Podría
resultar un ensayo digno de estudio de cómo las series de televisión en el último
cuarto de siglo ha influido sobremanera en las estrategias comerciales e
incluso en los contenidos de las producciones cinematográficas. Entre las
muestras más palmarias de este “trasvase” de influencias encontramos la
asimilación del término spin-off (de
difícil traducción en castellano) al ámbito cinematográfico (especialmente, en
el terreno del terror y de la ciencia-ficción), añadiéndose así al arco de
propuestas surgidas al albur de un determinado éxito comercial, léase
precuelas, secuelas, reboots o remakes. El término en sí mismo empezó a
popularizarse a finales de los años noventa, aunque en realidad spin-off se podría aplicar a la serie Frasier en virtud de la emancipación del
personaje epónimo en relación a Cheers,
uno de los grandes fenómenos de audicencia de los años ochenta. Al cabo de tres
decenios de haberse emitido los primeros episodios de la serie coprotagonizada
por un novel Woody Harrelson, Sony Pictures llegaría a un acuerdo con Vince
Gilligan para la emisión de la primera temporada de Better Call Saul (2015), spin-off
de una auténtica masterpiece de la pequeña pantalla, Breaking Bad (2008-2013), cuyo repóker de temporadas vale su peso
en oro. De ahí que las expectativas creadas con Better Call Saul fueran en verdad altas, máxime al penetrar en un
camino ni tan siquiera apuntado en la extraordinaria serie de marras, el que
compete al personaje de Saul Goodman bajo su anterior identidad, la de Jimmy
McGill. No cabe duda que entre los muchos puntos a favor de Breaking Bad, cabía computar el
personaje del vehemente abogado que opera en la ciudad de Alburquerque y que
adopta el rostro del actor Bob Odenkirk. Un auténtico hallazgo que Gilligan y
su equipo supieron dosificar desde su aparición en la tercera temporada,
sabedores que su potencial daba para que girara sobre él una serie propia, eso
sí, con un formato más modesto. Elevado a la categoría de show runner de Better Call
Saul, Peter Gould (productor y guionista de algunos capítulos de Breaking Bad), hasta la fecha ha
gestionado la confección de treinta capítulos de la serie, a razón de diez
episodios por temporada. A priori, para hacer más “vendible” la propuesta —en términos
estrictamente presupuestarios—, Gould y Gilligan dibujaron un escenario con
episodios de media hora de duración. Pero, a mi juicio, con un criterio
acertado replantearon la cuestión para adecuarlo a la duración estándart de,
por ejemplo, Breaking Bad que tan
buenos resultados habían cosechado. Eso sí, como contrapartida se rebajaba de
trece a diez episodios, pero sin perder un ápice la calidad visual y narrativa
de la que puede seguir presumiendo Breaking
Bad.
Desde mi perspectiva, una de las razones de
ser para que una serie llegue a “enganchar”, a experimentar la sensación que
deseas ver el siguiente episodio a la mayor brevedad posible, se debe al “factor
sorpresa”. A lo largo de esta decena de capítulos con títulos que presentan una
particularidad curiosa (con la salvedad del quinto, Alpine Shepherd Boy), el de emplear una sola palabra, he atendido
al visionado de una propuesta netamente escorada en lo que podríamos colegir
tragedia shakespeariana, en contra de los vaticinios que hubieran podido
apuntar hacia una comedia de tintes hilarantes con James McGill AKA Saul
Goodman ejerciendo de bufón del «reino» de
Alburquerque. Cada uno de estos primeros diez capítulos de Better Call Saul devienen píldoras que ingerimos previa prescripción
médica, adivirtiéndose de un uso
contraindicado para aquellos refractarios a tolerar en elevadas dosis un
cinismo que ataca directamente al cuerpo del american way of life, en que el dinero resulta al arma más letal de
la corrupción del alma humana. Una verdad aumentada y corregida en el ámbito de
la judicatura y que acaba trasladándose al espacio familiar cuando Jimmy y su
hermano mayor Chuck (Michael McKean, una elección de lo más acertada) adoptan
actitudes ambivalentes en su fuero interno y que “explosionan” en un
determinado momento por parte de este último. A partir de entonces, Jimmy
McGill da marcha atrás, se coloca en punto muerto e inicia una fuga hacia
adelante, sin reparar en ese retrovisor que lo ha ligado indefectiblemente a la
figura de su hermano mayor al que ha tratado de proteger a causa de su enfermedad
(padece hipersensibilidad electromagnética; sino de los tiempos) hasta que éste,
en un arrebato de vanidad, le coloca frente al espejo de su propia realidad. En
esencia, Better Call Saul es el
retrato de seres solitarios —Jimmy, Chuck, pero también de la abogada Kim Wexler (espléndida Rhea
Seehorn) y el hierático Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks, repitiendo papel tras
su paso por Breaking Bad, cuyas
apariciones habían ido en ascenso hasta prácticamente el episodio final)— que
afilan sus garras para sobrevivir en ese nido de víboras que concurren en
Alburquerque. Una ciudad perteneciente al estado de Nuevo México que había sido
el escenario natural de El gran carnaval (1951),
la cinta dirigida por Billy Wilder que la dupla Gould-Gilligan homenajea en el
capítulo Hero, en el que McGill trata
de utilizar el periodismo sensacionalista para que florezca su propio negocio
vinculado a la abogacía. Su artificio en este caso pronto se adivina, no así los
dos mejores episodios de la primera temporada, Five-0 (el sexto) y Bingo
(el séptimo), prodigiosamente rodado el primero por Adam Bernstein y preñado de
virtudes el segundo, desde la importancia que adopta la música (obra de Dave Porter, a la sazón compositor titular de Breaking
Bad) en el fragmento del eventual secuestro de una pareja de mediana edad
en su lujosa residencia hasta la carga de sarcasmo e ironía (a modo de ejemplo, una dama octogenaria cita a sus gatos Óscar y Félix, la extraña pareja a efectos de la célebre obra teatral escrita por Neil Simon y adaptada con éxito al celuloide con el tándem Walter Matthau-Jack Lemmon al frente del reparto) que recorren las escenas
donde Jimmy actúa en una sala repleta de ancianos “matando” las horas con
juegos del azar. El azar será asimismo el destino que lleve a McGill a cambiar
su apellido e instalarse en la jungla humana bajo el reclamo Better Call Saul. Una carta de
presentación que intuyo empezará a redactarse en forma de borrador en su segunda temporada.
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