jueves, 17 de mayo de 2018

LA ELECCIÓN DE QUIM TORRA: «JAQUE MATE» A LA INDEPENDENCIA DE CATALUNYA


En la previa a la convocatoria del pleno del Parlament de Catalunya para investir en segunda vuelta a Quim Torra i Plà, los equipos de Ciutadans, PPC, En Comú Podem y PSC hicieron horas extras con el ánimo de buscar en el erial de internet todas aquellas declaraciones y/o reflexiones del que iba a ser nombrado 131 President de la Generalitat de Catalunya, en que dejara constancia por escrito de un sesgo escorado hacia un radicalismo que raya lo paranoico. Cumplido el trámite, con la CUP jugando una vez más a favor de obra del independentismo sin reparar en los "daños colaterales", el pasado lunes día 14 de mayo Mònica Terribas entrevistaba a Quim Torra en su programa matinal de Catalunya Ràdio. A la pregunta de qué pensaba de los españoles, Torra no eludió la respuesta y dejó impresa la siguiente frase: «Estimo els espanyols. Estimo el poble espanyol». Desde hacía unas horas Torra había entrado por la puerta grande de la política y ya lucía el disfraz de la mentira para camuflar un pensamiento que, en su caso, ha ido larvando a golpe de lecturas casi desde su tierna adolescencia. A modo de arma arrojadiza, Inés Arrimadas (C’s), Xavier Domènech (En Comú Podem), Xavier Albiol (PPC) y Miquel Iceta (PSC) sacaron a la luz el contenido de unos tuits firmados por Torra en 2012 y posteriormente eliminados de la red. En ciernes de convertirse en President electo por un margen ínfimo de votos entonó el mea culpa, y parafraseando al otrora Rey de España, Juan Carlos I, en su versión catalana apostilló «no tornarà a passar». De una manera sibilina, Carles Puigdemont, operando en la sombra en su destierro berlinés, se sacó un as en la manga en forma de candidato para ser investido tras una serie de tentativas frustradas. El reloj corría y los equipos de trabajo de los susodichos grupos parlamentarios no tuvieron tiempo material para recopilar infinidad de escritos, a modo de artículos y/o ensayos con la rúbrica de Quim Torra que escarban en su perfil supremacista, etnicista, racista y xenófobo.
   En su particular pulso sostenido con el Estado español, Puigdemont, a mi entender, con la elección de su coetáneo Torra (apenas les separan unas horas en sus respectivas partidas de nacimiento; el uno nacido el día de los inocentes de 1962 y el cabeza visible de Junts per Catalunya al día siguiente) se ha pegado un tiro en el pie y, por ende, la agrupación política que lidera. La perdición del movimiento independentista entendido conforme a un movimiento transversal, que precisa ensanchar sus bases para crecer y rebasar así ese techo de cristal que le otorgaría la mayoría de votos a nivel del territorio catalán— se llama Quim Torra. Las simpatías que podría generar en sectores más progresistas del viejo continente se irán diluyendo al albur del conocimiento del pensamiento de un personaje siniestro como Torra, quien ha ido construyendo un relato emocional sobre un sentimiento identitario que apela a cuestiones de raza y aplica principios eugenésicos para interpretar los rasgos diferenciales entre la población catalana y la española. Bien es cierto que en pocos meses conoceremos la valoración de los líderes políticos catalanes y quedará constancia del apoyo que procura un sector de la población a Quim Torra, aquellos fanatizados con la idea de romper con el estado español cueste lo que cueste y que tienen en este abogado gerundense reciclado a editor y político alguien a quien aferrarse. Poco les incomoda su semblante xenófobo y supremacista porque se sienten reflejados en el espejo de la vida. En su ensayo Els últims 100 metres: el full de ruta per guanyar la República catalana  (2016, Angle Editorial), con prólogo (of course) de Carles Puigdemont por aquel entonces ejerciendo de President de la Generalitat de Catalunya, Quim Torra colocaba el objetivo a conseguir en un plazo de dieciséis meses. Está claro que Torra adolece de carácter visionario, pero insistirá en su empeño aunque esos 100 metros se conviertan, al fin y al cabo, en una distancia pareja a la de una maratón. En ese primer avituallamiento Torra y su equipo se darán de bruces con la realidad, al tiempo que la imagen del independentismo catalán mostrará esa cara menos amable, aquella que representa su líder emocional e intelectual, con Puigdemont actuando de “doctor Mabuse” de un procés que deviene una auténtica entelequia. La «Reina» Puigdemont ha articulado un movimiento en el tablero de la política contando con la «Torra» de apoyo para hacer el jaque mate al «Rey Felipe VI». Una jugada maestra para derrocar a la monarquía borbónica e inaugurar un ideal de República. Pero ha calculado mal la estrategia. La «Torra» solo puede realizar movimientos horizontales, y no transversales como demanda ERC (Esquerra Republicana de Catalunya) para ampliar la base social que legitime la posibilidad de un referéndum para la Independencia. En esta dialéctica Sergi Cebrià se esforzaba en recalcar en su turno de palabra, apelando con el contacto visual a Domènech, en representación de En Comú podem, mientras los hiperventilados con Eduard Pujol a la cabeza— de Junts per Catalunya quitaban hierro a los “pecados de juventud y madurez” de Quim Torra, a propósito de unos escritos que cualquier persona guiada por un sentimiento humanista le debe provocar repugnancia. Más que jaque mate a la Monarquía, la elección de Torra constituye un punto de inflexión para casi la mitad de los adscritos al independentismo (la mayoría sobrevenidos en los últimos meses) con los que no va el liderazgo de un supremacista y etnicista de tomo y lomo, un George Wallace natural de Blanes, y naturalizado independentista galopante que mira una y otra vez sobre la biografía de los prohombres de la primera mitad del siglo XX, en ese espacio fundacional que sirve para construir un relato maniqueo, en que el Estado español más allá de los tiempos oscuros del franquismo sigue siendo observado como el enemigo a desterrar en forma de segregación.        

