Fruto de la casualidad o de la
intencionalidad, el sello barcelonés Ático de los libros reservaría para la
obra número treinta y cinco de su catálogo el título El zorro en el ático (1961), un titulo que ya encierra una enmienda
a lo metafórico para el que sería el tercero de los libros de su autor, Richard
Hughes (1900-1975). Desde que me asomé a su bautizo literario con Huracán en Jamaica (1927), en su edición a cargo de Alba, adaptada el
cabo de los años por el norteamericano de ascendencia escocesa Alexander
Meckandrick —después de varias tentativas frustradas, que incluía el proyecto
de dirigirla Peter Ustinov—, tuve la fijación de regresar sobre el universo de
su autor, Hughes, aunque el abanico de las opción se reducía a tan solo tres títulos
más. Pese a haber vivido tres cuartos de siglo, las razones del porqué de la
baja producción literaria de Hughes deben atribuirse esencialmente a su
necesidad, casi imperiosa, por cocer
a fuego lento cada uno de sus proyectos literarios, máxime si se trata de una
ambiciosa trilogía bajo el genérico «La
condición humana», que tan solo llegaría a completar las
dos primeras partes. El punto de parte de la trilogía ordeñada por Hughes se
corresponde con el título que figura al inicio de este texto, el de El zorro en el ático, cuya salida al
mercado coincidiría con una recuperación de la memoria histórica sobre el
nazismo en razón de la divulgación de una pieza cinematográfica, Vencedores o vencidos /El juicio de Nüremberg
(1961), que ganaría a la comprensión sobre la realidad de un periodo
particularmente oscuro de la historia contemporánea en el viejo continente. El
juicio celebrado en la ciudad bávara puso de relieve las atrocidades guiadas bajo la
tutela de manos medios y la cúpula del régimen nazi, aunque los abogados
defensores de los acusados trataban de presentar a algunos de estos
representantes de la jerarquía militar y política del alemán con la piel de
cordero, eso sí pero en sus entrañas aullaba
el sonido sordo de lobos o zorros que perseguían en su fuero interno un cambio
de status quo de Alemania tras la
complicada situación de índole económico que atravesaban (la inflación se
disparó, los suelos y las pensiones iban a la baja, las tasas de paro
crecieron) pero también relativa a la identidad nacional que padecían gran
parte de su población. Aquellos barros (la derrota sufrida por Alemania durante la Primera Guerra Mundial) derivarían en esos lodos que propiciarían una
revuelta popular cuyos hilos manejaban militares y políticos con un complicado
encaje en las estructuras de gobierno de lo que se dio en llamar la República del Weimar. Baviera
concentró en primera instancia esos movimientos de rebeldía que Richard Hugues
dedica varias páginas de su libro invadida de un propósito de thriller, tocada
con un halo de misterio que no cierra las puertas a una disposición narrativa
netamente encarada a establecer alegorías, por ejemplo, entre la ceguera
progresiva que padece Mitzi —su prima y, a la par objeto de deseo de Augustine,
un representante de la aristocracia británica acusado del asesinato de una niña
en su país natal, que echa tierra por medio y decide instalarse en la Alemania de entreguerras—
que nos habla, entre líneas, de un país germano que se tapa las vendas mientras
Adolf Hitler, cuál flautista de Hamelín, va reclutando adeptos para la causa
del nazismo. La lectura de El zorro en el
ático representa una de las novelas de carácter histórico que mejor nos
ayudan a entender ese lento proceso de conquista de una mentes atacadas por
numerosos problemas (las carencias económicas, quizás en primer término) hasta
desembocar en una alienación guiada por un sentimiento patriótico y de
reconstrucción de la que será una nueva Alemania, con un punto final de una
primera etapa trazada en el imaginario de Hitler y sus acólitos con el
alzamiento del nacionalsocialismo en 1933. Ese fondo histórico lo maneja con
solvencia Hughes, quien invirtió ingentes horas en documentarse sobre el
periodo, con algún que otro aporte en forma de testimonio directo, en especial,
de ese Adolf Hitler cuyo ego parecía emanar de una fuerza interior de
naturaleza desconocida. Un personaje con unos trazos psicológicos que no
escapan a la necesidad de Hughes por encontrarle acomodo a la hora de trenzar
una historia que combina elementos ficticios y reales. A veces el lector puede
tener la sensación que Hughes introduce esos personajes ficticios conforme a
simples intrusos para sacar a la palestra su verdadero objetivo, el de ir
conformando un tejido de personajes interrelacionados con su propia problemática
incorporada, para así ofrecer una orientación lo más apegada a la realidad de
ese mundo que caminaban con decisión, paso firme, hacia una “reinvención” de
Alemania bajo las directrices del nazismo. El huevo de la serpiente estaba a
punto de entrar en una nueva fase, la que supuso su salida del cascarón y de la
que Hugues, doce años de haber entregado la primera parte de su ambiciosa
trilogía, cursaría la entrega de una segunda, The Wooden Shepherdess (1973), que a buen desde Ático de los Libros
tienen en perspectiva para 2016 su publicación, no sin antes evaluar el
refrendo que haya obtenido una obra de arte confeccionada por un autor de culto
cuyas velas repletas de talento se desplegarían para acomodar una historia
ubicada en un mar embravecido donde resuenan de fondo, en los claros de bosques frondosos del país germano, los cánticos alemanes procurados, entre otros, por un joven e impetuoso Joseph Goebbles, a
la búsqueda de redefinir un sentimiento identitario.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
sábado, 21 de noviembre de 2015
«EL ZORRO EN EL ÁTICO» (1961), de Richard Hughes: PRIMER MOVIMIENTO DE UNA OPUS MAGNA INCOMPLETA
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