lunes, 26 de diciembre de 2011

LAS TRES NOCHES DE BARBARA STANWYCK: UN «BLOG-ANTÍDOTO»

Cada uno de nosotros tiene una visión, una forma de entender el cine. Fundamentalmente, para un servidor pongo por delante de cualquier otra consideración que me sepan contar una historia, que esté bien explicada. Luego ya vendrán otros aspectos, pero lo básico guarda directa relación con una sintaxis narrativa que conocían perfectamente al dedillo los responsables de edificar el Studio System. A medida que los nuevos requerimientos técnicos se han ido sofisticando, se ha producido un abandono de ese cine narrativo, que iba a la esencia de la idea del storyteller y que, al final de esas sesiones te quedaba el regusto de haber asistido a una lección de cómo se debe contar una historia en un determinado tiempo, generalmente pautado en una hora y media. En mi idea de la felicidad se sitúa el ir recuperando de tanto en tanto ese cine de antaño, muchas veces con un aliento de modernidad que ya quisieran para sí un buen puñado de films estrenados en la gran pantalla en los últimos decenios. Es por ello que, casi de una manera inconsciente, hace poco pensé en dar rienda suelta a la creación de un blog consagrado a una de mis actrices favoritas, Barbara Stanwyck (1907-1990) y, así pues, poder gozar de la recuperación de la mayor parte de su soberbia filmografía vía formato digital, pase televisivo o filmoteca al menos, en nuestra bendita Catalunya, cuando se reabra la nueva sede después de un impasse que empieza a ser un punto preocupante. Parece mentira pero de sus ochenta y tantas películas, más de la mitad no llegaron a estrenarse en el estado español. Si bien he podido visitar algunos de estos títulos por distintos conductos, aún quedan pendientes producciones de las que tengo una insana curiosidad por descubrir, máxime cuando aún no conozco una mala interpretación de Mrs. Stanwyck, capaz de abordar todo tipo de registros dramáticos, cómicos, tragicómicos, musicales, etc.— y salir airosa.  
   En esa tarea con visos de homenaje-tributo a Barbara Stanwyck no me encuentro solo ante el peligroAdrián Sánchez, Sergi Grau y Carlos Giménez Soria se han sumado a la idea que ya va cobrando forma, la de Las tres noches de Barbara Stanwyck, en alusión a una de las cumbres de la screwball comedy, Las tres noches de Eva (1941), dirigida por mi admirado Preston Sturges, en la que, una vez más, Ruby Catherine Stevens —su nombre verdadero— seducía a la cámara como pocas actrices. En tiempos de recortes, crisis sistémicas o primas de riesgo encaramadas en la estratosfera con enmienda a situarnos en el «estado del malestar», cada uno de nosotros trata de contrarrestar este tsunami de realidades poco agradables con valores refugio. Además del amor como motor de nuestras vidas (no el que da carta de naturaleza al eslogan te odio mi amor), la lectura, la amistad o viajar  puede ser algunos de esos valores refugio. A todo ello sumo para este 2012 y en adelante —estas cosas se saben cuando empiezan pero nunca cuando acaban— el (re)descubrimiento de la magna obra de Barbara Stanwyck. De ello daremos fe Sergi, Adrián, Carlos y un servidor en Las tres noches de Barbara Stanwyck, un blog que para algunos puede ser caldo de cultivo para la nostalgia pero más bien diría que se trata de un «efecto balsámico» ante una realidad social, política, mediática y económica sojuzgada por un negativismo a ultranza —en una crisis que no parece tener fin—, y como antídoto a ese cine que por muchas gafas que te pongas sigues viendo borrosa su sintaxis narrativa. Harían bien algunos de esos seudocineastas en reparar en la arquitectura narrativa de films del calibre de Juan Nadie (1941), Bola de fuego (1941) —en este título con guión de Billy Wilder y Charles Brackett, y dirección de Howard Hawks se proyectan algunos de mis primeros recuerdos sobre Missy—, Siempre hay un mañana (1956), Clash By Night (1952) o incluso Christmas in Connecticut (1945), título al que hemos dedicado el primer post de este blog que, pese a sus actualizaciones más o menos semanales, no distraerá mis cometidos en otros frentes, incluido El mundo de Haldane. Invitados estáis, pues, a pasaros por este blog escrito a cuatro manos y con ocho ojos abiertos como platos deleitándonos con la variedad de registros de Ruby Catherine Stevens, en arte (mucho arte), Barbara Stanwyck.     


