domingo, 15 de agosto de 2010

BÁSKET Y CINE: MIEDO A LAS ALTURAS

En vísperas de celebrarse el campeonato del mundo en Turquía de uno de los deportes que concilian mejor con mis gustos personales, el básket, el reciente estreno en salas comerciales de Jugada perfecta (2010), a buen seguro, refrendará por enésima vez el pésimo «matrimonio», a efectos de taquilla, que conforman el deporte de la canasta y el cine proyectado en la inmensidad o en la modestia —los tiempos mandan— de las salas de nuestro bendito país. Huelga decir que el béisbol y el rugby —los otros deportes «Rey» en los USA— transferidos a la gran pantalla pocas veces han gozado del beneplácito de los espectadores españoles, pero extraña que el básket que ha tenido una creciente implantación —con sus altibajos, of course— en la península no haya sido secundado por un cuerpo de producciones que hicieran creer en el maridaje entre un deporte cuyas reglas están en constante evolución/revisión y el cine. Más bien, si el trasfondo de la historia acontece en una cancha de básket, parece un argumento suficiente para dejar de acudir a una determinada sala ubicada en un multiplex o —largo me lo fiáis— en una gran sala que sirve como refugio para nostálgicos de una época que jamás volverá. Luego, eso sí, después de ver el blockbuster de turno, familias enteras se sienten atraídas por la efigie de algún jugador de tronío de básket que luce en los envases de los Burger Kings o de los MacDonalds situados estratégicamente a un tiro de piedra de la salida y/o de la entrada de los multiplex. Esa bebida carbónica o ese bocadillo de varios pisos parece saber mejor si va acompañada de la prominente sonrisa que esboza la estrella de la NBA en el candelero, pero pocas familias dan cancha a éstos cuando aparecen en un formato que agiganta aún más sus figuras que, en la mayoría de los casos, sobrepasan los dos metros de altura. Una elevada estatura que, por otra parte, ha jugado en contra de los intereses de las estrellas del Séptimo Arte, sitiéndose diminutas frente a esos tipos que cosecharon la gloria en los parkets y que, una pequeña porción, a la par o a posteriori hicieron sus pinitos profesionales bajo los focos de los platós. La lógica dictaba que sus papeles tuvieran correspondencia con su pasado o presente laboral —Shaquille O’Neal, el rutilante fichaje de los Boston Celtics este verano, compartiendo plano con su entrenador Nick Nolte en Ganar de cualquier manera (1994); Jim Wright, el ala-pivot del Obradoiro, confiado a la experiencia vital de Federico Luppi en La vieja música (1985), etc.—, pero los caminos cinematográficos son inexcrutables y, hete aquí que Richard Fleischer, por ejemplo, diera su beneplácito para que Wilt Chamberlain —el hombre que llegó a cien puntos en un partido NBA; salvo resucitar a Michael Jordan o que los Lakers jueguen exclusivamente para Cobe Bryant se me antoja imposible batir semejante récord estratosférico en el curso de esta era— apareciera ataviado de guerrero en Conan el destructor (1984), o Jerry Zucker y los Abraham Brothers  confiazaran a Karem Abdul Jabbar en Aterriza como puedas (1980) como cómico a tiempo parcial. El cine norteamericano de los 70 y principios de los 80 mostraría otros de los rostros populares de las pistas de básket, pero me imagino a los productores colocándose las manos en la cabeza cuando algún avispado intermediario hacía un ademán para anunciar la presencia de un tipo de altura que las pasaba canutas para traspasar el umbral de una sala habilitada para la ocasión. Casi por contrato, como Nicolas Sarkozy, estrellas del perfil de Tom Cruise, Paul Newman, Al Pacino, etc. debían o han debido convenir unas claúsula en la que esos gigantes del básket no tuvieran cabida en sus películas... No vaya a ser que les coloquen en su verdadera estatura o pongan en evidencia una corpulencia que quede en mantillas, como en el caso de Nolte frente a la mastodóntica presencia de Shaquille O’Neal (ver foto de encabezamiento del post) en Ganar de cualquier manera —burda traducción del original Blue Chips—, quien tentó nuevamente a la cámara con similar infortunio que el bad boy de los Detroit Pistons, Dennis Rodman en Double Team (1997), o Alex English, el fino alero de los Denver Nuggets, en La voz del silencio (1987). Y así una larga lista de príncipes de la canasta que han visto en el cine más un puro ejercicio de frivolidad que un camino a la conquista de la dramaturgia... o de la comicidad. Para esta segunda vertiente los Harlem Globettroters podrían representar una cantera de aupa pero la cosa se ha quedado reducida a una película más o menos oficial, filmada por ese pequeño gran hombre de la dirección fotográfica, James Wong Howe, en la época que el básket empezaba a concitar un mayor interés en la televisión pública hispana. Un periodo en que empezaban a forjarse esas leyendas del baloncesto, empequeñecidas hoy en día por la «Generación de Oro», aquella en la que luce en lo más alto del mástil el insigne Pau Gasol, a quien actuar ante la cámara no se le da tampoco nada mal. Véase su episódica intervención en un capítulo de CSI para darnos cuenta que desde las alturas se puede actuar... pero también que los directores se vuelven majaras al componer los planos. Argumentos más de peso para que los pivots de la cinematografía y de la televisión queden fuera de plano y que las plazas de aleros o ala-pivots se reserven a actores profesionales del estilo de Jeff Goldblum —los 2,07 m han hecho mella en su progresión; las réplicas en forma de Geena Davis no abundan—, Tim Robbins o John Cusack.

1 comentario:

Anónimo dijo...

es Kobe Bryant, no Cobe Bryant. Buen artículo! ;)