En marzo
de 2003, a
las puertas de una primavera especialmente “caliente” en cuanto a agitaciones
sociales y políticas en nuestro país, Angle Editorial, en su colección titulada
«Narrativas», publicaba Salt en el temps, una suerte de reflexiones plasmadas al papel por
Kurt Vonnegut (1922-2007), que habían nacido tras una tentativa frustrada por dar acomodo a
una nueva novela. Aquellos ociosos en ir completando el parque de piezas literarias (relatos cortos, ensayos, novelas,
etc.) de Vonnegut nos hicimos con un ejemplar, pero me aventuro a creer que la
tirada fue ciertamente limitada, máxime al tratarse de un libro escrito en
catalán. Recuerdo con certeza, eso sí, que Salt
en el temps pasó por mis manos con celeridad, acomodando una de esas
lecturas rápidas que suelen sustanciarse en una plaza hotelera o en el interior
de un tren de media o larga distancia. Para los que orbitamos en
el «planeta Trafalmadore» las lecturas de Vonnegut resultan de
esta naturaleza; no precisan de una serie de etapas para dejar “reposar” el
texto y volver sobre el mismo al cabo de unos días o semanas. El compromiso para con
la literatura de Vonnegut requiere de otra actitud, la que pasa por “anclarse”
a su lectura y devorarla, a poder ser, de un tirón. Una docena de años más
tarde, aún conservo el recuerdo de un texto preñado de indulgencia por parte de
Vonnegut en relación al grueso de los miembros que conforman la genealogía
familiar. Primos, hermanos, tíos, cuñados, suegros, padres, abuelos maternos y
paternos, hijos biológicos o adoptados de Vonnegut asoman en las páginas de Salt en el temps, cuya edición al castellano en el haber de Malpaso
—haciendo hincapié en lo subversivo,
el color de moda de distintos sellos
de nuevo cuño (Capitán Swing, Sexto Piso, etc.)— en otro periodo no menos convulso en lo social y en lo político —otoño de 2015— se ofrece bajo un nombre diferente, el
de Cronomoto. Pero lo que sigue
presidiendo la cubierta en uno y otro caso es el concepto de la esfera de un
reloj “dislocada” o “fracturada”, jugando con la idea de que el tiempo se
detiene. Curiosamente, idéntica noción se representa pero en el plano audiovisual en
Madre noche (1996), la adaptación al
celuloide de la novela homónima de Vonnegut donde él mismo representa a un peatón
(cameo obliga) que aparece conforme a
una especie de estatua en medio de una calle o avenida fuertemente transitada.
A su coguionista Robert D. Weide y a su intérprete principal Nick Nolte se
refiere en una de las páginas de una obra que, excusa decirse, despierta el hambre voraz de su lectura si
previamente nos hemos familiarizado con su prosa, una forma de expresar las
ideas sobre el papel que surgen al dictado de una mente abonada a cierta
dispersión “controlada”, en esa contienda
diaria que debió ser para él reformular pensamientos que quizás habían quedado
superados en el pórtico del nuevo milenio. Así pues, el absurdo se apodera de
determinadas páginas para luego ir alternando capítulos o fragmentos de los
mismos en que saca brillo a un prosa
que trata de auscultar la esencia del
ser humano lleno de contradicciones cuando se razona sobre el sentido de la
guerra o hace un somero repaso por la historia de los Estados Unidos a través
de un anecdotario que refuerza si cabe aún más lo irreverente e impertinente en
ocasiones de su discursos a los ojos de los celadores del tea party o, cuanto menos, de las capas más conservadoras del país.
Un anecdotario que ya había acomodado en el espacio de las conferencias
celebradas en multitud de universidades de los Estados Unidos, algunas de las
cuales habían sido los principales feudos para la incipiente divulgación de la
obra de Vonnegut verbigracia de novelas del alcance metafórico de Cuna de gato (1963) y Matadero Cinco (1969), por citar dos de
los títulos contenidos en el catálogo de Anagrama en distintas colecciones. Longsellers que devienen la puerta de
entrada al particular mundo creativo de Vonnegut para luego pasar a otro “estadio”
de conocimiento, el que permite recrearnos (en modo empático) con algunas de las expresiones de Vonnegut que, a
ratos, parecen hablar en boca de su alter ego literario, Kilgore Trout. No son
pocas precisamente las páginas donde se recurre a Trout para lanzar al aire algún
que otro concepto que nos invita a esbozar una sonrisa que acaba escondiendo
una reflexión de hondo calado.
Al regresar otra vez sobre este texto (pero en su variante castellana), puedo calibrar con mayor tino el alcance de una propuesta que imprime carácter, el propio de un Vonnegut socarrón, irónico, perspicaz, decidido a salvaguardar las bondades de una estirpe familiar donde quedan convocados arquitectos, inventores, científicos y practicantes de oficios de muy distinto sesgo. Con todo, ninguno de los que ha pertenecido o perteneció a similar linaje ha obtenido u obtuvo la proyección internacional de Kurt Vonnegut, Jr, fruto de la cual se han sucedido traducciones a multitud de lenguas de sus obras más (re)conocidas y aquellas que destilan un aroma a despedida, a capitulación ejecutando un doble salto mortal en el tiempo. Uno realizado de espaldas a la realidad y el otro apegado a la misma cuando toca sacar polvo al álbum familiar estacionado en el baúl de los recuerdos.
Al regresar otra vez sobre este texto (pero en su variante castellana), puedo calibrar con mayor tino el alcance de una propuesta que imprime carácter, el propio de un Vonnegut socarrón, irónico, perspicaz, decidido a salvaguardar las bondades de una estirpe familiar donde quedan convocados arquitectos, inventores, científicos y practicantes de oficios de muy distinto sesgo. Con todo, ninguno de los que ha pertenecido o perteneció a similar linaje ha obtenido u obtuvo la proyección internacional de Kurt Vonnegut, Jr, fruto de la cual se han sucedido traducciones a multitud de lenguas de sus obras más (re)conocidas y aquellas que destilan un aroma a despedida, a capitulación ejecutando un doble salto mortal en el tiempo. Uno realizado de espaldas a la realidad y el otro apegado a la misma cuando toca sacar polvo al álbum familiar estacionado en el baúl de los recuerdos.
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