Enlace al blog Las tres noches de Barbara Stanwyck   

miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA LENGUA DEL ESPERANTO: A PROPÓSITO DE «INCUBUS» (1966)

Casi a modo de flash, recuerdo la presencia de un matrimonio de mediana edad con una particularidad muy curiosa en la casa de un pueblo del Penedès que habían alquilado mis padres cuando nosotros me refiero a mis hermanos y un servidor— pasábamos los veranos de nuestras adolescencias y primeros años de la juventud. Esa singularidad se debía a que conocían la lengua del esperanto y alguna que otra palabra al respecto debían soltar ante mi presencia pero como si hubiera oído llover… Ni caso. Parecían tipos corrientes, eso sí, que pregonaban a los cuatro vientos la importancia de aprender la que vaticinaban nos situábamos a principios de los ochenta— sería la lengua del futuro,  aquella dispuesta para tender puentes entre naciones, en aras a una confraternización del planeta tierra. Aún no soplaban los vientos de la globalización y el concepto de Internet una de las llaves para abrirse al conocimiento de realidades de países aislados de la escena internacional— se iba fermentando en centros de desarrollo tecnológico militar, a expensas de que algún día tuviera aplicación en otros ámbitos. Transcurridos unos treinta años desde aquella pujanza del esperanto que tuvo entre sus «correas de transmisión» a unos conocidos y saludados de nuestra familia, un baño de realismo ha querido que esta lengua creada por Lázaro Zamenhof en 1887 haya quedado arrinconada, y sea el inglés el que haya ganado netamente la partida en su uso a nivel planetario, extendiéndose cuál balsa de aceite, en foros aptos para las transacciones económicas, congresos de todo tipo, eventos deportivos y un largo etcétera.
Desde que tengo uso de razón la curiosidad, el interés por conocer me persigue como una sombra amenazadora. Por ello he vuelto sobre los pasos del esperanto para saldar una «promesa» contraída para con el pasado: antes de expirar, debía ver la única película profesional (con todas las comillas que se quiera) hablada… en esperanto. Internet ha hecho posible esta opción a través de su ventana al mundo llamada Youtube. De otra forma, presumo que hubiera sido misión imposible visionar Incubus (1966), dirigida por Leslie Stevens, a la sazón productor de la serie Más allá del límite (The Outer Limits), serie de culto creada a rebujo del éxito de Dimensión desconocida (The Twilight Zone). Además de la curiosidad por escuchar una película hablada íntegramente en esperanto (subtitulada en inglés, of course), se presentaba la posibilidad de recrearme en la capacidad de sugestión de las imágenes concebidas por el excepcional operador Conrad L. Hall –hijo del escritor James N. Hall, coautor de El motín de la Bounty, quien ya había colaborado en numerosos episodios de la serie de marras ideada por Stevens. De su línea argumental y de la ejecución de los intérpretes William Shatner, igualmente bregado en la televisión y con una hoja de servicios cinematográfica un tanto marciana, poco cabe destacar, si acaso la creación de una atmósfera goticista, habitada por lo maniqueo, cercana a Dementia 13 (1963), la opera prima (nuddies al margen) de Don Francis Ford Coppola. Claro que ir familiarizándose con la sonoridad del esperanto no es baladí y ese elemento de distracción salvo en escenas aisladas como las de un eclipse solar— se extiende en la mayor parte del metraje de Incubus.
Después de esta experiencia visual, sensorial y auditiva, no dudo que algún día volveré sobre esta lengua, a la manera de una introspección que tiene el aliento de la curiosidad, no por aprender los pormenores de su gramática, su ortografía, dicción y demás el capítulo de preferencias idiomáticas al respecto es amplio, sino por saber sobre aquellas destacadas personalidades del mundo del esperantismo y de su entramado organizativo que desprende fragancias de secta acrisolada en el razonamiento de su indudable por mínima que sea: la estimación de los practicantes de la misma varía en función de cuál sea el listón que quiera colocarse en torno a dominarla contribución a la cultura (idiomática y/o de comunicación). A bote pronto, la historia de las hermanas (Susan, Sofia y Judit) Polgar, consumadas ajedrecistas magiares, adoctrinadas desde la tierna infancia por su padre László Polgar en el manejo del esperanto; la del poeta escocés William Auld (1924-2006), miembro de la Academia del Esperanto durante un cuatrienio y nominado al Nobel de Literatura, y la de un puñado de hombres que pasaron por los campos de concentración nazis Maximilian Kolbe, Petr Ginz y Titus Brandsma, entre otros— estimulan a pensar que, como las cajas chinas, un misterio encierra otro misterio y así sucesivamente.


