domingo, 22 de enero de 2012

FREDERICA SAGOR MAAS (1900-2011), UNA «ARTISTA» SUPERCENTENARIA

Prácticamente cada año por estas fechas se localiza en las carteleras un título definido por su singularidad que después de pasar diversos filtros, se cuela entre las candidaturas a los Oscar en algunas de sus categorías más destacadas. Generalmente, estos títulos caídos en gracia por este rasgo peculiar que las diferencian del resto de la producción anual, suelen tener su recompensa en el apartado de Mejor Guión Original o Mejor Guión Adaptado. Así pues, The Artist (2011) tiene todas las bendiciones para que algunas de sus más que probables nominaciones a la estatuilla dorada, a la postre, se revierta en algún que otro premio. Pero si nos guiamos por esa «estadística invisible» y una tradición no escrita el honor de llevarse el Oscar a la Mejor Producción no da lugar debido ya que es un largometraje de una hora y cuarenta minutos de duración (sin excepción, el «requerimiento» desde hace treinta años se estima superior a las dos horas: bien que lo saben los hermanos Bob y Harvey Weinstein, auténticos sabuesos de la Industria que huelen material oscarizable a la legua). En cualquier caso, la presencia de The Artist entre los premiados de la velada a celebrar a finales de febrero está bastante asegurada y no me extrañaría en absoluto que el comité organizador que rige los destinos de la Academia ya sin Gilbert Cates al frente pensara en reservar algunas plazas de las primeras filas de los asientos del Kodak Theatre a aquellos supervivientes de los tiempos del cine silente del que toma el molde para su particular homenaje la cinta realizada por Michael Hazanavicius. Claro está que ver una colección de centenarios en primer término despertaría la liebre que The Artists no se iría de vacío de la 84 edición de los Oscar. Si se diera ese escenario el factor sorpresa cabría encontrarlo en cuál de los premios se llevaría la cinta de marras. Si fuera el de Mejor Guión, más de una cámara podía enfocar el rostro de una supercentenaria llamada Frederica Sagor Maas… pero llegaría con unos meses de retraso. Ella falleció en vísperas de reyes, el pasado 5 de enero, en La Mesa, en el estado de California, a unos centenares de kilómetros de la sede de la Academia, sito en el corazón de Los Ángeles. Otras estadísticas, estas referidas al Registro Civil, avalan que Frederica Sagor alcanzó los ciento once años y ciento ochenta y tres días, siendo la tercera persona más longeva del estado de California. Me imagino que si hubiera sido posible trasladarla desde su residencia en La Mesa hasta Los Ángeles, todo el Kodak Theatre se hubiera puesto en pie aplaudiéndola para tributarle además de sus otros compañeros centenarios— un cálido homenaje.
   No hubo, empero, demasiados aplausos en la vida profesional de Sagor al amparo del celuloide, llegando a rubricar en los créditos poco menos de una decena de títulos y quedando fuera de los mismos en diversas ocasiones. Muchas de las penalidades que padeció Sagor se debieron a un entorno que favorecía promocionar el talento de hombres por encima de mujeres de su empuje y determinación. A menudo, sus propuestas para la elaboración de determinados guiones caían en saco roto y para sobrevivir en aquella jungla en que rugía con fuerza el león de la Metro, Louis B. Mayer, Frederica Sagor debía agachar la cabeza y mirar para otro lado cuando quedaba excluida de la pertinente ficha técnica que acompaña los créditos bien al inicio o al final de la película. Por ello, tarde o temprano, la guionista neoyorquina de ascendencia rusa parecía destinada a buscar otras fuentes de financiar la que sería una longeva existencia y, de esta manera, una vez cobrados los emolumentos por la historia Piernas de seda (1935) –de la que se hicieron diversas versiones, una en lengua castellana— se exilió de Hollywood junto a su marido Ernest Maas (1892-1986). De la convivencia con éste por espacio de sesenta años se extraen no pocas páginas de la autobiografía que Frederica Sagor escribió en la frontera de cumplir cien años (otro registro digno del Guinness). The Shocking Miss Pilgrim: A Writer in Early Hollywood (1999) remiten, en su primer enunciado, al título de la comedia musical que significaría el comeback de la pareja en una industria situada en los prolegómenos de una «caza de brujas», que poco confort les debió producir. Alineados con un pensamiento progresista, Frederica y Ernest Maas vivieron sus años de vejez en California. Una vejez que ha sido casi eterna para Mrs. Frederica Sagor, en que hizo bueno ese principio de la esencia humana que corresponde a la memoria más clarividente aquellos capítulos cautivos de la adolescencia y de la juventud. De tal suerte, se consagró a una autobiografía que se sabía su testamento a las puertas del cambio de siglo. Una inusitada prórroga de una década la condujo a la condición de supercentenaria. Su desaparición apenas ha ocupado un rincón en los obituarios el de La Vanguardia me puso sobre la pista de su deceso— y ni siquiera el éxito de The Artist ha tenido el suficiente peso para que se legitime la memoria de aquellos a los que se debe haber forjado el andamiaje de ese cine capaz de «reinventarse» hoy en día verbigracia de la tecnología digital. Ella fue una de las mujeres guionistas pioneras que abriría el camino para generaciones futuras, ya dentro de un clima de cierta igualdad de la que Mrs. Frederica Sagor nunca gozó en el ejercicio de su profesión. Si tengo la oportunidad de ver la próxima ceremonia de los Oscar, ya sea en directo o en diferido, con la compañía The Artist abalanzándose sobre el escenario para dar rienda suelta a un discurso sonorizado, imaginaré que entre sus primeras filas se encuentra Mrs. Sagor. Benditos 111 años.   

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