En el extraordinario documental dedicado a repasar la historia de
Yes —editado en 2007, en zona 2, de tapadillo por el sello Llamentol— por parte de sus
componentes que formaron en el siglo pasado —con la salvedad de Tony Kaye—, el
periodista y escritor Chris Welch —la "enciclopedia viviente" de la banda británica; suyo es el libro The Story of the Yes: Close to the Edge (2003)—,
productores y algún que otro músico invitado —Keith Emerson—, cronómetro en mano Chris
Squire es quien goza de mayor “cuota de pantalla”, seguido de cerca por Jon
Anderson. No en vano, ellos fueron los fundadores del grupo de rock sinfónico más
longevo de la historia tras poner en concordancia sus gustos musicales (preferentemente Simon & Garfunkel en su definición melódico-vocal). Pero lejos de crear un frente común en la toma de
decisiones, Squire y Anderson tuvieron y siguen teniendo desencuentros que acabaron
o han acabado en separaciones temporales con visos, eso sí, de volver a
coincidir en los estudios de grabación y en las salas de concierto. Una
historia, la de Yes, que se escribe con renglones torcidos, con constantes
entradas y salidas de miembros que, al cabo, han provocado la impresión, cuando
no certeza, de que se trata de un plantel de excelentes músicos instalados en
una suerte de "potro mecánico". En gran medida, Chris Squire ha sido el miembro de Yes —de
los que gozan del estatus de "históricos"— que ha contribuido más a ese
desbarajuste que los caracteriza, dando el beneplácito a la entrada de sabia nueva acogiéndose
a la coletilla del «¿por qué no?,
probemos», convertida en “aforismo” al cabo de los años. Solo de esta forma
se entiende que, una vez Jon Anderson y Rick Wakeman abandonaran la banda tras
el álbum Tormato (1978) —con un
severo problema en el andamiaje de su sonido—, Squire apadrinara a dos recién
llegados, Trevor Horn y Geoff Downes (de The Buggles) que navegaban por mares diríase que
diametralmente opuestos a los de Yes. Cualquier parecido con la realidad de los
autores de Close to the Edge (1972) o
Tales from the Topographic Oceans (1973)
era pura coincidencia. Paradójicamente, todo aquel giro de 180º desembocaría en
la confección de “Owner of a Lonely Heart”, el buque insignia del álbum 90125 (1983), que según confesión del
propio Wakeman (ajeno a sus dinámicas poperas) permitió la supervivencia de la banda merced a su descomunal éxito.
Una supervivencia que se cobraría un peaje demasiado caro, provocando la
confección de dos “identidades” que discurrían a cada lado del Atlántico, la
del Oeste pilotada por Squire. Allí, en la soleada california, Squire ha vivido
su “exilio fiscal”, proyectándose la imagen de bon vivant, “tuneado” para saltar al ruedo de los escenarios con un
look que trata de contrarrestar la
realidad de su fecha de nacimiento: la del 4 de marzo de 1948. Si bien alejado
durante largas temporadas de su Inglaterra natal, Squire sigue conservando esa
flema británica perfectamente “ensamblada” para encajar la salida o la entrada
de un miembro al cuerpo de Yes. A fuerza de acostumbrarse a tanto cambio, Squire ha sido quién más
ha fomentado ese carácter heterogéneo de la banda, integrando infinidad de
estilos al calor de una nueva incorporación. Con todo ello, lo que en otra banda hubiera repercutido en una
definitiva pérdida de identidad respecto a sus correspondientes orígenes, para
Yes el contar con Squire conforme a su elemento más constante ha salvaguardado —en
dura “competencia” con Jon Anderson— la esencia del grupo. Mientras el ex
bajista de Syn y Mabel Greer's Toyshop siga aferrándose a su Rickenbacker, por suerte o por desgracia —según
el prisma con que se mire— no se vislumbra, al corto o medio plazo, el final de Yes.
Consecuencia directa de
su férrea voluntad por seguir perseverando en la supervivencia de Yes tras
cuarenta y cinco años, Chris Squire no se ha prodigado –como otros de sus
colegas y (sin embargo) amigos, Steve Howe, Jon Anderson o Rick Wakeman— demasiado
fuera del grupo. Su único álbum en solitario, editado a mediados los años setenta, razona desde la alegoría que no era su espacio natural: ese pez fuera
del agua apela a su propia persona, la de un músico educado en los coros de su "patria chica" —Kingsbury— que hacía saltar el
contador del agua fruto de su pasión por las duchas. De ahí que fuera bautizado
Fish por parte del bateria Bill Brudford antes de la aparición en la escena musical de otro
espigado —si cabe aún más— británico de idéntico apodo que formaría en
Marillion. Pero mientras Derek William Dick admitía a “trámite” que fuera conocido
por su apelativo entre los aficionados, Chris Squire prefirió que Fish se
quedara exclusivamente en el ámbito familiar. En buena lid, su apellido hace
honor a varios de sus significados –echando mano de la British Enciclopedia —,
la de «propietario» –se mantuvo en sus trece que él y sus “compinches”
debían seguir explotando el nombre de Yes durante la tormenta acaecida a finales de
los ochenta—, «escudero» –de Jon Anderson cuando éste ejercía
de prima donna— y «juez de paz» cuando se encendía el enésimo fuego en una formación cuya genialidad
va pareja a una irrenunciable voluntad por reiventarse, aún a riesgo de
regresar a la casilla de partida over and
over.
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