viernes, 14 de mayo de 2021

«EL INVENCIBLE» (1964) de Stanislaw Lem: NAVES GEMELAS EN EL PLANETA REGIS III

 

Lejos de haber quedado relegada al olvido, la obra de Stanislaw Lem (1921-2006), en el año del cumplimiento del centenario de su nacimiento, pasa por una constante revaloración. De tal suerte, a rebujo de la certificación de su deceso Editorial Funambulista presentaba El castillo alto (1966), de raíz autobiográfica, y un par de años más tarde  una de las primeras novelas que el sello madrileño Impedimenta publicó sería El hospital de la transfiguración (1946). En esta última Lem explora en sus recuerdos de infancia, adolescencia y juventud durante la Segunda Guerra Mundial en su Polonia natal, convirtiéndose en una pieza ensayística que serviría de punta de lanza para la edición hasta la fecha de una parte considerable de su vasta obra. Con la publicación de El invencible (1964) Impedimenta puede presumir en su catálogo de contabilizar un total de once novelas, compendio de cuentos y/o ensayos cuya rúbrica corre a cuenta de Stanislaw Lem, una fuerza creadora sin igual en el espectro de los escritores de ciencia-ficción, entre otras razones merced a la combinación de su proverbial conocimiento en numerosas materias vinculadas a la ciencia (nada extraño para alguien que había cursado la carrera de medicina debiendo interrumpir sus estudios por la irrupción de la Segunda Guerra Mundial), una profunda asimilación de conceptos filosóficos y metafísicos, y un depurado estilo literario que lleva acoplada una mirada humorística e irónica desplegada con inteligencia.

    La edición de El invencible viene precedida por la publicación por parte de Impedimenta de la penúltima y última entrega de la denominada «Biblioteca del siglo XXI», esto es, Vacío perfecto (1971), Magnitud imaginaria (1973), Golem XIV (1981) y Provocación (1982). Siguiendo el mismo patrón de conducta que el procurado con esta tetralogía, Impedimenta ha recurrido a un(a) traductor(a) oriunda de Polonia –en este caso, Karatzyna Moloniewicz con el apoyo de Abel Murcia (su resultado colma todas las expectativas de excelencia)-- para la edición de El invencible, un título que hace referencia a la nave interestelar que debe ir al rescate de su «gemela» El Cóndor, cuya localización lleva a los tripulantes de la primera a poner rumbo a los confines de un ignoto planeta bautizado con el nombre Regis III. A priori, el principal escollo al que se enfrentan será la atmósfera de Regis III, compuesta por un cuatro por ciento de metano y un dieciséis por ciento de CO2, letal para el ser humano, no así para esas vidas artificiales que han ido «colonizando» espacios en la superficie de un planeta de un tamaño similar al de Marte, al punto que han seguido un proceso evolutivo que las ha convertido en indestructibles. Con vocación de entomólogo Lem atiende a observar bajo la luz de su microscopio ese universo infinitesimal donde «reinan» nanorobots capaces de combatir cualquier tentativa que invite a destruirlos. Campo abonado para que se introduzcan en el texto conceptos que en plena Guerra Fría debía sonar conforme a un eco lejano, a «música celestial», pero que empezaban a resultar familiares en los centros de investigación aledaños a las instituciones militares de los Estados Unidos y de la extinta Unión Soviética. Así pues, tres años después de haber visto publicada Solaris (1961), una de las novelas con las que no tardaría en ser asociado –sobre todo entre la cinefilia gracias a la adaptación homónima para la gran pantalla en el haber de Andréi Tarkovski— su nombre, El invencible demostró, a mi juicio, un exquisito dominio del lenguaje que sublima lo meramente descriptivo con expresiones contenidas en sus primeras páginas del tipo «una de las paredes empezó a gemir», en que otorga a la materia inanimada comportamientos inherentes al ser humano en su afinación alegórica y/o metafórica. Una buena manera de preparar al lector de cara a los dos últimos tercios de una novela, en que la vida artificial y la biológica queda separada por una línea difusa en el planeta Regis III, tributando una noción de evolución aplicada a nanorobots que conforman un enjambre infinito con un revestimiento morfológico pareja a la de determinados insectos. No cabe duda, pues, que El invencible contribuyó a abonar el camino para la confección de otros relatos vinculados a la fantaciencia en que los conceptos de antimateria, homeóstasis o nanorobots, entre otros, ya formarían parte integral de sus enunciados, dejando así la puerta entornada para que avispados guionistas cinematográficos pescaran en esos caladeros literarios a la búsqueda de ideas o nociones que jugaran a favor de la confección de una historia «original».