Resulta curioso y hasta cierto punto
sorprendente que la ciudad de Montreal tenga a dos de sus más (re)conocidas
ciudadanas a mujeres con idéntico nombre y apellido. A buen seguro, la
escritora Martine Desjardins (n. 1957) se toma el hecho que tenga una “rival
nominal” —la activista política nacida en la capital del Québec en 1981— con
ese sentido del humor tan particular —que transita por el arco de distintos
tonos oscuros— que muestra en su quinta pieza literaria, La cámara verde (2017), editada por primera vez en lengua
castellana gracias al sello Impedimenta. Asimismo, la confusión puede darse en
relación a este título, idéntico —en su original: La chambre verte— al film dirigido por François Truffaut en 1978 —completando
así el denominado «Ciclo de las velas»— a partir de diversos
relatos escritos por Henry James. Este último contribuyó sobremanera a la
literatura gótica con piezas como Otra
vuelta de tuerca, de cuyo inmueble principal —un imponente castillo victoriano— Martine
Desjardins (escritora) toma el molde para crear una ficción literaria con la
peculiaridad que acontece en Montreal en el periodo presente y hace del humor
negro una carta abierta a que el lector transite por sus páginas esbozando una
media sonrisa.
Sobrepasado
con creces el centenar de libros publicados, a fecha de hoy, por Impedimenta,
si desplegáramos un virtual mapamundi para ubicar el origen de los autores que
forman parte de este suculento catálogo la “plaza” de Canadá quedaría cubierta
por Martine Desjardins con esta delicatessen
que se lee con fruición, asomando un timbre propio que, si acaso, recuerda
de soslayo la literatura de David Nobbs (un nombre alineado geográficamente con
multitud de escritores en la “casilla” de Gran Bretaña; no en vano, una de las
señas de identidad de Impedimenta) en esa descripción de personajes reglados
por conductas esquivas a la ortodoxia, y Jane Austen, Penelope Fitzgerald o Stella Gibbons cuando el
foco se concentra en el personaje de Penny Sterling, la mecha que prende para que estalle en mil pedazo el (des)orden que
impera en la hacienda de los Delmore, una «familia Monster» con acento quebequés. Horneada a fuego lento
verbigracia de una narradora que bien hubiera podido formar parte del gremio de
escritores con sello so british, La cámara verde hace del humor negro su
estilete en un espacio invadido por una familia que trata de sacar tajada de la
posibilidad que uno de sus miembros contraiga matrimonio con Penny Sterling, un
nombre que adopta un doble significado vinculado con ese “principio activo” (el
dinero) inspirador de una especie de congregación de corte sectario con
domicilio fiscal en la cámara verde de marras. En las páginas dedicadas a
pormenorizar las cuestiones que implican a esta congregación familiar —Diana Arbus
hubiera tenido material de sobras para ampliar su catálogo fotográfico de
personajes freakies, en singular las hermanas Mórula, Glástula y Blástula (sic),
auténtico compendio de lo “antifemenino”— en que el Dinero se revela un Bien
supremo, objeto de adoración y sujeto a un mandamiento de obligado cumplimiento
sopena de adoptar medidas drásticas por parte del patriarca Louis-Dollar (otro
apellido con intencionalidad "redoblada"), Martine Desjardins eleva la mirada por
encima de ese ejercicio de descripción de ambientes y de presentación de
personajes que hacen acto de presencia en la primera parte del libro. El ardid que se dibuja en las páginas finales no es más que la
constatación de la habilidad de Martine Desjardins por conducirnos hacia los
derroteros de una literatura barnizada de ironía, con apremio a que el lector
sienta compasión por esos personajes desnortados, cuando no yendoal precipicio moral e imaginario.
Presumiblemte, La cámara verde
sea el punto de partida por parte de Impedimenta para que integre algunos de
los otros títulos de la autora canadiense a su selecto catálogo, con especial
atención por Maleficium (2009),
incursión en la novela fantástica que, a buen seguro, despertará la curiosidad
de muchas aficionados a este género literario. Por esta pieza Desjardins
recibió el premio Jacques Brossard, distinción que ha repetido con La chambre verte, una de esas apuestas
que permiten descubrir un talento literario indiscutible, que realiza
inserciones en la piel humana de una innoble familia canadiense empleando a
modo de cutícula un humor de exquisita finura y precisión en su lenguaje, no
exento de expresiones (por ejemplo, “pimplar”) captadas a ras de calle.
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