Debo
confesar que la lectura de Un hombre con
atributos (2011), publicada el año pasado por el sello Impedimenta, me dejó
un tanto descolocado y, a la par, intrigado. A la conclusión de la misma no
parecía dar crédito que su autor, David Lodge (n. 1935), abordara una suerte de
biografía sobre H(erbert) G(eorge) Wells (1886-1946) centrado en aspectos que
competen a su sexualidad, ya bien sea dentro o fuera del matrimonio, sin
menoscabo a detallar cuestiones relativas a su prolífica obra literaria. Por
ello, al conocer a principios de este 2020, que pasará a los anales por «paralizar» al mundo verbigracia de un
virus (bautizado con el nombre COVID-19) —como si se tratara de un relato de
fantaciencia servido por el ingenuo de H. G. Wells— de la publicación por parte
de la misma editorial de otra novela cortesía de David Lodge decidí de
inmediato emprender su lectura. A pesar que la distancia temporal entre ambas
piezas literarias es considerable —casi treinta años—, Lodge ya deja
constancia en How Far Can You Go? una
cierta comodidad a la hora de recrear esos espacios de intimidad, en que la
sexualidad adopta prismas muy distintos. Por regla general, Impedimenta respeta
el título original de cada una de las obras que jalonan su primoroso catálogo,
pero la expresión en interrogativa formulada en el título de la cuarta de las
novelas de Lodge ha sido modificado (creo que con buen criterio) por el título Almas y cuerpos, quizás teniendo en
mente el escueto título de Hijos y
amantes, de D. H. Lawrence, un autor al que se hace referencia en el
presente libro sobre todo en relación a una de sus piezas más controvertidas, Los amantes de Lady Chaterley. Ésta
deviene una de las «balizas» —léase piezas literarias
(además de una de las Opus magna de
Lawrence, relatos de Graham Greene), obras cinematográficas (La ronde de Max Ohüls
o el clásico del cine erótico Garganta profunda) o grupos musicales (los
Beatles)—que coloca Lodge de manera estratégica en las páginas del libro de
cara a ir tejiendo un relato de fuerte calado sociológico que sirve de telón de
fondo a la hora de reseguir las vidas de Polly, Dennis, Ruth, Angela, Adrian,
Violet y Miles. Estos son los «cuerpos» de un relato que parte de
un tronco común —una educación religiosa afín a la doctrina católica, a imagen
y semejanza de la que había conocido en primera persona el propio Lodge en su
Inglaterra natal— y que va adoptando «almas» disímiles con el curso de
los años. Tantas «almas» como personajes
principales recorren una pieza literaria en la que Lodge exhibe una caligrafía
precisa y, a la par, elegante, que encuentra en el pasaje presto a describir la
tragedia que asola al matrimonio formado por Angela y Dennis, uno de esos
instantes en que el corazón del lector tiende a encogerse. Un episodio
localizado una vez superado el ecuador del libro que puede coger al lector con
la guardia baja, dejando al descubierto una tragedia familiar con ribetes de
melodrama. Esa misma guardia baja que valdría para definir el estado en que
Dennis se encontraba cuando tuvo conocimiento que su hija Nicole padece el
síndrome de Down —en aquellos años sesenta se la conocía por el término «mongolismo»— y su reacción al corto
plazo es la de alejamiento y culpabilidad. Presumiblemente, la historia de
Angela y Dennis hubiese valido para ser el eje de una novela con tintes
folletinescos, en que uno de sus episodios finales razona sobre la infidelidad
y la posterior reconciliación de la pareja, pero Lodge prefirió armar una
historia coral que explora en los sentimientos más recónditos del alma de un grupo de jóvenes que conviven
con sus propias dudas, contradicciones en relación a una fe que les había sido
impuesta desde temprana edad en aras a una tradición religiosa que tiene en el
aborto uno de sus principales caballos de batalla. Así pues, en esa dicotomía
entre las creencias religiosas y la necesidad de adaptación a los nuevos
tiempos —la liberación sexual situada como uno de los elementos que vertebran
la realidad sociológica de los años sesenta— discurre esta pieza literaria
manufactura con conocimiento de causa por parte de su autor, a quien le
aguardaba en el amanecer de los años ochenta un horizonte profesional surtido
de novelas en que la fina línea que separa lo real de la ficción deviene en su
caso más aún si cabe imperceptible. A la espera de regresar pronto sobre su
obra rescato, al vuelo, algún que
otro párrafo de Almas y cuerpos con
carga de profundidad: «No tiene nada de raro que los sacerdotes quieran casarse, ¿verdad? En
los viejos tiempos, por lo menos creían que iban a ir al cielo antes que los
demás, que pasarían menos tiempo en el purgatorio. Renunciaban a los placeres
de este mundo para obtener una recompensa en el siguiente. Dios les ponía una
medalla en el pecho. Ese era el sistema que usaban para fomentar las vocaciones
religiosas en el colegio. Ahora que todo se considera mitología, los sacerdotes
deben de preguntarse a cambio de qué han renunciado al sexo». En virtud de lo desvelado
desde que apareciera en el mercado editorial la cuarta novela de Lodge,
siguiendo el dictado de su título original, ¿cuán
lejos han ido una parte significativa de los representantes del clero a la hora
de dar rienda suelta a sus deseos carnales? Una cuestión, la de la
