Tierra provisionada de algunos de los escritores más ilustres que ha
dado la literatura universal en los últimos doscientos años, el Reino Unido,
empero, no escapó durante parte de este periodo acotado en el tiempo de una
dinámica que se dio en otras latitudes, aquellas ociosas de ocultar la autoría
de una mujer bajo el disfraz de un
nombre de pila masculino. Un ejemplo paradigmático de ello lo encontramos en la
persona de Mary Ann Evans (1819-1880), del que se acaba de cumplir el
bicentenario de su nacimiento. Mary Ann Edwards debió emplear el seudónimo de
George Elliot para intentar prosperar en el campo de la literatura y de la
poesía. A fe que lo consiguió con la publicación de El molino del Floss (1860), Silas
Marner (1861) o Middlemarch
(1872), entre otros escritos que en lengua castellana tiene en el sello
barcelonés Alba Editorial su ángel
custodio. No debe extrañar la inclusión de algunas de las piezas literarias
más destacadas de Mary Ann Edwards AKA George Elliot en el catálogo de un sello
que sigue poniendo el acento en la literatura británica ligada a la época
victoriana con la reciente publicación de Cuentos
de brujas de escritoras victorianas (2019). Se trata de un texto fechado en
origen (en Inglaterra) en 1971, en que el editor de la New England Library, Peter Haining (1940-2017), recopiló relatos
breves de casi una veintena de autoras fruto de una labor que obtuvo su
recompensa al cabo de varios años de investigación. Por regla general, la
publicación de los mismos no requirió del subterfugio de utilizar álias o
seudónimos masculinos, pero sí en las primeras etapas de la época victoriana la
identificación de un determinado texto ligado a temáticas esotéricas,
sobrenaturales y/o invadidas de misticismo no llevaban rúbrica alguna o bien quedaba
consignado únicamente las iniciales del nombre de pila y del apellido. Este
sería el caso del relato que apenas ocupa cuatro páginas titulado El anillo
mágico (1839) —firmado con las iniciales
H. L., al parecer las correspondientes a la esposa de un médico del condado de
Essex— que sirve de pórtico de entrada a la segunda parte de la monografía Cuentos de brujas de escritoras victorianas,
aquella consagrada a reproducir en el papel un total de una docena de relatos.
Cada pieza literataria viene acompañada de un párrafo introductorio sobre la
escritora de turno, que sirve al lector de toma de contacto con una dama cuyo
nombre no despierta ningún sentimiento de familiaridad, salvo para aquellos
bregados en el profundo conocimiento de la literatura fantástica de la época
victoriana y, en particular, de la brujería, una rama de un género troncal que
sería cultivado en el Reino Unido de manera mayoritaria por féminas. Previo a
la lectura de este bloque es aconsejable dejarse seducir por el contenido de la Primera Parte, en que concurre un póquer
de escritos de carácter historicista segmentados por territorios —Inglaterra,
Escocia, Irlanda y Gales— y, a renglón seguido, un relato denominado Poseídos por demonios de Catherine Crowe
(1800-1870), que documenta un episodio de posesión demoníaca incluido en su
momento en el libro The Night Side of
Nature (1848). Un relato, en esencia, que nos sirve para empezar a
sumergirnos en historias trenzadas en ocasiones con cierto tono burlón, en
otras a la búsqueda de un potente efecto dramático que trata de sobrecogernos y
en la mayoría de las ocasiones con una voluntad por sacar a la palestra
temáticas que la moralidad de la época sojuzgaba perniciosas, tan solo
recomendables conforme a elementos de distracción, pero alejadas a la hora de
medirse con los grandes obras literarios de un periodo de más de ochenta años.
En los estertores de este largo periodo encontramos el relato La bruja del agua (1920) de H(enrietta) D(orothea) Everett —incluido en la antología The
Death Mask and Other Ghosts—, que sirve de cierre a un volumen que desde
su fecha de edición –octubre de 2019— debería ser bendecido por bibliófilos como un tesoro al que volver sobre sus
páginas cuando cae la noche, a poder ser, a la luz de una vela que sirva para
iluminar nuestros pensamientos y hacer volar nuestra imaginación con
invocaciones, entre otras, a las Brujas de Salem que encuentran asidero en el
breve relato principe du siècle La pequeña doncella de Salem (1901) de Pauline Mackie (1859-1919).
Una de tantas escritoras que ha sacado del anonimato —para los lectores en
castellano— esta obra encuadernada en tapa dura con el exquisito gusto al que
nos tiene acostumbrados el sello Alba.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
viernes, 20 de diciembre de 2019
«CUENTOS DE BRUJAS DE ESCRITORAS VICTORIANAS (1839-1920)»: FÉMINAS BAJO EL INFLUJO DE LO SOBRENATURAL
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martes, 3 de diciembre de 2019
«DAMAS ASESINAS» (2019) de Tori Telfer: HISTORIAS CRIMINALES EN FEMENINO
No nos debería extrañar que al cierre de 2019, cumplida una docena de
años en el mercado editorial, el sello Impedimenta publique dos novelas que
llevan la rúbrica de sendas mujeres, a saber, Iris Murdoch (Monjas y soldados) y Tori Telfer (Damas asesinas; mujeres letales de la historia). Más que esperada
deviene la edición en castellano de la voluminosa novela escrita por Murdoch ya
superada la cincuentena precisamente en el año de la celebración del centenario
de su natalicio. Por el contrario, a priori la obra de Telfer hubiese podido encajar
en otro perfil de editorial, pero una vez más Impedimenta, haciendo acopio de
una voluntad por escapar de la clasificación de «sello elitista» se aviene a que el lector descubra una nueva voz de la literatura en femenino que razona sobre una
temática muy poco tratada, incluso dentro del campo de los ensayos en torno a
la actividad criminal de mujeres a lo de la historia. Los siete años
transcurridos desde que Tori Telfer presentó su proyecto de post-grado hasta la
publicación en inglés de Lady Killers
Deadly Women Throrough History (2017) dan fe de la complejidad de un
proyecto que sumió a le periodista y escritora en infinidad de lecturas
mientras escuchaba música de Henry Purcell, Gregorio Allegri, Leonard Cohen, Jay Hawkins, The Cure o Jimmi Hendrix.
