martes, 31 de agosto de 2021

«LA DESAPARICIÓN DE ADÈLE BEDEAU» (2014), de GRAEME MacRAE BURNET: CITA EN SAINT LOUIS

 

«Todo es verdad pero nada es exacto»

Prólogo de Pedigrí (1948) de Georges Simenon

 

No son pocas las novelas que han favorecido a su culto la inclusión de un capítulo final o epílogo que por una serie de avatares editoriales fueron excluidos para su edición en algunos países en otra lengua o bien en la misma lengua primigenia. Cabe recordar, al respecto, lo acontecido con La naranja mecánica (1962) de Anthony Burgess o Picnic en Hanging Rock (1967) de Joan Lindsay, cuyo último capítulo —el XVIII— quedó excluida en su primera edición en lengua castellana a cargo del sello Impedimenta. La misma editorial ha considerado en tiempos de pandemia publicar La desaparición de Adèle Bedeau (2014) que contiene en su epílogo un motivo adicional para elevarlo a los altares de las obras de culto, provocando un inesperado giro que una simple búsqueda a través del navegador de internet deja patente el «juego» propuesto por su autor, Graeme MacRae Burnett (n. 1967). El mismo apunta hacia una ensoñación a la que suelo referirme con el término anglosajón «Walter Mitty idea» en que Raymond Burnet, hijo único oriundo de St, Louis y huérfano de padre al cumplir los diecisiete años llegó a confeccionar una pieza teatral que apenas fue representada sobre los escenarios y una obra literaria, La disaparition d’Adèle Bedeau que cursó en librerías a principios de los ochenta gracias al empeño de una modesta editorial. Al cabo, entra en escena Claude Chabrol (1930-2010), uno de los representantes de la nouvelle vague, quien descubre la novela en una tienda de viejo y decide adquirir los derechos de explotación cinematográfica por una módica cantidad. A finales de la década resuelve rodarla con Isabelle Adjani un valor en alza por aquel entonces entre su equipo artístico. Al visionar el film en la gran pantalla Raymond Burnett se muestra profundamente decepcionado, sobre todo por el tratamiento dado a Manfred Baumann. Personaje depresivo y poco sociable por naturaleza, Burnett decide echar el cierre a su vida en similares términos a cómo lo hace Baumann en su única novela. En este epílogo de pura ensoñación Graeme MacRae Burnet a buen seguro tuvo en mente a otro escritor con tres «nombres», John Kennedy Toole (1937-1969). Raymond Burnet y Kennedy Toole coinciden en una infancia y adolescencia marcada por el sentimiento de soledad, el poderoso ascendente maternal, el refugio de la lectura y de la escritura como válvula de escape y la dificultad por relacionarse con mujeres que abonaron el terreno de la homosexualidad, aunque sin resultar un diagnóstico concluyente. Empero, a Burnet y Kennedy Toole les diferencia que mientras el primero llegó a ver publicada en vida su única novela, al segundo su opera prima fue rechazada sistemáticamente por un buen puñado de editoriales a lo largo de los años 60. Tras su suicidio, la madre de John rescató el manuscrito y con el auxilio de un amigo de su hijo logró que en 1980 una editorial se interesara en publicarlo. Su título es bien conocido por el aficionado a la literatura: La conjura de los necios (1982). Seis años más tarde el cinematógrafo brindó una adaptación que contribuyó a seguir despertando interés por la novela seminal cara a nuevas generaciones.

     Hubiese sido estimulante contemplar en la gran pantalla una versión de La deaparición de Adèle Bedeau bajo la dirección del prolífico Claude Chabrol, quien a buen seguro hubiese consultado su particular Biblia, la Guía Michelin, para ver qué restaurantes obtenían mejor puntuación en Saint. Louis o Estrasburgo, y de paso tomar algunos apuntes (mentales) para la recreación de uno de los escenarios principales que se dan cita en la novela, el restaurant de La Cloche. Pero ese placer queda absolutamente fuera del alance de la realidad al saberse fallecido Chabrol en 2010, cuatro años que Graeme MacRae Burnet publicara a los cuarenta y seis años su primera novela, auténtica cátedra de aquella literatura que sabe perfilar una narración sin epatar al lector, decidido a contarnos una historia en que se cruza lo detectivesco, lo psicológico y el drama humano en un espacio temporal que nos retrotrae presumiblemente a los setenta u ochenta del siglo pasado. En este sentido, Graeme Macrae Burnet nos ofrece pocas pistas que tan solo la perspicacia del lector es capaz de resolver. En cierto sentido, se trata de una novela que nos recuerda lecturas de tiempos pretéritos en que los teléfonos móviles, las tablets y los ordenadores no se configuran en el espacio de una historia arbitrada bajo el concepto de coypcat, en que el inspector Gorski deviene el sabueso que debe desentrañar el autor responsable de la desaparición de la niña Adèle Bedeau y asimismo de una joven llamada Juliette Hurel cuyo cuerpo inerte encuentran flotando en el río Rin, en las inmediaciones de Saint Louis. Graeme Macrae Burnet consigue con ello una prodigiosa obra que atrapa hasta su desenlace final y para degustar en la hora del té o del café un bonus en forma de epílogo en que el autor de Un plan sangriento (también publicada por Impedimenta) nos obsequia con una «bufonada» complementada con la campaña promocional de la novedad editorial a cuenta de Impedimenta que incluye la difusión en redes sociales de un tráiler de un film… inexistente. Touché.