domingo, 18 de marzo de 2018

«BIG LITTLE LIES» (2017, Primera temporada): VIVIENDO EL SUEÑO AMERICANO


Aún no tenemos la perspectiva suficiente para evaluar al detalle la realidad de lo acontecido en la pequeña pantalla con el advenimiento del nuevo milenio. En esta Golden Age of Television que seguimos disfrutando por lo que concierne a las (mini)series de televisión de ámbito anglosajón, en el que presumo podría ser un ensayo que cubriera el primer cuarto del siglo XXI, al atender a propuestas en que la mujer jugara un papel preponderante, sin duda, destacaría con luz propia Big Little Lies (2917-       ), nacida de una novela homónima escrita por Liane Moriarty. Al igual que su hermana mayor Jacyln, Liane Moriarty es nativa de Australia, el país donde su coetánea Nicole Kidman empezó a consolidar una trayectoria cinematográfica que se cuenta entre las más sólidas y ricas entre las actrices de su generación. Cumplido el medio siglo de existencia, Kidman precisamente asumiría el rol de Celeste Wright, uno de los personajes medulares de la novela de Liane Moriarty, que el año pasado tuvo traducción en la pequeña pantalla en forma de serie televisiva, a razón de siete episodios por temporada, por debajo de la media de capítulos librados en una serie estándart. David A. Kelley, el showrunner de Big Little Lies y, a la sazón esposo de Michelle Pfeiffer, tuvo fundamentados motivos para no tentar en demasía la suerte, dejando que siete episodios supusiera el número idóneo para cerrar una first season con un denominador común en su cuadro interpretativo con un diáfano acento femenino Nicole Kidman, Reese Whiterspoon, Shailene Woodley y Laura Dern, además de contar con la participación de un único director, el quebequés Jean-Marc Vallée. Cineasta del que no faltan en su filmografía títulos que proyectan una imagen moderna y reivindicativa del papel de la mujer en el seno de la sociedad actual –Alma salvaje (2014) podría entenderse conforme a su máxima expresión a través del personaje encarnado por la propia Whiterspoon y favorable a la causa del movimiento LGTBI la oscarizada Dallas Buyers Club (2013), Vallée ha sabido conducir con buen pulso esta función televisiva que arranca con unos soberbios títulos de crédito en que las imágenes y el tema Cold Little Heart de Michael Kiwanuka fusionan un idéntico sentimiento de hedonismo. Vidas transitadas por la lujuria, la joir de vivre y la sofisticación, pero que por debajo de su superficie esconde una realidad que mueve a la inquietud, cuando no a la desesperanza y a un temor fundado.
    Para Nicole Kidman Big Little Lies ha comportado el retorno al espacio televisivo donde había sido observada con lupa a propósito de su intervención en la miniserie Hotel Bangkok (1989), en la antesala de su eclosión a escala internacional con Calma total, rodada ese mismo año con bandera australiana. En las postrimerías del siglo XX Kidman tocaría el cielo interpretativo de la mano de Stanley Kubrick con su sensacional composición en Eyes Wide Shut (1999), la obra póstuma del realizador norteamericano que sería materia de estudio obligada por Vallée a la hora de encarar un high point en el desarrollo dramático de la primera temporada de Big Little Lies. Éste se daría a la altura del tercer episodio, Living the Dream, en que Celeste y su pareja Perry Wright (Alexander Skarsgård) acuden a una cita con una psicóloga especializada en parejas en crisis que requieren de ayuda “externa” para sacar a flote un matrimonio que va a la deriva. Previamente, asistimos a la escena en que Perry viola a su propia esposa, dejando a las claras el perfil de un hombre posesivo que teme perder su “bien” más preciado, constantemente sometida a la mirada de varones, pero también de aquellas féminas. Una escena que cobra una inusitada fuerza al prender junto a la llama musical de la canción Helpless, obra de Neil Young. Vallée volvería a recurrir al cancionero de su compatriota para uno de los postreros episodios de la primera temporada de la serie de marras, en aquella escena donde un desolado Perry quien combate con sus demonios interiores en un intento por apaciguar sus reacciones irracionales— trata de encontrar un oasis de tranquilidad en la lujosa cocina de su inmueble de Monterrey al compás del Harvest Moon. Precisamente otra apelación al planeta identificado más cercano a la órbita terrestre, aparece en el título de la producción cinematográfica que  sirvió de carta de presentación de Whiterspoon, Man on the Moon (1991), un majestuoso drama sobre el despertar de la sexualidad en los páramos de Louisiana, en un ámbito rural que ejerce un enorme contraste con los dominios de ese pueblo costero de California privativo de la clase alta. Allí donde emerge la menuda figura de una actriz como Whiterspoon veintiséis años después de su debut guiado por el tacto de Robert Mulligan. Un film que comportaría el cierre de la selecta filmografía de Mulligan y el inicio de la correspondiente a Whiterspoon, uno de los vértices que sustentan una magnífica serie donde ese mar que baña las costas de Monterrey procura turbulencias por debajo de ese manto gris de aparente calma. Cabe, pues, aguardar a la segunda temporada ya con la presencia de Meryl Streep en el rol de la madre de Perry—para ir calibrando la importancia de Big Little Lies en la Golden Age of Television en su aportación a un discurso de corte feminista pero no observado desde los estratos más marginales de la sociedad sino más bien al contrario.      

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