lunes, 14 de mayo de 2018

«A LA DERIVA» (1979), de Penelope Fitzgerald: GRACELAND SOBRE EL TÁMESIS

En un relativo corto espacio de tiempo uno de los episodios clave en el devenir de la Segunda Guerra Mundial, el que tuvo lugar en las aguas que bañan Dunkerque, ha sido tratado, en mayor o menor medida en una serie de propuestas cinematográficas. Fruto de mi pasión por el cine británico y todo lo relativo a la Historia de las Islas Británicas he accedido al visionado de Dunkerque (2017), Su mejor historia (2016) y El instante más oscuro (2017), cuyo denominador común deviene la batalla de Dunkerque que tomó lugar entre mayo y junio de 1940. Completado el acceso a los contenidos de sendas propuestas cinematográficas, muy distintas entre sí en sus enfoques y pretensiones, al cabo, reparo nuevamente en la alusión a Dunkerque en las páginas de A la deriva (1979), publicada por el sello Impedimenta, en que uno de las “protagonistas” de la novela (semi)autobiográfica de Penelope Fitzgerald (1916-2000), la Grace, se sumó a la petición del gobierno británico liderado por Winston Churchill para que contribuyeran a abortar el diabólico plan de las fuerzas navales nazis, prestas a causar decenas de miles de bajas entre la flota marina británica. Pasados casi veinte años de aquellos “servicios prestados”, la Grace forma parte del paisaje de Battersea Reach. Una vivienda flotante situada a la ladera del curso del río Támesis que sirve a los intereses de la canadiense Nenna James y de sus dos hijas. Todas ellas forman parte de una comunidad atípica en el contexto de la Inglaterra de principios de los años sesenta, una referencia temporal que la autora de A la deriva nos ofrece a través de citas a los discos de Cliff Richards el frontman de The Shadows, todo un fenómeno de masas en aquel periodo de efervescencia cultural en el mundo anglosajón— o de series de televisión como Bootsie and Snudge o El doctor Kildare.
   Ciertamente, los más de quince años que separan la experiencia vivida a bordo de una barcaza por parte de Penelope Fitzgerald y sus dos hijas de la publicación de A la deriva en los estertores de los años 70, nada a favor –valga el símil marino— de obra el sentido del valor de la reflexión, medido en ocasiones con un poso de amargura. Un sentimiento que podemos detectar en algunos de los pasajes de la novela, en especial cuando Penelope Fitzgerald hace referencia a su primer marido (a través de un trasunto del mismo, Edward), que la abandonó y con el que quiso volver a reconciliarse pero sin conseguirlo. En esta tesitura, se vehiculan pensamientos que Fitzgerald plasma en el tapete literario: «Si hubiera ahorrado algo, hubiera sido una señal que su carácter había cambiado, de que ya no era el hombre que ella amaba». Fustigada por el recurrente pensamiento en forma de pesadillas de cómo afectan las decisiones propias en la vida de los hijos, en uno de los capítulos finales del libro, por su cuenta y riesgo se presenta en la vivienda de su ex pareja Edward, pero éste la recibe con cartas destempladas. De vuelta al hogar fluvial, a altas horas de la madrugada, una apesadumbrada Nenna observa la silueta de Richard, el patrón del Lord Jim, un barco situado muy cerca del lugar de amarre del Grace. En ese encuentro en la noche entre dos almas perdidas (él acaba de ser abandonado por su esposa), la veta poética, teñida de amargura, alcanza sus cotas más altas en esta preciosa novela con valor terepéutico para la propia Penelope Fitzgerald: «Aunque era muy improbable que molestaran a nadie, hablaban casi en susurros, y el último comentario de Nenna, que apenas merecía respuesta, se perdió en el aire, ahogándose en el oleaje de la marea alta». Una voz omniscente capaz de mostrar las distintas caras de una experiencia vital alejada de la ortodoxia, que en el caso de Fitzgerald se localiza en una de las zonas valle de su existencia, sabiéndose presa de toda una serie de contradicciones que el paso del tiempo ayudaría a ordenar de una manera precisa sobre un lienzo narrado en prosa de manera exquisita. La palabra precisa, la inflexión aguda, el guiño al lector bregado en la convivencia conyugal o de pareja… Todo ello lo podemos localizar en A la deriva, completada por Mrs. Fitzgerald al final de un periodo de enorme fertilidad creativa (la segunda mitad de la década de los 70), sabiéndose que su condición de viuda, en cierta manera, la permitía soltar lastre y dirigirse mar adentro con ella al mando del timón de una vida repleta de experiencias de distinto signo, el carburante necesario para que funcionara una maquinaria literaria casi hasta el último suspiro.