pederastria, que podría ser abordada en una hipotética segunda parte de Almas y cuerpos que transcurriera entre
el periodo de Juan Pablo I y el de Papa Francisco al frente de la curia vaticana.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
domingo, 29 de marzo de 2020
«ALMAS Y CUERPOS» (1980), de David Lodge: LAS CHICAS (Y LOS CHICOS) DEL CALENDARIO
jueves, 5 de marzo de 2020
LA CIUDAD DE CRISTAL» (2020), de Isabel Greenberg: EL UNIVERSO ILUSTRADO DE LOS HERMANOS BRONTË
Entre
editoriales que operan desde un agudo sentido de la ética suele establecerse un pacto tácito de respetar, en la medida de lo posible, que un autor/a quede
vinculado a un determinado sello. No es menos cierto que Impedimenta, a los
largo de sus más de una docena de años de existencia, ha hecho bandera de su
anglofilia, sin menoscabo a ir sembrando su catálogo de piezas literarias
provenientes del continente europeo, de Sudamérica, Centroamérica, los Estados
Unidos, Canadá y Australia, entre otros espacios de la geografía mundial. Una
bandera, la de la anglofilia, que corre pareja a dar voz –quizás más que ningún otro sello, dejando al margen aquellos
que practican sistemáticamente la discriminación positiva a favor de un
determinado género identitario—a escritoras con mayúsculas. En esta tesitura,
tarde o temprano debían ganar presencia en el excelso catálogo de Impedimenta
las hermanas oriundas de Yorkshire que en cierta manera marcaron el camino a
seguir a escritoras pertenecientes a generaciones venideras. Bien es cierto que
las obras más relevantes de las Brontë han sido publicadas por distintos sellos
con mención especial al desempeño profesional de Alba Editorial y Mondadori
dentro de su desafortunadamente desaparecida colección consagrada a los
clásicos. Asimismo, cabe destacar que algunas de las obras de adolescencia y de
juventud de las hermanas Brontë se han dado por desaparecidas, estrechando de
esta forma aún más si sabe el margen de maniobra para que Impedimenta
contemplara en algún momento de su historia
la recuperación de textos que llevaran la rúbrica indistintamente de Charlotte
(1816-1865), Emily (1818-1848), Anne (182’-1849) e incluso del único hermano,
Brandell Brontë (1817-1848). Llegados a este punto, presumo que devino providencial la
propuesta formulada por Isabel Greenberg al sello inglés Jonathan Cape y a
Impedimenta —operando en ámbitos geográficos y lenguas distintas— para publicar un libro
ilustrado que cubriera uno de los aspectos más desconocidos de los Brontë,
aquel centrado en la construcción de un mundo imaginario que responde al
genérico «Glass Town». Al tirar del hilo de ese
universo nacido a partir del regalo que hizo el patriarca Patrick Brontë —una
docena de soldaditos— en diciembre de 1826 a sus vástagos, encontramos algunos
de los elementos que, años más tarde, contribuyeron a configurar relatos como Cumbres borrascosas, Jane Eyre o La dama de Widfell. De ahí la importancia que cobra el volumen La ciudad de cristal, desplegando a lo
largo de sus doscientas veinticinco páginas una aproximación a ese espacio tan poco
transitado en cuanto a ediciones en papel pero también a nivel cinematográfico
–pienso en la propuesta llevada a cabo por André Techiné a finales de los años
setenta, en que el foco temporal se sitúa cuando los hermanos Brontë se sitúan
en la franja de la mayoría de edad, aunque ninguno de ellos alcanzó los
cuarenta años (Charlotte se quedó a las puertas)— hasta la fecha. Vestida con los colores propios esa época —o la idea que podemos extraer de los mismos a
través de los daguerrotipos, lienzos o cuadros que aún se siguen conservando—,
con predominios de los tonos terrosos y azules que contrastan con los que
podemos observar al mirar al cielo en un día soleado, la obra Isabel Greenberg
expresa a cada página que pasamos la noción de (rei)vindicación del legado de
los Brontë y, al mismo tiempo, sirve a la causa para ir sumando potenciales
lectores en prosa y en verso. Se trata de uno de los principios activos en esa «casa Madre» de la excelencia, del buen
gusto como deviene Impedimenta, aquella de índole educativo/formativo capaz de
no descuidar la necesidad de atraer la atención de lectores entre los más
jóvenes, una vez liberados, ni que
sea por unas horas de asueto durante la semana, de las garras de una tecnología que todo lo puede. Si es así, con la nueva
propuesta de Impedimenta para el primer trimestre de 2020 —coincidiendo con el
doscientos aniversario del nacimiento de Anne Brontë, relegada a la sombra de
sus hermanas mayores Emily y Charlotte— podemos penetrar en el país imaginario
de Glass Town, al que le saldría la competencia de Angria y Gondal. En los
mismos Charlotte, Branwell, Emily y Anne encontrarían en los dominios del monte
Atos sus avatares en Tallis, Brannio, Emmio y Annio, respectivamente. Meses
antes de fallecer Branwell y Emily en 1847, cesó la actividad de la «ciudad de cristal». Charlotte Brontë, la
autora de Jane Eyre, pasó los últimos seis años de su vida sin la compañía de la totalidad de sus hermanos. Ella protagoniza las
últimas páginas de esta preciosa obra ilustrada antes de ceder el testigo a un
epílogo manuscrito, invitación expresa a seguir alimentando el interés por los
Brontë, ya en su formato de piezas literarias que siguen ganando terreno a la
inmortalidad.
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