Enlace para ver íntegramente en Youtube Incubus (1966) de Leslie Stevens.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

CUANDO MUEREN LAS LEYENDAS: SÓCRATES (1954-2011), LA FILOSOFÍA DEL JOGO BONITO

Días antes de darse la noticia del fallecimiento de Sócrates (1954-2011) desvié el pensamiento hacia ese jugador de estructura filiforme, de rizaba cabellera y una barba que acentuaba sus galones de mando en la selección brasileña. No existe una razón particular del porqué esa vuelta al pasado fijando en mi subconsciente la estampa del espigado mediocampista cuando hacía años que no asomaba por los telediarios Sócrates. Pero, tratando de buscar una lógica a todo ello posiblemente se deba a que Sócrates se configura dentro de ese panteón de reliquias del pasado que han ido sedimentando en mi memoria, haciéndose visibles cuando necesitamos capturar esos espacios de felicidad, acaso idealizados, en esa etapa de la infancia camino de la adolescencia. En ese punto de mi vida supe de la existencia del doctor Sócrates. Para un servidor, la leyenda de Sócrates viajaría por primera vez, en clase preferente, a través de un librito a todo color patrocinado por Lufthansa en que se detallaban las biografías de los integrantes de la selección de Brasil, prestos a aterrizar en territorio español con el ánimo de conquistar la Copa del Mundo del Mundial ‘82. Recuerdo haber repasado una y otra vez la ficha biográfica que acompañaba a Sócrates con todo un rosario de jugosas y reveladoras anécdotas (calzaba un 37 de pie, que no le impedía lanzar penaltis con el tacón; fue médico titulado; fumador empedernido, etc.) una frase de inicio de la misma que no olvidaré jamás: el nombre más largo de la historia del fútbol brasileño. Como si se tratara de las capitales de los países del mundo o de los afluentes del Ebro me aprendí de corrillo lo de Sócrates Brasileño Sampaio de Souza Viera de Oliveira, en esencia, Sócrates. Y vaya esencia la del doctor, quien llevaba la manija del centro del campo de Brasil con Arthur Antunes Coimbra "Zico", más escorado a la izquierda, y Toninho Cerezo funcionando por el carril derecho. Si ese Brasil versión 82 hubiera tenido un portero con mayores garantías Waldir Peres dejaba bastante que desear— y un killer del área –Serginho palidecería frente a los futuros "9" de la canarinha--, muy pocos hubieran podido discutir que estaríamos ante el más majestuoso de los Onces de la historia de la actual tetracampeona del mundo.
