martes, 24 de septiembre de 2019

«LA INESPERADA VERDAD SOBRE LOS ANIMALES» (2017) de Lucy Cooke: DESMONTANDO EL «REINADO» DE LOS PREJUICIOS


«Tenemos mucho que aprender de nuestra experiencia de siglos y siglos de malentendidos con respecto a los animales. A los historiadores de la ciencia les gusta celebrar nuestros éxitos, pero creo que es igualmente importante examinar nuestros fracasos, especialmente cuando consideramos por qué la verdad puede resultarnos tan absolutamente inesperada». Así se expresa la zoóloga británica Lucy Cooke en el primer párrafo en su pliego de conclusiones que coloca, a mi entender, el broche de oro a un ensayo de divulgación científica que hace acopio de un notable gusto literario y que trata de rebatir numerosos prejuicios en torno al reino animal. Sin duda, Cooke, alumna aventajada de Richard Dawkins en la Universidad de Oxford, representa una rara avis dentro de la «especie» de los divulgadores científicos, haciendo gala de la combinación de didactismo, sentido del humor y de rigor documental, acudiendo a fuentes bibliográficas que se remontan a los tiempos en que hicieron fortuna los bestiarios y a un conocimiento de campo en torno a la temática a tratar. Al cierre de la lectura de La inesperada verdad sobre los animales (2017), editado en lengua castellana por el sello Anagrama, un servidor tiene la convicción que las enseñanzas de Mrs. Cooke mueven a la reflexión a la hora de poner en tela de juicio ciertos apriorismos modulados a partir de una visión antopomórfica de la vida. Necesariamente, debemos llegar a la conclusión que lo válido para la especie del Homo sapiens no equivale a que sea aplicable para el reino animal. De ahí que Lucy Cooke haya escogido una docena de especies distintas, creando un capítulo para cada uno de ellos en que debemos abandonar el armazón de los convencionalismos y los lugares comunes en aras a sumergirnos en un conocimiento derivado de prácticas de campo adoptados por la propia zoóloga, por colegas, por científicos de otras disciplinas o simplemente por personal de un centro dedicado al cuidado de especies en vías de extinción o de conservacionistas de un determinado enclave (remoto) del planeta tierra. Entre una veintena y una treintena de páginas oscila el espacio dedicado a cada capítulo del libro, en que la autora trata de poner en contexto la razón de ser de especies que, en la plana mayor de los casos, arrastran consigo una fama inmerecida, ya sea por el rechazo social los buites, las hienas, los murciélagos, la indiferencia los perezosos, de los que Cooke tiene a gala ser fundadora de la «Asociación de Amigos del Perezoso» (sic)— e incluso la veneración social ligada a ser un canje con «bandeja diplomática el panda. Huelga decir que la lectura de La inesperada verdad sobre los animales ahonda en la percepción que una persona con un cierto conocimiento sobre la materia había tenido en torno a los escritos sobre Historia natural anteriores al siglo XVIII, cuya autoría recayó en aristócratas con veleidades visionarias, expedicionarios de distinto pelaje y conquistadores con ínfulas intelectuales, en un acercamiento a la realidad situada a años luz de lo que hoy en día podríamos calibrar fruto de una observación medida desde el rigor científico. Así pues, en el nombre de la ciencia se hicieron auténticas atrocidades, como el de tratar de demostrar que los buitres son animales esencialmente olfativos que apenas utilizan la visión para marcar a sus presas. Cooke desmonta cada uno de estos apriorismos recurriendo en inumerables ocasiones al «comodín» de un humor nacido de un «conocimiento transversal» en numerosas materias, llegando incluso a hacer referencia a un actor porno o al acento inglés del cineasta bávaro Werner Herzog. Asimismo, no faltan las citas a un amplio muestrario de obras literarias, una de las cuales Drácula de Bram Stoker dio pávulo a la creencia que los murciélagos (uno de los capítulos más estimulantes y reveladores del presente volumen) son «chupasangre» cuando la realidad lo desmiente: solo tres de las mil quinientas censadas, a fecha de hoy, tienen inclinaciones vampíricas. En el caso de los chimpancés la especie filogenéticamente más cercana al ser humano— la literatura y el audiovisual ha ido alimentando con el devenir de los años una imagen un tanto tergiversada, formando parte de programas de estudios (seudo)académicos sobre todo a partir de los años sesenta que perseguían un ejercicio perenne de asociación con la especie humana. La mirada «antropomórfica» que descuida, una vez más, la singularidad de cada especie, aquella capaz de preservar un equilibrio con su hábitat natural. Modelos de supervivencia que encuentran en el perezoso una de sus especies más fascinantes y de la que Cooke conoce con mejor detalle, al calor de la escritura de un triple ensayo científico sobre tan curioso «personaje» sinónimo de holgazán, anterior al de la publicación de La inesperada verdad sobre los animales, camino de convertirse en un clásico en su «género». Al tiempo.              

