domingo, 10 de enero de 2010

JOAN LAPORTA: LA HOGUERA DE LAS VANIDADES

La publicación de Unió Esportiva Sant Andreu (1909-2009) —en conmemoración del centenario de un club de fútbol histórico de la Ciudad Condal vinculado para siempre más al barrio de parte de mi familia— ha permitido fijar el día en que despertó en mi un sentimiento de barcelonismo que ha ido arraigando con el paso del tiempo. Aquella noche de primavera de 1980 asistí a un partido amistoso que enfrentaba a la Unió Esportiva Sant Andreu con el FC Barcelona en el campo que se pasaría a denominar ese mismo año Narcís Sala merced al empeño personal de mi abuelo, Josep Mº Aguilera, y de otros directivos de la entidad deportiva para la que sirvieron de forma altruista durante varias temporadas. Aquellos improperios e insultos servidos desde la grada debieron hacer mella en mi fuero interno; sin entender las razones de aquel odio visceral para con un equipo integrado dentro de una misma comunidad, ese episodio marcaría mi posterior filiación —que nunca pasión desaforada— que ha «hollado» la «cumbre» de los éxitos deportivos en 2009 con una gesta irrepetible: seis de seis títulos posible tanto a nivel nacional como internacional. A partir de entonces, el Barça se conviritió en mi equipo favorito junto con el Sporting de Gijón, que aquella temporada 1979-80 ya dejaba constancia de sus hechuras de gran equipo y se formulaba para brindar su particular década prodigiosa, que incluiría una final de la Copa del Rey que le enfrentaría con el equipo blaugrana —un tanteo final de 1-3 favorable al club catalán— y con Enrique Castro González, Quini, con el «corazón partido». Por aquellas fechas, en las lindes de la veintena Joan Laporta (1962) y Sandro Rosell (1964) vestían la camiseta cuadribarrada del Sant Andreu en la categoría de juveniles. Pero los caminos de ambos les condujeron fuera de los terrenos de juego de las divisiones situadas por debajo de la categoría de Oro y Plata, a resguardo de pasearse por los campos de dios de la geografía catalana. Convertido en un «Chico del ESADE» el uno, y en licenciado en Derecho el otro , Rosell y Laporta encararon la última década del siglo XX con una clara motivación: la creación de un movimiento de oposición que derrocara al presidente del FC Barcelona Josep Lluís Núñez, instalado en la poltrona blaugrana desde finales de los años setenta. Así nació L’elefant blau, dispuesto a aglutinar alianzas en el ámbito de los sectores más disconformes con la gestión del nuñismo. Aquel trabajo impregnado de voluntarismo daría sus frutos en 2003, toda vez que la gestión del relevo en la presidencia del empresario constructor, Joan Gaspart —segundo de a bordo de Josep LLuís Nuñez, con permiso del venerable Nicolau Casaus— hizo tocar fondo en las formas de una entidad que vendía y sigue vendiendo la imagen de ser més que un club. Una vez proclamado máximo dirigente del FC Barcelona, el contraste entre Gaspart y Laporta era abismal a favor de éste último. El fondo y la forma corrían en paralelo en el ánimo de un Joan Laporta y su equipo directivo que supieron transmitir el orgullo de pertenencia al barcelonismo sin necesidad de recurrir a consignas de cariz político-partidista. Pero apenas un lustro ha sido tiempo suficiente para dejar al descubierto el material humano del que estaba construido aquel imberbe futbolista que alimentaba sus opciones de convertirse en futbolista  profesional en las categorías inferiores de la Unió Esportiva Sant Andreu. Fruto de una ambición desbocada que ha ido creciendo al albur de su popularidad, Laporta ha acabado siendo presa de la imagen del hombre incapaz de descabalgarse del estatus que le procure una notoriedad y una proyección pública tantas veces soñada. Para este tipo de personajes no importa los cadáveres que queden en la cuneta con el fin de lograr sus propósitos: una hermandad quebrada con Sandro Rosell, el que había sido su compañero de vestuario en el Sant Andreu; un montón de directivos que habían compartido su gestión de oposición al frente de l' Elefant Blau... En un ejercicio de desvergüenza absoluta, Laporta en los últimos meses ha utilizado el FC Barcelona como plataforma para sus intereses de irrumpir como un elefante en una cacharrería en la vida política una vez concluya su mandato presidencial. Laporta es el vivo ejemplo de cuán peligroso es caer en esa hoguera de las vanidades cuando el triunfo y el éxito sobrevienen a uno merced a una labor, no se olvide, colectiva. Para él todo vale en el sentido de situarse en más allá inclusive de los postulados  de Esquerra Republicana de Catalunya e incluso de Reagrupament.Cat en aras a enarbolar la bandera de un independentismo que aboge por la creación de una «nació independent, lliure i sobirana». Me atrevo a vaticinar que la deriva nacionalista llevada hasta las últimas consecuencias arrastrará consigo a Joan Laporta hacia un barrizal de difícil salida. Luego, llegará el silencio y el recuerdo para quien fue el Presidente de las «Seis Copas«, enterrado en su propia ambición cuando aún no hubiera alcanzado su cincuenta aniversario. Enterrado, eso sí, con las cuatro franjas rojas sobre fondo amarillo que distinguen la equipación de ese modesto club de barrio del que el año pasado se cumplió su centenario y que dejaría en las páginas de su libro de reciente publicación la anécdota de que por sus escalafones inferiores deportivos pasaron Joan Laporta y Sandro Rosell. Temps era temps.

2 comentarios:

Tomás Serrano dijo...

Da la impresión de que a gente como esta (Laporta, Carod...) no les importa repugnar. Es más, parece que así disfrutan. ¿Disfrutan también sus votantes?

Christian Aguilera dijo...

Hola Tomás:

Habría que preguntar a los que votan a Carod y Laporta. En mi caso, no he tenido el "placer" de hacerlo.

un saludo,

Christian