   En el primer mundial que seguí de arriba abajo, desde la primera fase hasta esa final librada entre la selección de Italia y la de Alemania, Brasil partía con holgada diferencia como la gran favorita. Instalado en esa edad de la inocencia, la imagen de Sócrates tuvo para un servidor el reflejo de una leyenda lejana que cruzaba el Atlántico para refrendarla. Más que ningún otro jugador de Brasil, Sócrates representaba esa deidad que contribuía a llenar estadios a través de un juego que hoy en día tiene unos superlativos herederos en el equipo del FC Barcelona con el añadido de una presión sobre el balón que no deja maniobrar al rival. Zinedine Zidane hubiera podido ocupar plaza en este Barça rutilante, el jugador que muchos señalan como el más cercano a la concepción del fútbol del doctor Sócrates, aunque éste se manejara más por banda derecha e hiciera del pase con el tacón uno de sus rasgos distintivos. En cualquier caso, Sócrates, Zidane, Xavi Hernández, Andrés Iniesta… son aquellos mediocampistas que el árbitro de turno debería autorizar que jugaran con frac y con la batuta en la mano. Jugadores que saben leer los partidos y cuando toca arrebato muestran capacidad para fabricar ellos sus propios goles. Sócrates destacaría poco por su capacidad goleadora, pero no creo que ningún estadista versado en la especialidad mundialera me desmienta al dar fe que la efectividad de remate del número 18 de la canarinha fue del 100 % en el mundial 82: dos lanzamientos a puerta, dos goles. Quizás Sócrates, sabedor del poder rematador de otros centrocampistas el propio Zico y el asimismo malogrado José Dirceu Guimaraes  (estandarte del Atlético de Madrid de principios de los ochenta)— e incluso defensas los laterales Leandro y Leovigildo Lins "Junior", se replegó a su compromiso para la construcción mucho más que por la definición.
   El pasado 4 de diciembre, como él mismo había profetizado (un domingo y viendo como se alzaba campeón el equipo de su vida, amén de la selección brasileña, el Corinthians de Sao Paulo), murió una leyenda que se paseó por los campos de fútbol. Para un servidor, habrá pocas como Sócrates. Lloraremos al doctor aquellos que amamos el fútbol brasileiro. Él contribuyó a hacerlo más grande cuando el país sudamericano quedaría huérfano de su "Dios supremo", Edson Arantes dos Nascimento, "Pelé". Quiero borrar de la memoria la imagen de la figura decrépita de Sócrates sin duda, no fue su mejor doctor, víctima del alcoholismo, y quedarme con la estampa de aquel centrocampista que con solo tocar el balón el fútbol muestra su halo poético. Gracias, Sócrates, allí donde estés te seguiré recordando.    


Enlace a vídeo en Youtube tributo al equipo de Brasil del Mundial'82, con Sócrates en su once titular

