domingo, 18 de junio de 2023

«LA CHICA QUE VIVE AL FINAL DEL CAMINO» (1974) de Laird Koenig: LA POESÍA DE LO OCULTO

 

En los orígenes como editor profesional de Enrique Redel tuvo cabida la creación del sello Opera prima en que ya podíamos advertir su excelente gusto literario. De entre los títulos que encontraron acomodo en la Editorial Opera Prima, dentro de su colección Imperdibles, figura El otro (1971), escrita por Thomas Tryon, quien sorprendió a propios y  extraños cuando colgó los «hábitos» —valga la referencia a su performance en El Cardenal (1963)— de actor y emprendió una actividad que le reportó una inusitada aureola «de culto». Publicada por segunda vez en lengua española en 2001 (tomando así el relevo de una seminal edición en el haber de Grijalbo) en el referido sello editorial, Redel rescató en 2019 El otro para que formara parte del catálogo de Impedimenta, un sello indisociable a la trayectoria profesional (y vital) del editor madrileño a partir de 2007. Cuatro años después de «resucitar» el texto de Tryon con una portada que hace referencia al film homónimo dirigido por Robert Mulligan merced a un art work, Impedimenta presenta una pieza literaria con la rúbrica de Laird Koenig, La chica que vive al final del camino (1974), hija de su tiempo y nacida bajo la influencia de The Other en no pocos aspectos. Al igual que en la novela que elevó a la condición de «escritor de culto» a Tryon, la obra pergeñada por Koenig relata una historia focalizada en un entorno rural y protagonizada por un (pre)adolescente, en este caso Rynn Jacobs, de trece años. No cabe duda que Koenig conocía al detalle la novela elaborada por Tryon, mostrando su huella no tanto por lo que concierne al personaje de Rynn —una chica, al fin y al cabo— sino en referencia al personaje (de ascendencia italiana) de Mario Podesta. Aspirante a emular a grandes referentes del mundo de la magia (y también el escapismo) como Harry Houdini, Howard Thurston o Harry Blackstone Sr., a sus dieciséis años Mario Podesta trata de ganarse el afecto de Rynn Jacobs, encomendándose ambos a reproducir viñetas propias de adultos, en que una cena íntima (regada con vino e iluminado el comedor con velas) puede servir de antesala a la culminación del acto sexual. No en vano, Mario utiliza para sus ejercicios de magia un bigote postizo, un apósito empleado por uno de los hermanos gemelos Holland en El otro, mostrando en cierta manera una «continuidad» entre el texto de Tryon y el de Koenig, más aún si cabe cuando un roedor entra en «escena» en uno de los pasajes más truculentos de La chica que vive al final del camino.      

   Pertenecientes al espectro de lo que se ha dado en denominar «American Gothic», El otro y La chica que vive al final del camino comparten además el hecho que sus sendas traslaciones a la gran pantalla fueron guiadas con un cierto sentido de la «inmediatez» sobre la base de adaptaciones de sus propios autores. No obstante, Laird Koenig, a diferencia de Tryon, quedó excluido a la hora de formar parte del equipo de producción de La chica del sendero (1976) –el título escogido para su fugaz estreno en nuestro país en salas comerciales— y de ahí que su control sobre el producto final resultara inexistente. Eso sí, Koenig pudo preservar el contenido de buena parte de las líneas de diálogo que él mismo había escrito para su segunda novela, dejando patente que Rynn Jacobs representa un espíritu libre, un verso suelto dentro de un orden establecido —con las líneas bien delimitadas entre el universo de los adultos y de los niños— verbigracia de la educación recibida por parte de su progenitor, el poeta Leslie Jacobs, quien llegó a conocer a Sylvia Plath durante el periodo que ésta compartía su vida con el también poeta Ted Hughes. Empero, el favoritismo en esta disciplina artística por lo que compete a Rynn responde al nombre de Emily Dickinson, cuyo aislamiento de la sociedad de su tiempo no la impidió manufacturar unos poemas que golpean a esos corazones solitarios, entre otras consideraciones, afligidos por la pérdida o ausencia de seres queridos. Una nota culta en referencia a Dickinson que suma en el conjunto de una proverbial novela aunque sin llegar a los niveles de excelencia de El otro— adaptada por el cinematógrafo en formato de coproducción —francocanadiense— y despuntando entre su equipo artísticotecnico Jodie Foster en la piel de Rynn Jacobs el mismo año que tributaba su nombre en los títulos de crédito de Taxi Driver (1976). Si para la producción dirigida por Martin Scorsese debieron recurrir a la hermana mayor de Jodie, Connie Foster para determinadas escenas (para no entrar en conflicto a nivel sindical ya que interpreta a una prostituta), en el caso de la pieza de culto de Laird Koenig recurrió a una historia de hermanos (gemelos) para iluminar el camino literario a recorrer y que concluyó en 1974 con su publicación en inglés. Casi cincuenta años más tarde The Little Girl Who Lives Down the Lane encuentra en la «Casa de Impedimenta» su lugar idóneo para una edición en lengua española con traducción a cargo de Jon Bilbao, otro de los autores integrado al extraordinario catálogo del sello madrileño.