«Lady Diana Wynham reposaba sus hermosas piernas, enfundada en los husos
etéreos de dos sedosas medias de 44 denieres, sobre un puf cuadrado de
terciopelo color habano. Su busto quedaba oculto tras el parapeto blanco del
Times, desplegado entre sus dos brazos desnudos. Sus piececitos se agitaban
dentro de unos zapatos de brocado cereza y plata, amenazando el equilibrio de
una taza Wedgwood auténtica, tangente a uno de los inquietos tobillos». Así arranca la novela La Madona de los coches cama (1925), considerada
una de las masterpiece de Maurice
Dekobra (1883-1973) y por ventura recuperada por el sello Impedimenta en un
panorama editorial yermo en traducciones al castellano en relación a la fecunda
producción literaria del escritor galo. Hasta donde alcanza las fuentes
documentales consultadas, se trata de la primera edición al castellano de La Madona des sleepings, y la segunda de
las novelas —el bautizo se remonta a los años cincuenta con la impresión de La espía por parte del sello Imperia,
que mereció una reedición en 1969 bajo el genérico La espía que hace reír merced a la iniciativa de la efímera empresa
barcelonesa Edisven— que llevan la rúbrica de Ernest Maurice Tessier,
artísticamente Maurice Dekobra, un apellido (traducción literal a la lengua de
Dámaso Alonso: «dos cobras») surgido fruto de su eventual encuentro con un encantador de
serpientes. El mismo se produjo en uno de los miles de escenarios naturales que
Dekobra visitó en infinidad de viajes por todo el mundo, que le facultaron para
crear más de una veintena de novelas donde el común de los lectores de la época
no podían acceder más que a través de la ventana de la ficción literaria o, en
el caso concreto de La Madona de los
coches cama con el suplemento de una versión cinética financiada por la
productora Pathé-Natan. Dekobra dio la medida de la popularidad que se había
granjeado en un relativo corto espacio de tiempo con el triunfo personal y, a
la par, profesional de que tres producciones cinematográficas coincidieran en
un mismo año en las carteleras europeas, nacidas de sendas novelas o relatos de
un empedernido viajero y bon vivant
asociado al mundo de la denominada smart set.
Ese 1928 sería asimismo la fecha de la defunción de la germana de ambivalente
nombre artístico, Claude France, la que encarnó en pantalla a Lady Diana Wynham
en una producción silente que apenas trascendió fuera del territorio francés.
De su estreno quedó un eco remoto cuando el país vecino recuperó para el sello
Zulma en 2006 un texto que rivaliza en elegancia y exquisitez narrativa con la
coetánea El gran Gatsby (1927) de Francis
Scott Fitzgerald. Una docena de años más tarde la buena nueva que comportó su
inclusión en el catálogo de Éditions Zulma, en un prodigio de traducción en el
haber de Luisa Lucuix Venegas el sello madrileño Impedimenta nos ofrece la
posibilidad de recrearnos en una novela que excluye el lenguaje viperino a la
hora de describir los avatares de una dama británica que se agarra a la opción
de contraer matrimonio con un bolchevique, una más de las frivolités a cuenta de Diana Wynham cuya luz resplandece en gran parte de las casi trescientas páginas que
jalonan La Madona de los coches cama.
Cuando su presencia declina en favor
de otros personajes a lo largo del relato —preferentemente cuando el ojo de Dekobra se posa en los escenarios
de la Rusia postrevolucionaria—, la empresa
literaria pierde fuelle. Un efecto, en todo caso, transitorio que con el
correr del último tercio cincelado con el pincel
afilado, preñado de astucia, inteligencia y provisionado de las infinitas
experiencias acumuladas por un ser que tocó con la yema de sus dedos la
excelencia en el arte de la escritura. El descubrimiento de Maurice Dekobra,
pues, está servido por la vía de una edición
que cuenta con la particularidad de dos cubiertas distintas, la una trenzada
sobre un mosaico de plumas y la otra con la imagen de Diana Wynham en posesión
de sus facultades seductoras, aquellas que sirven de preámbulo a una desnudez real
conforme a una medida de transgresión que soliviantó los ánimos de la censura
de la época. De ahí que la cautela llevara a los productores norteamericanos a
descartar una adaptación cinematográfica, dejando que recayera en la industria gala
una versión muda, a modo de puerta de entrada para que Dekobra alternara a
partir de entonces su faceta de guionista, productor e incluso realizador (el
largometraje La rafle est pour ce soir)
con sus viajes (algunos por tierras recónditas como Nepal), sus asuntos amorosos
y el cultivo de una obra en prosa que abona el campo de la reivindicación.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
sábado, 29 de septiembre de 2018
«LA MADONA DE LOS COCHES CAMA« (1925) de Maurice Dekobra: UNA DAMA DE ALTOS VUELOS
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