Durante los años ochenta Stephen King (n. 1947) pasó a ser uno de los
escritores cuya obra visitaba con asiduidad. Difícilmente se me escapaba una
película que llevara el “membrete” de King, ya por aquel entonces una marca de
éxito editorial de la que inopinadamente se aprovechaba para su “explotación”
en el medio cinematográfico. En la medida que vas evolucionando y atiendes a
renovadas inquietudes, paulatinamente fui aparcando las lecturas de novelas y
relatos cortos de King, cada vez más “contaminados” por una composición más propia de un guión
cinematográfica que de una pieza literaria en sentido estricto. Con el
advenimiento del nuevo milenio, King ya no formaba entre mis lecturas, aunque
atendía a las noticias relativas el escritor de Maine, llamándome la curiosidad
el título nominal de una de sus voluminosas novelas, 22.11.63 (2011). Para los que solemos desviar más de un pensamiento
sobre la figura de John Fitzgerald Kennedy (1914-1963) al cabo de cada año, esta
fecha ha quedado grabada a perpetuidad. Ochocientas sesenta páginas era un plato demasiado copioso para que no se
me atragantara tras varios años de ayuno de la prosa de Stephen King. Siete
años después de aquella presentación en sociedad, quizás sea el momento de volver a la
obra literaria de King, y en concreto la "mastodóntica" 22.11.63, máxime tras haber visto la miniserie homónima estrenada
en febrero de 2016. En un formato convenientemente ajustado a la extensión de la
novela —ocho episodios con una duración
de algo más de una hora para el primer y el último, y unos cuarenta y dos minutos
los de “en medio”— 22.11.63 sirve de
anticipo para uno de sus principales impulsores —J. J. Abrams— de la ambiciosa
producción Castle Rock (2018) que
aguarda estreno en las plataformas digitales como Neflix para estas fechas. Si
bien Castle Rock persigue un
propósito de homenaje continuado del universo King, en 22.11.63 no faltan
alusiones –algunas un tanto veladas— a la obra del ya septuagenario escritor
norteamericano. Seguramente, para los no familiarizados al detalle del
contenido de las novelas de King y, por ende, de sus correspondientes
adaptaciones cinematográficas y/o televisivas, les pueda pasar por alto la
respuesta de Jake Amberson (James Franco) cuando la bibliotecaria Sadie Dunhill
(Sarah Gadon) le pregunta en qué instituto ha cursado sus estudios medios. El
nombre que da —Bates— hace alusión al instituto en el que celebra su graduación
Carrie White en Carrie (1975),
recubierta con la funda de la socarronería si atendemos a que se trata del famoso
motel de la película de aquella época dirigida por Alfred Hitchcock.
Precisamente, un devoto del cine de Hitchcock —véase su ascendente en la cinta El
eslabón del Niágara (1979)—, Jonathan Demme, estuvo en negociaciones con
Stephen King para que se ocupara de la dirección, de la producción y de los guiones
de una miniserie vehiculada a nivel financiero por Bad Robots, la compañía de
Abrams. La elección de Demme no había sido fruto del azar. King había reparado en
su remake de El mensajero del miedo (1962), adaptación de la novela The Manchurian Candidate (1955) de Richard
Condon en que un francotirador trata de atentar contra el presidente de los Estados
Unidos de América. La novela de Condon resultó profética, quedando consignada
una primera adaptación cinética un año antes del asesinato de Kennedy. Demme no
dio su brazo a torcer en la defensa de un criterio artístico que no iba en sintonía
con el del “padre de la criatura”, King. Haciendo acopio de una voluntad por
controlar las distintas fases creativas, una vez descablagado del proyecto Demme, King ejerció de productor ejecutivo de
22.11.63, un “viaje al pasado”
realizado por Jake Amberson con el objetivo de evitar el asesinato/magnicidio
del máximo mandatario de la Casa Blanca. Bajo el férreo control dispuesto por King
el proyecto siguió adelante hasta su concreción en la pequeña pantalla en 2016.
Salpicada del juego (auto)referencial, 22.11.63
presenta en su “fondo de armario” trajes
de tonalidades oscuras que combinan bien con el terror que produce la acción de
un sádico, Frank Dunning (Josh Duhamel) que pretende asesinar a su esposa y sus
dos hijos. No obstante, el objetivo del profesor Jake Amberson (James Franco, en un papel que no hubiese sido complicado "ver" a Matt Dillon) al regresar al
pasado es dar con el paradero de Lee Harvey Oswald (Daniel Webber con un notable parecido con el joven filocomunista) para cambiar el rumbo
de la historia. Siguiendo el itinerario narrativo marcado por King —suyos son la
totalidad de guiones de la serie—, el
británico Kevin McDonald (poseedor de dos almas bien diferenciadas: la de
storyteller de obras de ficción y la de documentalista) se encargó de un primer
episodio —“The Rabbit Hole”— para luego ceder el testigo tras las cámaras a tres
James —Kent, Strong y Franco— y al "todoterreno" Frederick E. O. Toye y John David Coles. Contribuciones
dispares pero ceñidas a un estilo de realización que no busca epatar al
espectador, sino quedar rendido al contenido de un relato que King empezó a
barruntar a principios de los setenta. Sin embargo, el proyecto requería de un
proceso de documentación cuyos “costes” no estaba dispuesto a asumir el
prolífico King, dejando que reposara de manera conveniente en su particular
bodega de proyectos en standy by. Ese
grado de detallismo y de rigor histórico que queda plasmado en el papel jugó en
beneficio de una estimulante miniserie cosecha del 2018 que, a mi juicio, ha flaqueado en su
aparato promocional, incluida una horrible carátula que muestra un fugaz
destello en forma de imagen de un guardaespaldas de John Fitzgerald Kennedy, peón de esa comitiva de seguridad que
custodió de manera infructuosa al presidente de los Estados Unidos de visita a
Dallas en una soleada mañana de noviembre de 1963, un año más tarde del estreno
de la seminal El mensajero del miedo y de hacer lo propio un par de meses antes Corredor sin retorno (1963), el film
que gana al homenaje cuando Jake y Saddie visitan a Bill Turcotte (George
MacKay) al psiquiátrico donde se le ha practicado una lobotomía. Así pues, Bill
se mira frente al espejo de Johnny Barrett (en la piel de Peter Beck) de Shock Corridor. Sería Constante Towers, la
actriz que encarna a la heroína del siguiente film de Sam Fuller, Una luz en el hampa (1964), la que
protagoniza, junto a Jake, la secuencia final de esta estimable serie que combina documento
histórico con un clásico del fantastique, el de los «viajes en el tiempo».
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
viernes, 14 de septiembre de 2018
LA MINISERIE «22.11.63» (2016): REGRESO AL PASADO
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