lunes, 4 de febrero de 2013

«THICK AS A BRICK» (1972) de Jethro Tull: «EL PARAÍSO PERDIDO» DE IAN ANDERSON


Por ventura, cada vez más se va alejando el fantasma de Fèlix Millet del sacrosanto Palau de la Música para ser ocupado por otras figuras espectrales que rinden pleitesía al noble del arte que mejor saben ejecutar. Quien en tiempos había sido capaz de llenar el Palau d'Esports de Montjuic, Jethro Tull, debe complacerse de actuar en recintos más modestos pero compensado, por otra parte, con una excelente acústica, la del Palau de la Música, en el marco de la 14 edición del Festival del Mil·leni. Sin duda, el próximo día 6 de febrero el espíritu de los tullianos así se autodenominan los fans del grupo británico que orbitaría en la «Tierra Media» del rock sinfónico de los 70 pero con la necesidad imperiosa de crear su propio espacio musicalse dejará sentir en semejante recinto barcelonés al contemplar la función en dos actos dispuesta sobre el escenario por el trobador Ian Anderson y su séquito. Aquejado de severos problemas de salud en los últimos lustros, Anderson ha sabido vencer las adversidades y se dispone, a sus sesenta y cinco años, a proyectar su magia musical destilada de una fina ironía en la ejecución de Thick as a Brick (1972), uno de los discos más celebrados de la banda que lidera desde tiempo “inmemorial”. La monografía de reciente aparición, Jethro Tull y el faro de Aqualung  (2012, Quarentena Ediciones) de Vicente Álvarez uno de los tullianos que presumo será uno de los fijos en esa velada-tributo a Ian Anderson, lejos de tratar de sacar del pedestal crítico la obra de marras, deja constancia del carácter de quintaesencia junto a Aqualung (1971)—  de Thick as a Brick en la nutrida discografía de la banda cuyo nombre sería tomado de un inventor y agrónomo australiano del siglo XVIII (sic). Sin riesgo alguno que les cayera alguna querella por tamaña apropiación «nominal», Ian Anderson y el resto de la banda se las ingeniarían para captar la atención de un público militante en el rock sinfónico, aunque con ciertas ganas de buscar un punto de fuga a tanta trascendencia en el contenido de las letras de las canciones y en el desarrollo de temas que parecían “eternizarse” por momentos. Lo encontrarían en Jethro Tull, que convertía cada uno de sus espectáculos en una invitación musical sazonada de elementos humorísticos, bufonescos y/o paródicos.
   Thick as a Brick guarda un significado especial para un servidor, localizándose mi descubrimiento en ese «cruce de caminos» que se formula en la adolescencia, dispuesto a evaluar unos gustos musicales que parecen regidos por el sentido de la intuición. Esa intuición dictada desde el subconsciente que me procuraría el placer de dejarme atrapar por esos arabescos vocales e instrumentales residentes en un disco de infinitas texturas como Thick as a Brick. Oda al pensamiento tulliano, el quinto disco de los Jethro se armaría con arreglo a la demanda creciente de obras conceptuales a las que cabía contrarestar la carga de trascendencia alumbrada por los adalides del rock sinfónico, léase Emerson Lake & Palmer, Genesis o Yes. Enfundada de ironía, Thick as a Brick busca amparo en el contenido de sus letras en el non sense a través de un personaje ficticio, Gerald Bostock, al que se le atribuye la coautoría de las mismas en coalición con Ian Anderson. No en vano, Bostock acapara la principal noticia de ese disco en formato disco que se presentaría en sociedad allá por los albores de los setenta para recogijo de los tullianos y coleccionistas rockeros tot court. Lo hace para inmortalizar el momento en que el enfant terrible recibe un premio por la escritura de un poema luego desechado por contener palabras malsonantes. Rescatado de las cenizas por la banda británica, el poema pasaría a formar parte del erial tulliano. Una obra que cumplido su cuarenta aniversario, se muestra lozana, con arreglos que parecen conectar irónicamente con desarrollos propios del Genesis de la etapa Peter Gabriel, y con ese contorsionismo vocal e instrumental del que haría gala Ian Anderson en su época de apogeo, elevado a la categoría de icono musical por obra y gracia de esa flauta travesera que parece prolongarse cuál extensión de sus dedos, y la manera en que imita a los flamencos, sosteniéndose sobre una única extremidad. Pero ya entrado en la edad de jubilación y con una maltrecha salud por montera, a Ian Anderson con total probabilidad se le reservará una silla en el Palau de la Música, en ese 6 de febrero marcado a fuego en el calendario de los tullianos. Thick as a Brick más por lo que atañe a su desarrollo melódico que a la disposición de sus abracadabrantes guiadas por el Paraíso perdido del «pequeño Milton»—  bien merece una misa de la mano de su creador en la sombra y en la luz de un sinfonismo living in the past.         

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