domingo, 15 de septiembre de 2019

«LOS PARAÍSOS PERDIDOS»: A LA MEMORIA DE PEDRO HERNÁNDEZ AGUILERA


Presumiblemente, una de las etapas más críticas en el ciclo vital del ser humano sea la que se da cita al cruzar el umbral del medio siglo de existencia. En este periodo confluyen tres cuestiones que nos mueven a una reflexión medida desde la experiencia. En primera instancia, tomamos conciencia de una vida sojuzgada por el sentimiento de lo que aspirábamos a convertirnos pero la realidad nos ha llevado por otros derroteros. Un amago de frustración envuelve nuestros pensamientos cuando queda patente que el recorrido para conquistar nuestros anhelos ha quedado varado en el territorio de la resignación o, cuanto menos, del conformismo o del posibilismo. Asimismo, en ese cruce de caminos imaginario que asoma de manera inusitada al empezar a cubrir la quinta década de nuestras existencias la fatalidad de la pérdida de las personas que te dieron la vida deviene moneda de cambio común salvo excepciones. Los menos tenemos el privilegio de contar aún con la opción de compartir tiempo con nuestros progenitores, en una suerte de prórroga “divina” concebida bajo el manto de unos recuerdos cincelados de una emotividad que se dibuja en las miradas y en un esbozo de sonrisa franca. A todo ello cabe sumar un tercer elemento que emerge en el territorio de nuestros pensamientos y sentimientos al ir quemando etapas: la noción de la muerte. Tomamos conciencia que nuestra presencia (terrenal) tiene fecha de caducidad, máxime cuando nos asomamos al frontispicio de una realidad que se ha llevado por delante la vida de uno de nuestros amigos.
   Tradición obliga, mediados de septiembre sigue siendo el periodo del año en que se da inicio el curso escolar. El 15 de septiembre de 2019 regresábamos a la escuela de la Educación General Básica (EGB) varias de las personas de la «Generación del 67» (con alguna excepción, la de Carlos Ibáñez) que pasamos buena parte de nuestras infancias y los primeros estadíos de la adolescencia en les Escoles Lacinia, sito en el barrio de Santa Eulàlia de L’Hospitalet de Llobregat. Lo hicimos de una manera espontánea, inconsciente con el ánimo de honrar la memoria de nuestro querido Pedro Hernández Aguilera. El recuerdo por los tiempos vividos en aquellos años se activó a medida que nos íbamos sumando a un improvisado corrillo, en una especie de mecanismo (auto)protector que trataba de reprimir un sentimiento de dolor propio de personas que han experimentado en periodos más o menos recientes la pérdida de seres queridos. A buen seguro, Pedro hubiese querido que aquella jornada dominical donde el dolor era el sentimiento común para cada uno de nosotros, abrir de par en par la ventana del recuerdo de aquellos tiempos remotos, dejando filtrar una brisa de inocencia, camaradería y una amistad tallada sobre hierro. En ese «paraíso perdido» que se corresponde con la infancia reside para un servidor el genuino ideal de felicidad. El «plan divino» del ciclo vital registra en las fases primigenias del ser humano los mayores picos de felicidad al albur de un aprendizaje constante, el anhelo del descubrimiento a cada día vencido incluído el enamoramiento bañado de inocencia— y el fortalecimiento de unos lazos de amistad que valen para una eternidad. Al cabo, cada uno de nosotros aprendimos a volar fuera del nido. El guión de la vida nos ha llevado por caminos disímiles, pero existen señales luminosas en la cuneta que nos advierten de la pérdida de seres queridos. Un alto en el camino en el que afloran sentimientos encontrados. Acostumbrados a lidiar con los reproches, las falsas promesas, las envidias en el entorno profesional, las presiones cotidianas inherentes al mundo de los adultos, en esos puntos de encuentro que nos depara el río de la vida fruto de una amistad sin fecha de caducidad ni condicionantes de ningún tipo el tiempo parece detenerse y volvemos a la escuela primaria. Allí donde Pedro asumía el rol de «hermano mayor», dejándonos entrever la puerta de una madurez que él ya había conquistado con el físico propio de un gladiador y una voz rocosa que parecía surgida del Averno. Una voz que seguirá resonando para siempre en el hueco de mi memoria y de tantos amigos de la escuela que tuvieron el privilegio de conocer de primera mano de su bondad, franqueza y honestidad. Descansa en paz, amigo del alma.