martes, 9 de noviembre de 2021

«EL PROFESOR A. DOŃDA» (1974) de Stanislaw Lem: EL GENIO POLACO EN LA FRONTERA DEL «TEATRO DEL ABSURDO»

 

La obra traducida en lengua castellana de Stanislaw Lem (1921-2006) había permanecido un tanto dispersa en distintas colecciones de otras tantas editoriales hasta que a principios de la década pasada el sello Impedimenta anduvo resuelto a colocar la primera piedra cara una «Biblioteca Lem» habitada de piezas inéditas y reediciones de relatos y novelas con la particularidad que sus respectivas traducciones se han hecho directamente del polaco. Coincidiendo con el cumplimiento del natalicio del prolífico escritor polaco Impedimenta ha reservado el último trimestre de 2021 para dar acomodo en su exquisito catálogo, amén de la enésima reedición de Solaris (1961), a uno de sus relatos cortos El profesor A. Dońda (1974)— y a una biografía elaborada por Wojciech Orlińsky con un título Una vida que no es de este mundo (2021) suficientemente explícito en relación a su condición de una de las mentes más brillantes surgidas al inicio del siglo XXI. Al respecto, cara a la estrategia editorial pergeñada por Impedimenta sirve de “aperitivo” en este año conmemorativo del nacimiento de Lem El profesor A. Dońda, inédita por estos pagos hasta la fecha en que se nos muestra a un autor que no quiso poner freno léase (auto)limitaciones— a un humor que parece darse la mano con el «teatro del absurdo» auspiciado por Samuel Becket y Eugène Ionesco con sus propias singularidades. De algún modo, la publicación de El profesor A. Dońda gana en importancia a la hora de evaluar la amplitud de registros estilísticos y de tono a los que se encomendó Lem, jugando al “despiste” tan propio de aquellos artistas “militantes” de la ortodoxia, prestos a dinamitar espacios socorridos por los tópicos y/o las fórmulas trilladas. Fruto de su desbordante imaginación, Stanislaw Lem abrió un paréntesis en su quehacer de novelista para ofrecer a los lectores una pequeña obra que adopta el punto de vista a efectos de narrador— de Ijon Tijy para ir desgranando aspectos de la «vida y obra» del personaje epónimo. La biografía inherente a Dońda marca las pautas de la naturaleza de un relato que cuenta para la presente edición con un prólogo a cargo de Patricio Pron, pórtico de entrada a una pieza de extravagante atractivo, situada en el frontispicio de un humor que no nos debe distraer de la importancia de su carga de profundidad en forma de carácter visionario. En aquel lejano, cuando no remoto 1974, Lem ya vaticinaba la necesidad de un certificado de vacunación para poder desplazarse por un mundo cada vez más intercomunicado y sobre todo en pleno proceso de «minituarización» de un caudal de información medida en terabytes, al punto que Dońda –catedrático de Svaunética en la Universidad de Kulahari, en la república africana de Lambia— hace suya la expresión-reflexión «La computarización le retorcerá el cuello a la civilización, pero eso sí, con suavidad». Así pues, por la vía humorística coaligada con el absurdo, Stanislaw Lem dio carta de naturaleza a un relato breve que coloca en el disparadero la deriva tecnológica a la que parecía abocada nuestra civilización próximo a traspasar el ecuador de la década de los setenta y que el paso del tiempo ha venido a refrendar una vez cubierta la quinta parte del siglo XXI. Para tal menester el relato salta del continente africano al europeo y viceversa, en virtud del itinerario seguido por Dońda, cuyo nombre de pila –el de Affaidaid— se debe a un fallo administrativo, al más puro estilo Brazil (1985), la fábula cinematográfica pergeñada a partir de un libreto de Tom Stoppard, Charles McEwon y su director, Terry Gilliam. Quién sabe si Gilliam tuvo presente el contenido de El profesor A. Dońda cara a filtrar en su guion algunas de las “genialidades” de Lem, pero no extrañaría por lo que concierne a un lector compulsivo –entre otras especialidades, la ciencia-ficción especulativa y/o con resabios metafísicos— como el cineasta norteamericano vinculado temporalmente a la troupe de los Monty Python. Asimismo, imagino a Gilliam dibujando su otra faceta artística más relevante— distintas viñetas de las hijas de Muwahi Tabuhine que, una vez consumados sus respectivos matrimonios, en su conjunto, tejen una malla de conexiones entre los poderes fácticos de la nación de Gurundangu, limítrofe con Lambia donde imparte cátedra el bueno de Dońda. En última instancia, a él se debe una ley que cursa en sentido contrario a un progreso tecnológico desbocado en que la información tiene masa y tiende a ser convertida en materia. Razonamiento relativo a la ciencia marca de la casa de Lem, que combina con una diatriba en contra de gobiernos que institucionalizan el soborno al punto de crear un Banco de la Corrupción con el objetivo de ofrecer créditos a empresarios y demás personal para semejantes prácticas. En el otro extremo del cuadro opera Dońda, quien en su exilio selvático trata de dar forma a un tratado que, según Ijon, marcará un nuevo hito de una civilización que necesariamente requiere «reinventarse» sopena de quedar devorada por su propia ambición anexionada al servilismo de una tecnología que no parece tener fin.