea de publicar Mendelssohn en el tejado, presumiendo así que el sello Impedimenta actúa bajo pabellón de la excelencia literaria, sin hacer distinciones entre naciones y autores. Trescientas páginas traducidas al castellano por Dianna Bass (amén del prólogo escrito por Philip Roth) que pueden incomodar al lector por la dureza de algunas de sus páginas que podemos “visualizar” de inmediato, sobre todo localizadas en ese último tramo en que ese nazismo moribundo aún acumulaba el veneno suficiente en sus entrañas para causar dolor, incluso entre niñas que permanecían en silencio y tan solo accionaban las cuerdas vocales para cantar canciones populares. Su delito: ser judías. Su castigo: el maltrato físico y psicológico. Si en sus capítulos iniciales cierto grado de causticidad y humor recorren sus páginas en una secuencia que hubiera sido del gusto de Milos Forman y de Jirí Menzel para ser reproducida en el celuloide en los años sesenta, en plena eclosión de la denominada «Nueva Ola Checa»—  a propósito de la confusión generada con la eliminación de una estatua que no era la del compositor judío Félix Mendelssohn en el tejado del Rudolfinum por parte del empleado Julius Schlesinger de allí el título del libroal encarar la segunda parte del libro el cielo literario de Weil se nubla con estampas de puro delirio devastador. Dinámicas inherentes a un nazismo que tuvo en Praga uno de los lugares escogidos para erradicar el mal del judaísmo, ese enemigo a batir en aras a hacer prevalecer la noción de raza aria en el continente europeo. La ejecución (en este caso, de nueve soldados, algunos de ellos menores de edad) serviría de paradigma para describir ese sentido aleccionador mostrado por el nazismo y que Jirí Weil pone en conocimiento desde su propia experiencia y la de familiares, amigos y vecinosdel lector a través de una novela que va creciendo en intensidad a cada página, despojándose de esta manera de un enfoque alegórico (al estilo de Matadero Cinco de Kurt Vonnegut o Trampa 22 de Joseph Heller) contenido en el arranque, que sirve de señuelo para atraer la atención de una realidad que, lejos de permanecer cubierta bajo la lona de la vergüenza, debería quedar viva la llama del recuerdo de una barbarie para que no se repita jamás.             


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