Se puede decir, sin margen de error, que Avatar (2009) abrió la veda con su descomunal éxito en taquilla para que hayan proliferado en el último año y medio producciones cuyo argumento de venta principal no es otro que el del atractivo por contemplarlas en 3-D. Confieso que tardé un cierto tiempo en visitar la última propuesta audiovisual orquestada por James Cameron, quizás persuadido por la idea de que el paso del tiempo me permitiría objetivar mejor los resultados de semejante experiencia audiovisual. En medio de una serie de sensaciones encontradas me encontré al cabo del poco rato de haber visionado Avatar, pero asimismo con la certeza que Cameron había vuelto a dar gato por liebre una vez más después de haber omitido en los créditos, incluso en el capítulo de agradecimientos, el nombre de Roger Dean (1944, Ashford, Kent, Inglaterra) El cineasta canadiense ya había escatimado cualquier referencia a A Night to Remember / La última noche del Titanic (1958), de la que calcaría una secuencia para su Titanic (1997) en la que los músicos siguen tocando mientras el transatlántico se va hundiendo. Pero lo de Avatar en relación a Dean tiene su guasa. Rick Carter, Robert Stromberg, y Kim Sinclair se llevaron el Oscar al Mejor Diseño de Producción y al Mejor Vestuario (la última) , pero no tuvieron a gala soltar aquello de thanks ... Roger. Que menos... pero ni eso. Roger Dean debió sopesar, según le llegaban, intuyo, diversas llamadas o mensajes, o viéndolo por televisión (algo que dudo mucho) la ceremonia de los Oscar, una querella por plagio. Pero, como suelen decir los letrados, «más vale un mal acuerdo que un buen juicio». Y el buen juicio de Roger Dean debió pasar por el acuerdo de callar y seguir adelante con un impresionante trabajo a sus espladas. Cuando hay querellas de por medio, aunque tan sólo hayas tenido una en tu vida, figura para siempre ligada a una biografía no como nota a pie de página si no más bien con riqueza tipográfica en la misma. A esas alturas de la vida, flaco favor le hubiera hecho tamaña repercusión mediática por algo con apelación a sustanciarse en los tribunales. Pero, se preguntarán algunos, «¿quién es Roger Dean?»: Un Yes man pero en el mejor sentido del término.
Muchas de las portadas de discos más imaginativas han sido comentadas por aficionados pero generalmente no se atina a saber quién las hizo. No suele suceder con las portadas de Yes para alguien que esté mínimamente familiarizado con este grupo de rock progresivo o sinfónico. La respuesta: Roger Dean. Educado en la Canterbury School of Art y en la Royal College of Art de Londres, Roger Dean a una edad relativamente temprana —los veinticinco años— empezaría a especializarse en diseñar portadas de discos. Eran tiempos en que las discográficas invertían una módica o mediana cantidad —en función del ranking que ocuparan las bandas o solistas en el box office— en el diseño de portadas. Allí estuvo diligente Roger Dean para ir dando forma a su universo que parecía reformular esos grabados de Gustavo Doré —otro paisajista/ilustrador de primera fila— dotándolos de un componente de peculiar belleza. El pasado ancestral orlado de extrañas criaturas y un reflujo futurista cohabitan en esas estampas de pura ensoñación. En esa dialéctica se han movido Yes, a quien el apelativo de dinosaurios del rock —como a otras formaciones del estilo de Camel, Emerson Lake & Palmer o Genesis— contribuiría la imaginería de un Roger Dean en el diseño de unas portadas que pagaban por el precio del disco. Más de uno debió fruncir el ceño una vez escuchado el nuevo disco de Yes, pero se debía consolar para sí mismo: ¡vaya portada! Seguro que alguien picaba con semejante reclamo y lo cierto es que difícil debía resultar ir a un mercadillo de segunda mano sin que apareciera, por arte de magia, la de Roger Dean enfundado en el preceptivo vinilo, luego reciclado a disco compacto. Claro está que, fuera de los dominios de Yes, hubo vida para Roger Dean pero le resultaba tremendamente complicado salirse de esa tela de araña tejida por esa familia numerosa a menudo malavenida. Steve Howe, Rick Wakeman, Alan White y Asia —la formación creada, en cierta manera, a renglón seguido de una de las múltiples escisiones que ha experimentado Yes a lo largo de su existencia— precisaron de sus servicios para sus respectivos discos. No había, por tanto, enmienda a desmarcarse. Las otras bandas lo sabían y, pese a haber tenido la tentación de contratar los servicios de Dean, reculaban y evitaban que los aficionados les identificaran con el sonido Yes. Como todas las cosas, tiene sus contraindicaciones. Roger Dean, no obstante, lejos de lamentarse, sigue rindiendo fidelidad eterna a Yes. Cuál orfebre, su obra es de aquellas obligadas a viajar por galerías de medio mundo. El carácter propio de un visionario que ha modulado un discurso plástico de una singularidad arrebatadora, y del que el cine y los videojuegos de la era digital se han beneficiado... algunos, por la puerta de atrás sin ni tan siquiera llamar a la puerta principal. En ese 2008 atacado por los nervios, Cameron, entre su arsenal de imágenes inspiradoras de su trabajo largamente esperado, había envuelto en papel de celofán color avatar el libro Dragon's Dream (2008) —que completaba la particular trilogía editada en papel de Roger Dean tras Views (1975) y Magnetic Storm (1984)— para ser entregado a los diseñadores de producción y vestuario mencionados. Al menos un servidor, tuvo acuse de recibo una vez visitado el planeta Pandora dispuesto para deslumbrar al respetable. El mutismo sobre el tema de su invocación al plagio, una nueva prueba que para muchos el rock sinfónico sigue siendo esa rama torcida del que no brotan hojas, perteneciente al árbol musical de la pasada centuria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario