En el colmo de la desfachatez asistíamos semanas atrás a
una rueda de prensa (sic) en que el presidente del gobierno de España aparecía
en una sala de la sede del PP siendo observado por la concurrencia de medios de comunicación a
través de una pantalla de plasma. Evidentemente, en esa escenificación cuál
holograma, no cabían las preguntas que, a buen seguro, los distintos medios de
comunicación citados en la calle Génova estaban celosos de formular al
presidente del gobierno sobre todo en lo concerniente al caso Bárcenas. Al
cabo, una cuestión se hace especialmente pertinente: ¿existe diferencia entre
el Mariano Rajoy “virtual” y el real? Me aventuro a razonar que la nula capacidad de
empatizar, a transmitir emociones, a poder codificar un lenguaje gestual del
líder del PP nos lleva a la conclusión que es un político, a efectos de la
difusión de sus alocuciones o sus mensajes en clave política y/o económica, al
que da lo mismo contemplar en directo, en vivo o… en diferido (Maria Dolores de Cospedal dixit).
A cuenta de todo
ello, tiempo atrás barajaba la posibilidad en este mismo blog que Mariano Rajoy sufriera una enfermedad llamada alexitimia,
un desorden neurológico que afecta a un sector considerable de la población
incapaz de identificar emociones y, por consiguiente, incapaces de expresarlas.
A menudo este trastorno puede confundirse con una actitud de pasotismo, de
desprecio frente a los sentimientos ajenos, pero en muchos de los casos deviene
un diagnóstico erróneo que esconde una realidad mucho más compleja administrada
a través de unas pautas genéticas pero también que guardan relación con el
entorno donde se ha desenvuelto una persona en particular. No puedo por menos
que dar carta de naturaleza a aquellas sospechas al ir detectando día tras días
que Mariano Rajoy es “inmune” a cualquier tipo de pregunta que incluso pueda
afectarle en las relaciones que lo ligaron durante tanto tiempo a personas de
su confianza en el seno del PP. Luis Bárcenas fue una de ellas y no hace
demasiado tiempo que Rajoy mantenía por activa y pasiva que el ex tesorero
saldría airoso de cualquier acusación sobre su actividad profesional. El pasado
viernes día 28 de junio, en Bélgica Rajoy tuvo oportunidad de disculparse por
lo equivocado de su diagnóstico, y a continuación expresar su decepción para
con la confianza depositada en su día en la persona de Bárcenas, ingresado en
prisión de manera indefinida y sin fianza. Pero Rajoy prefirió dar la callada
por respuesta, despachando incluso una de las preguntas con un auténtico
ejercicio de arrogancia, desprecio y sobre todo insensibilidad. La misma
“insensibilidad” que le debería llevar de cabeza a abandonar de una vez por
todas la presidencia del gobierno de un país que además de muchas otras cosas
precisa de políticos que sepan, cuanto menos, colocarse en la piel de los
ciudadanos para saber calibrar el alcance de determinadas decisiones que
afectan en lo social y en lo personal. Claro está que poco ayudan a Rajoy esa
cuerda de pelotaris-asesores que secundan al presidente del PP, mostrándose el
mayor de ellos Jordi o Jorge Moragas, los mismos que parecían aplaudir con las
orejas situados en primera fila la ocurrencia de su supremo jefe cuando contestó con la enésima evasiva sobre el caso
Bárcenas. Hay otro “caso” en el PP que tiene complicado diagnóstico: el de
Mariano Rajoy, en hipótesis afectado de alexitimia. Ya va siendo hora que los
ciudadanos de este país sepan que la enfermedad “no desvelada” de Mariano Rajoy
le deja en una penosa posición para alejarnos de la idea que no estamos frente
a una máquina, un holograma o cualquier apariencia virtual, sino ante una
persona dispuesta a mostrarse humano, con sus virtudes y sus defectos, y sobre
todo con la capacidad de saber disculparse cuando queda retratado. Triste
figura la de este personaje que nunca debió ocupar un puesto de semejante
responsabilidad política, pero también moral y ética, de la de Presidente del
gobierno que busca en el “espejismo” de las cifras de contratos de trabajo registrados
en las últimas semanas en virtud del efecto estacional una tabla de salvación
antes que la llegada del mes de septiembre nos retorne de nuevo a una lacerante
realidad.
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