lunes, 7 de mayo de 2018

«FRINGE» (2008-2013), SEGUNDA TEMPORADA: MUNDOS PARALELOS

Mientras iba siguiendo el curso de la segunda temporada de Fringe (2008-2013) reparé en el contenido de los extras de la edición digital de Elle (2016), en que su director el holandés Paul Verhoeven razona a lo largo de una entrevista lo afortunado que había sido al rodar cintas como Desafío total (1990) o Starship Troopers (1997). En el caso de la primera Verhoeven se congratulaba de haber plasmado en la gran pantalla una historia que iba en dirección contraria a la “infantilización” que dominaba por aquel entonces el parque cinematográfico, siendo una de las primeras producciones de ciencia-ficción, digamos pertenecientes a la serie «A», en que tiene cabida el desarrollo de mundos paralelos. Partiendo de un relato original de Philip K. Dick, Total Recall casi desde su estreno empezó a ser acreedor de la etiqueta de culto en razón de un planteamiento osado, capaz de descolocar al espectador merced al ardid de la contraposición de mundos que apelan a la realidad virtual. En el curso de la misma entrevista celebrada en San Sebastián con motivo de la promoción de Elle en principio, pensada para que hubiese sido filmada en Chicago; al final obtuvo la luz verde en el viejo continente, Verhoeven daba por hecho que desde entonces el cine había cambiado lo suficiente para que los grandes o medianos estudios prescindieran de aquellas tramas susceptibles de resultar demasiado complejas para el espectador medio. Empero, al director holandés le faltaba apostillar que las series de televisión habían tomado el testigo de aquellas propuestas “complejas” arbitradas en el cine hasta finales de la década de los noventa. Mas, a la altura de su segunda temporada de Fringe fundamenta su razón de ser en el concepto de mundos paralelos, el uno (la Tierra) como réplica del otro (su versión beta), o viceversa, pero con un decalaje temporal que razona en que más allá de la otra dimensión nuestro “mellizo” ha dejado para el recuerdo las siglas de FBI, entre otras particularidades. Una cuestión que, en buena medida, propicia situaciones de tensión e incertidumbre en el devenir de una segunda temporada en la que Akiva Goldsman adquiere unos galones de mando de similar consideración que los showrunners Jeff Pinker y J. H. Wyman, toda vez que uno de los cofundadores de Fringe, J. J. Abrams, parecía fiado a enderezar la nave de la Enterprise con una nueva entrega de Star Trek, estrenada en los USA en abril de 2009. En esas fechas todo parecía listo para una segunda tanda de episodios de Fringe, en cuyo episodio de arranque guiado tras las cámaras por Goldsman, A New Day in the Old Town, Olivia (Ann Torv) viaja hacia el universo paralelo tras sufrir un accidente automovilístico. El propio Goldsman es quien se encarga de cerrar esta segunda temporada con el díptico Over There, dejándonos con la imagen congelada de la némesis de Walter Bishop (John Noble) en ese otro universo en que la genuina Liv ha quedado a buen recaudo. Circunstancia que justifica por sí misma el interés por conocer el contenido de una tercera temporada en que Joe Chapelle, no conforme con ser el director más recurrente de la serie (llegó a filmar un total de dieciséis), ejercerá de coproductor ejecutivo titular. Con todo, uno de los episodios más satisfactorios de esta second season remiten, una vez más, al nombre de Brad Anderson, a quien se le confiaría la dirección de La noche de los objetos deseables (número 22) en que John Savage ejerce de mad doctor especialista en genética, a partir de un acontecimiento traumático vivido en su entorno familiar, quedando un segundo título, el número 37 denominado Peter (centrado en los avatares del personaje que encarna Joshua Jackson), que se desliza nuevamente por la pendiente del tema de la identidad tan del gusto de Philip K. Dick. A cuenta de eses constantes interrogantes que se abren en la mente de Liv sobre su verdadera identidad surgirán diversos de los plots que alimentan la atención por Fringe en el devenir de una tercera temporada de una serie que anduvo un tanto desnortada en su primera parte, pero que iría recuperando el pulso perdido a medida que avanzaba hacia sus dos últimos episodios.