domingo, 13 de febrero de 2011

LA SERPIENTE... ¿Y EL ARCO IRIS?

El mismo año que el atentado de Hipercor a cargo de ETA copaba las portadas de los rotativos de la época, el mercado editorial dejaba un minúsculo hueco para una modesta propuesta titulada El enigma Zombi (1987), del etnobiólogo canadiense Wade Davis, publicada con anterioridad en lengua inglesa bajo el título original The Serpeant and the Rainbow («la serpiente y el arco iris»). Treinta y cuatro años más tarde de aquella barbarie que produjo un efecto catárquico en el seno de la sociedad española —sobre todo entre ciertos sectores catalanistas-independentistas que aún seguían visualizando el fenómeno terrorista vasco con un sentimiento ambivalente—, la serpiente (el ofidio que se enrosca sobre un palo en vertical, a modo de anagrama/matasellos de ETA) y el arcoiris (sinónimo de un nuevo status quo tras una tormenta que ha durado varias décadas) parecen darse la mano, en su sentido alegórico, verbigracia de Sortu, la nueva (ejem) formación política destinada a aglutinar el voto de la izquierda Abertzale... si logra legalizarse.
 A estas alturas, al común de los mortales que hemos crecido sabedores de que ETA era y sigue siendo un tumor a erradicar dentro del organismo democrático (con todas las comillas que queramos) del estado español, la sola idea de que su correa de transmisión lea un comunicado con un sentido de solemnidad y con la imagen de no haber roto un plato, esgrimiendo en su programa electoral que condena cualquier tipo de violencia, huele a ejercicio de pura operación de marketing electoral. Desde 1998 una docena de marcas blancas han tratado de refundar Euskal Herritarrok, pero ninguna llegaría a saborear las mieles del triunfo en forma de legalización atendiendo a que ETA no había hecho una declaración solemne por abandonar la lucha armada. No hay mal que cien años dure, pero no sé que pensar sobre el futuro de ETA si el PNB se hubiera perpetuado por los tiempos de los tiempos en el poder de las instituciones vascas. Casualidades de la vida, con el PNV descabalgado del gobierno autonómico merced a un acuerdo contranatura —en lo político— o a favor de natura —en lo cívico, humanista— entre PPV (Partido Popular Vasco) y PSV (Partido Socialista Vasco), la presión sobre la oganización terrorista ha aumentado aritméticamente ya sin la aquiescencia de una Ertxantxa —policía autonómica vasca— que en muchas ocasiones miraba para otro lado cuando la serpiente asomaba la cabeza y mostraba su lengua viperina fuera del cesto de mimbre. En su defensa, se podría esgrimir que obedecían órdenes de los estamentos políticos y más concretamente de personajes tan siniestros como Xabier Arzalluz (la maldad dibujada en su rostro por montera), pero para eso estaban los sindicatos de policía para haber sacado a la palestra no pocos asuntos turbios que daban oxígeno a una ETA alimentada por distintos conductos. Pero la mayoría de éstos han sido obturados (el jurídico, el policial tanto en Francia, otrora santuario de los mal llamados gudaris, como en suelo español) y con ello ETA vive una lenta agonía que busca en la sala de la UVI el brazo tendido de su fiel Herri Batasuna (o cualquiera de sus derivaciones) para intentar que las constantes vitales no sufran un vuelco que resultaría, a todas luces, irreversible. Parece que el moribundo, sabiéndose en las últimas, ha realizado un acto de constricción en forma de declaración de tregua y, por consiguiente, expediendo ese salvoconducto que lleve a Sortu a participar de la actividad política en los foros de gobierno de ayuntamientos, diputaciones e instituciones varias. Los más cándidos pensarán que con una declaración de condena expresa de todo tipo de violencia basta para que Sortu tenga acceso a los fondos económicos dispuestos por ese país que en lo más profundo de su ser odian. Para los que hemos ido observando con el discurrir de los años ese fenómeno simbiótico entre ETA y sus distintos brazos políticos —a modo de un doctor Octopus— no es más que una estratagema de pura ingeniería jurídica que oculta la bajeza de unos individuos —por mucha corbata que se anuden— que ni sienten, ni padecen ni se conmueven un ápice por las víctimas del terrorismo, aquellas que sus correligionarios de la capucha asesinaron o trataron de asesinar con el ánimo de colocar más plomo sobre esa balanza del terror a la hora de negociar con los distintos gobiernos democráticos. Llegará, esperemos, algún día en que esas víctimas del terrorismo sean resarcidas en parte de su dolor en un acto donde aquellos que ahora promueven la legalización de un partido de la izquierda abertzale se coloquen (literalmente o figurativamente) de rodillas y se den cuenta de que la condena del terrorismo y de ETA en particular tiene carácter retroactivo. Solo a partir de entonces veré con buenos ojos la legalización de Sortu o sucedáneos. De momento, basta y sobra con Aralar en representación de esa izquierda abertzale que quitó del cesto hace tiempo esas manzanas podridas inoculadas por el veneno de la serpiente etarra.

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