sábado, 21 de noviembre de 2015

«EL ZORRO EN EL ÁTICO» (1961), de Richard Hughes: PRIMER MOVIMIENTO DE UNA OPUS MAGNA INCOMPLETA

Fruto de la casualidad o de la intencionalidad, el sello barcelonés Ático de los libros reservaría para la obra número treinta y cinco de su catálogo el título El zorro en el ático (1961), un titulo que ya encierra una enmienda a lo metafórico para el que sería el tercero de los libros de su autor, Richard Hughes (1900-1975). Desde que me asomé a su bautizo literario con Huracán en Jamaica (1927), en su edición a cargo de Alba, adaptada el cabo de los años por el norteamericano de ascendencia escocesa Alexander Meckandrick —después de varias tentativas frustradas, que incluía el proyecto de dirigirla Peter Ustinov—, tuve la fijación de regresar sobre el universo de su autor, Hughes, aunque el abanico de las opción se reducía a tan solo tres títulos más. Pese a haber vivido tres cuartos de siglo, las razones del porqué de la baja producción literaria de Hughes deben atribuirse esencialmente a su necesidad, casi imperiosa, por cocer a fuego lento cada uno de sus proyectos literarios, máxime si se trata de una ambiciosa trilogía bajo el genérico «La condición humana», que tan solo llegaría a completar las dos primeras partes. El punto de parte de la trilogía ordeñada por Hughes se corresponde con el título que figura al inicio de este texto, el de El zorro en el ático, cuya salida al mercado coincidiría con una recuperación de la memoria histórica sobre el nazismo en razón de la divulgación de una pieza cinematográfica, Vencedores o vencidos /El juicio de Nüremberg (1961), que ganaría a la comprensión sobre la realidad de un periodo particularmente oscuro de la historia contemporánea en el viejo continente. El juicio celebrado en la ciudad bávara puso de relieve las atrocidades guiadas bajo la tutela de manos medios y la cúpula del régimen nazi, aunque los abogados defensores de los acusados trataban de presentar a algunos de estos representantes de la jerarquía militar y política del alemán con la piel de cordero, eso sí pero en sus entrañas aullaba el sonido sordo de lobos o zorros que perseguían en su fuero interno un cambio de status quo de  Alemania tras la complicada situación de índole económico que atravesaban (la inflación se disparó, los suelos y las pensiones iban a la baja, las tasas de paro crecieron) pero también relativa a la identidad nacional que padecían gran parte de su población. Aquellos barros (la derrota sufrida por Alemania durante la Primera Guerra Mundial)  derivarían en esos lodos que propiciarían una revuelta popular cuyos hilos manejaban militares y políticos con un complicado encaje en las estructuras de gobierno de lo que se dio en llamar la República del Weimar. Baviera concentró en primera instancia esos movimientos de rebeldía que Richard Hugues dedica varias páginas de su libro invadida de un propósito de thriller, tocada con un halo de misterio que no cierra las puertas a una disposición narrativa netamente encarada a establecer alegorías, por ejemplo, entre la ceguera progresiva que padece Mitzi —su prima y, a la par objeto de deseo de Augustine, un representante de la aristocracia británica acusado del asesinato de una niña en su país natal, que echa tierra por medio y decide instalarse en la Alemania de entreguerras— que nos habla, entre líneas, de un país germano que se tapa las vendas mientras Adolf Hitler, cuál flautista de Hamelín, va reclutando adeptos para la causa del nazismo. La lectura de El zorro en el ático representa una de las novelas de carácter histórico que mejor nos ayudan a entender ese lento proceso de conquista de una mentes atacadas por numerosos problemas (las carencias económicas, quizás en primer término) hasta desembocar en una alienación guiada por un sentimiento patriótico y de reconstrucción de la que será una nueva Alemania, con un punto final de una primera etapa trazada en el imaginario de Hitler y sus acólitos con el alzamiento del nacionalsocialismo en 1933. Ese fondo histórico lo maneja con solvencia Hughes, quien invirtió ingentes horas en documentarse sobre el periodo, con algún que otro aporte en forma de testimonio directo, en especial, de ese Adolf Hitler cuyo ego parecía emanar de una fuerza interior de naturaleza desconocida. Un personaje con unos trazos psicológicos que no escapan a la necesidad de Hughes por encontrarle acomodo a la hora de trenzar una historia que combina elementos ficticios y reales. A veces el lector puede tener la sensación que Hughes introduce esos personajes ficticios conforme a simples intrusos para sacar a la palestra su verdadero objetivo, el de ir conformando un tejido de personajes interrelacionados con su propia problemática incorporada, para así ofrecer una orientación lo más apegada a la realidad de ese mundo que caminaban con decisión, paso firme, hacia una “reinvención” de Alemania bajo las directrices del nazismo. El huevo de la serpiente estaba a punto de entrar en una nueva fase, la que supuso su salida del cascarón y de la que Hugues, doce años de haber entregado la primera parte de su ambiciosa trilogía, cursaría la entrega de una segunda, The Wooden Shepherdess (1973), que a buen desde Ático de los Libros tienen en perspectiva para 2016 su publicación, no sin antes evaluar el refrendo que haya obtenido una obra de arte confeccionada por un autor de culto cuyas velas repletas de talento se desplegarían para acomodar una historia ubicada en un mar embravecido donde resuenan de fondo, en los claros de bosques frondosos del país germano, los cánticos alemanes procurados, entre otros, por un joven e impetuoso Joseph Goebbles, a la búsqueda de redefinir un sentimiento identitario. 

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