sábado, 3 de diciembre de 2011

«OLIAS OF SUNHILLOW» (1976) de JON ANDERSON: DIAS DEL FUTURO PASADO

Después del paso meteórico de Yes por Barcelona hace un mes, dentro de una gira que les ha llevado por distintos puntos del continente europeo y el norteamericano, casi como un acto de tributo a su front man ausente de esta enésima alineación de la banda— adquirí Olias of Sunhillow (1976), su álbum de debut. Abordado en tiempos en que la egolatría de los miembros de Yes se corregía al alza Chris Squire, Steve Howe, Alan WhitePatrick Moraz y Rick Wakeman firmaron obras en solitario, Olias of Sunhillow debe su críptico título a la figura de Vera Stanley Adler (1898-1984), pintora, ilustradora y escritora perfilada hacia lo místico, que podría significarse hoy en día a modo de precursora, en el ámbito de la cultura anglosajona, de los denominados libros de auto-ayuda. Conocido de antemano el aprecio de seguidores de Yes por este álbum de estudio, al cabo de escucharlo con atención varias veces, no puedo dejar de suscribir esta valoración favorable, añadiendo que Olias of Sunhillow nos sitúa en la senda de lo que estaría por llegar en forma de dueto. Ciertamente, Olias of Sunhillow se configura como un álbum pre-Jon & Vangelis. No en vano, Jon Vangelis tuvo en Vangelis el sostén en forma de supervisión del sonido de las piezas que el propio cantante de Yes tocaría, mostrándose en su faceta más multiinstrumental. Digamos que para Olias of Sunhillow Anderson tuvo puesto el pie en los dos mundos con el que se le sigue identificando: el del Yesman, y el de Jon & Vangelis. El uno, territorio ya «conquistado» en la prolongación de un sonido que había obtenido su patente en Close to the Edge (1972) y, a mi juicio, la obra cumbre de la banda, Tales from Topographic Oceans (1973); el otro, aún quedaba por explorar, siendo los temas instrumentales “Ocean Song” y “Oaquaq Ën Transic” sendas fuerzas inspiradoras para Short Stories (1980), el bautizo de la dupla anglohelénica. 
   Trufada de recursos instrumentales que no conocen fronteras arpas celtas, laudes, guitarras acústicas, cajas rítmicas, etc., Olias of Sunhillow teje su entramado vocal-narrativo a partir de esos recurrentes viajes al mundo de la fantaciencia transitados por los grupos adscritos al rock progresivo un tema digno de estudio que depararía más de una sorpresa. En este sentido, Olias of Sunhillow es un corelato del Tales –cuya semilla se halla en algunos pasajes de "Autobiografía de un Yogi" Paramahansa Yoganda, sirviendo de botón de ancla no se sabe si de forma consciente o inconsciente por parte de Anderson al bautizar las ocho piezas que tratan de fundirse desde el sentido de lo conceptual— el tema de apertura “Ocean Song”. En ese océano de riqueza espiritual, instrumental y estilística se desenvuelve esta opera prima que crea, de facto, esa superposición de capas temporales de pura ambivalencia: una obra que nos conduce, parafraseando a los Moody Blues, a los días del futuro pasado. Para Vangelis, una vez dada de baja la sociedad a tres, Aphrodita's Child, este viaje hacia los dominios del planeta Sunhillow sería la primera parada y fonda por los confines de la galaxia antes de arribar a la constelación de Orión, allí donde se sumergería para componer la magistral banda sonora de Blade Runner (1982), mezcla de texturas new age y armónicos de jazz a través de un embriagador acople del saxo. En ese lustro que separa la salida al mercado de Olias of Sunhillow y la definición del estilo musical más acorde con las imágenes diseñadas por Ridley Scott, Vangelis estuvo a las puertas de integrarse en la historia de Yes. La capacidad de persuasión de Anderson no hizo sus efectos en el seno de la banda que había cimentado, junto a Chris Squire, a finales de los años sesenta. Lo especulativo se apodera cuando nos sobreviene el pensamiento de lo que hubiera sido Yes con Vangelis. De haberse dado ese escenario, siguiendo el hilo de la rocambolesca historia de Yes, no es difícil pensar que Vangelis pronto se hubiera apeado del proyecto. Chris Welch apunta en su monografía "The Story of Yes: Close to the Edge" (2003) expone como argumento de peso para que el artista griego no se integrara a la banda inglesa debido a su pánico a volar y al sentimiento por parte de algunos miembros de Yes que la contratación de un foráneo comportaría una rebaja de la esencia del grupo. De ese pulso sostenido entre Anderson con el apoyo en la sombra de Wakeman, quien ya empezaba a mostrar signos de debilidad en su maltrecho corazón y el resto de la banda, el primero saldría peor parado. Su salida voluntaria, empero, conllevaría para Anderson su reencuentro con Vangelis, dando pie a un dúo capaz de alumbrar piezas maestras de la categoría de The Friends of Mr. Cairo (1981), cuya armazón musical ya había sido concebido por ese arquitecto interespacial llamado Olias con taller propio en el planeta Sunhillow, allí donde se localiza en el horizonte la llanura de Tallowcross.