sábado, 29 de septiembre de 2018

«LA MADONA DE LOS COCHES CAMA« (1925) de Maurice Dekobra: UNA DAMA DE ALTOS VUELOS

«Lady Diana Wynham reposaba sus hermosas piernas, enfundada en los husos etéreos de dos sedosas medias de 44 denieres, sobre un puf cuadrado de terciopelo color habano. Su busto quedaba oculto tras el parapeto blanco del Times, desplegado entre sus dos brazos desnudos. Sus piececitos se agitaban dentro de unos zapatos de brocado cereza y plata, amenazando el equilibrio de una taza Wedgwood auténtica, tangente a uno de los inquietos tobillos». Así arranca la novela La Madona de los coches cama (1925), considerada una de las masterpiece de Maurice Dekobra (1883-1973) y por ventura recuperada por el sello Impedimenta en un panorama editorial yermo en traducciones al castellano en relación a la fecunda producción literaria del escritor galo. Hasta donde alcanza las fuentes documentales consultadas, se trata de la primera edición al castellano de La Madona des sleepings, y la segunda de las novelas —el bautizo se remonta a los años cincuenta con la impresión de La espía por parte del sello Imperia, que mereció una reedición en 1969 bajo el genérico La espía que hace reír merced a la iniciativa de la efímera empresa barcelonesa Edisven— que llevan la rúbrica de Ernest Maurice Tessier, artísticamente Maurice Dekobra, un apellido (traducción literal a la lengua de Dámaso Alonso: «dos cobras») surgido fruto de su eventual encuentro con un encantador de serpientes. El mismo se produjo en uno de los miles de escenarios naturales que Dekobra visitó en infinidad de viajes por todo el mundo, que le facultaron para crear más de una veintena de novelas donde el común de los lectores de la época no podían acceder más que a través de la ventana de la ficción literaria o, en el caso concreto de La Madona de los coches cama con el suplemento de una versión cinética financiada por la productora Pathé-Natan. Dekobra dio la medida de la popularidad que se había granjeado en un relativo corto espacio de tiempo con el triunfo personal y, a la par, profesional de que tres producciones cinematográficas coincidieran en un mismo año en las carteleras europeas, nacidas de sendas novelas o relatos de un empedernido viajero y bon vivant asociado al mundo de la denominada smart set. Ese 1928 sería asimismo la fecha de la defunción de la germana de ambivalente nombre artístico, Claude France, la que encarnó en pantalla a Lady Diana Wynham en una producción silente que apenas trascendió fuera del territorio francés. De su estreno quedó un eco remoto cuando el país vecino recuperó para el sello Zulma en 2006 un texto que rivaliza en elegancia y exquisitez narrativa con la coetánea El gran Gatsby (1927) de Francis Scott Fitzgerald. Una docena de años más tarde la buena nueva que comportó su inclusión en el catálogo de Éditions Zulma, en un prodigio de traducción en el haber de Luisa Lucuix Venegas el sello madrileño Impedimenta nos ofrece la posibilidad de recrearnos en una novela que excluye el lenguaje viperino a la hora de describir los avatares de una dama británica que se agarra a la opción de contraer matrimonio con un bolchevique, una más de las frivolités a cuenta de Diana Wynham cuya luz resplandece en gran parte de las casi trescientas páginas que jalonan La Madona de los coches cama. Cuando su presencia declina en favor de otros personajes a lo largo del relato preferentemente cuando el ojo de Dekobra se posa en los escenarios de la Rusia postrevolucionaria, la empresa literaria pierde fuelle. Un efecto, en todo caso, transitorio que con el correr del último tercio cincelado con el pincel afilado, preñado de astucia, inteligencia y provisionado de las infinitas experiencias acumuladas por un ser que tocó con la yema de sus dedos la excelencia en el arte de la escritura. El descubrimiento de Maurice Dekobra, pues, está servido por la vía de una edición que cuenta con la particularidad de dos cubiertas distintas, la una trenzada sobre un mosaico de plumas y la otra con la imagen de Diana Wynham en posesión de sus facultades seductoras, aquellas que sirven de preámbulo a una desnudez real conforme a una medida de transgresión que soliviantó los ánimos de la censura de la época. De ahí que la cautela llevara a los productores norteamericanos a descartar una adaptación cinematográfica, dejando que recayera en la industria gala una versión muda, a modo de puerta de entrada para que Dekobra alternara a partir de entonces su faceta de guionista, productor e incluso realizador (el largometraje La rafle est pour ce soir) con sus viajes (algunos por tierras recónditas como Nepal), sus asuntos amorosos y el cultivo de una obra en prosa que abona el campo de la reivindicación.            

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