Una variopinta selección de temas musicales —así se detalla al final del
presente volumen— que sirvieron para digerir mejor el proceso de investigación
de la vida y obra (sic) de féminas que, por distintos motivos, se dedicaron a
una actividad criminal presta a competir con las atrocidades cometidas incluso por
celebrities varones. A buen seguro,
Telfer hubiese podido concebir un volumen similar en número de páginas —algo más
de trescientas— en torno al proceso de escritura de Damas asesinas: mujeres letales de la historia (2019), reservando
unos cuantos capítulos a dejar constancia de la existencia de mujeres de
distintas nacionalidades del sur de Europa, de México, Japón o Tailandia, por
citar algunos países, que por un factor idiomático y/o por la parca información
sobre las mismas llegó a la conclusión de dejar en suspenso. De ahí que la
selección final tenga su razón de ser en personajes suficientemente
documentados a través del acceso, entre otras fuentes, a diarios personales,
recortes de prensa, ensayos y extractos judiciales. Esta última fuente, por
ejemplo, sirvió a la causa de la parte dedicada a Okum-El-Hassen apodada «El ruiseñor», acusada de diversos crímenes y
sentada en el banquillo en un juicio que conmocionó a la sociedad marroquí de
los años 30, llegando incluso a presenciar el mismo la famosa escritora Colette.
Inmediatamente antes de proceder a la lectura de esta parte del libro servido
en un contexto de cierto exotismo, di cumplida cuenta del capítulo dedicado a
Anna Marie Hahn —conocida con el álias de «Anna Témpano de hielo»—, un
sobrecogedor relato en que el personaje en cuestión transiciona de la bondad a
la maldad a consecuencia de un desengaño amoroso. Al calor de la conmoción que
la provocó su primera frustración de calado a nivel sentimental, Anna Marie
Hahn viajó hasta los Estados Unidos, llegando a sus costas en barco
prácticamente coincidiendo con el crack
del 29, en que la bolsa de Nueva York registró un desplome sin precedentes
hasta entonces. Hahn tuvo casi diez años por delante para conquistar el corazón de hombres atraídos por sus
armas de seducción y que todos ellos corrieron idéntica suerte al morir
envenenados. Anna Marie Hahn representa un ejemplo paradigmático de la tesis
que sostiene la autora del presente ensayo de corte periodístico (abordado, en
ocasiones, con un cierto tono desenfadado) sobre el temor que experimentan
mujeres capaces de cometer auténticas atrocidades ante la perspectiva de morir.
Hahn acabó siendo ejecutada en la silla eléctrica en 1938, y en el último
párrafo de este segmento del libro Telfer remata
(valga la expresión) el escrito: «El alacaide comentó que, en toda la historia de la prisión,
no había habido ningún convicto que se mostrara tan aterrado como Anna Hahn
cuando se enfrentó a la silla eléctrica».
Bien es cierto que el hecho de ser norteamericana y moverse por el territorio
facultó a Telfer para referirse quizás con mayor detalle a la historia criminal
de (siniestros) personajes como la citada Hahn (aunque de origen teutón) o Kate
Bender —el arma ejecutora de un siniestro clan familiar conocida con el sobrenombre de «La bella rebanadora de pescuezos»—,
coprotagonista de una aterradora historia circunscrito al territorio de Kansas que hubiese podido servir de
referencia a Robert Bloch para su novela Psicosis.
No obstante, el presente volumen ha sabido mostrar otras realidades más allá de
las fronteras estadounidenses merced a un extraordinario ejercicio de
investigación que nos ha llevado por los confines del Londres de mediados del
siglo XIX, el París de la segunda mitad del siglo XVII —Marie-Madeleine,
Marquesa de Brinvilliers («La reina de las envenenadoras»), a la que la autora
pone rostro en el Q&A (en la
parte de apéndices del libro), el de Marion Cotillard, en una hipotética
adaptación cinematográfica)— o en la Irlanda rural de las postrimerías del
siglo XIII —Alice Kyetler, «la hechicera de Kilknenny»— en que la brujería sirve
de caldo de cultivo para llevarse a cabo actos horripilantes que tienen en los
varones sus víctimas propiciatorias. En definitiva, asistimos a la lectura de
una obra exenta del peso de lo solemne, pero detallista en su voluntad por
recrear episodios diseminados a lo largo de un extenso periodo temporal y en distintos
ámbitos geográficos, sobre todo localizados en el hemisferio norte. Historias
para no dormir que activan en el lector el hemisferio derecho de nuestro
cerebro, aquel que despierta el sentido de la imaginación al recrear en nuestros
subconscientes actos más propios de varones con pedigrí de serial killers. La historia (esta vez criminal), nuevamente puede
reescribirse a través de los libros y, a fuer de ser sinceros, Tori Telfer ha
contribuido a ello con su espléndida pieza bautismal, a la espera de ser
saludada algún día con los honores propios de su colega Iris Murdoch.
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