Foto copyright: Christian Aguilera (Poble Espanyol, Barcelona, 20 de junio de 2016) |
Los signos astrales y
la numerología nunca han formado parte de mis distracciones —léase hobbies— mundanas. Pero estos días me he
entretenido en saber a qué características se asocia el 7, mi lucky number por motivos puramente banales. Era el dorsal que solía
escoger, por ejemplo, para que se estampara en la camiseta de las distintas equipaciones
de fútbol en la época en que éstas se solían imprimir siguiendo un orden correlativo, sabiéndose de antemano que demarcación ocuparía cada uno en el terreno de juego. Al leerlo me quedé estupefacto: «Signo del pensamiento, la
espiritualidad, la conciencia, el análisis psíquico, la sabiduría. El número
del intelecto, el idealismo y la represión. Son personas amantes de la lectura,
el estudio y las ansias por aprender. Tendentes a proyectar su vida en una
esfera de idealismo y actividad intelectual. Habilidades para el análisis y la
investigación y la inteligente búsqueda del conocimiento; mentalidad científica
y con capacidad de inventiva; estudiosa, meditadora; de personalidad
encantadora; amantes de la soledad y de la paz; perfeccionistas». Podría ser
una buena definición de mí mismo, con la salvedad que no soy un amante de la
soledad, aunque el ejercicio de la escritura invite a serlo muy a menudo. Leído
nuevamente, más que una definición de uno mismo podría tratarse (en parte) de
una aspiración a la que sí ha llegado, desde mi perspectiva, Neil Young, presumiblemente
una de las personas de este mundo que al ir adentrándome en el conocimiento de
aspectos de su vida y obra, —en razón
del libro que escribí en 2009 Neil Young:
una leyenda desconocida (T&B Editores), reeditado en 2015— mejor sintonizan con mi forma de ser, la propia de aquellos que nunca
damos por bueno nada de lo que hacemos, y que generalmente tenemos puesta la
mirada en el futuro en aras a cumplimentar nuevos proyectos.
Asimismo, siete
han sido los años transcurridos desde que ví por primera vez a Neil Young actuar
sobre un escenario. Desde aquella lejana representación en el Primavera Sound no había tenido la oportunidad de volver a disfrutar de su música en directo.
Lo sería por partida doble, en el marco de Mad Cool Festival en Madrid y en el
Poble Espanyol en Barcelona, los días 18 y 20 de junio, respectivamente, ambos organizados por la empresa Live Nation. En músicos
de su edad —setenta años había cumplido el 12
de noviembre del año pasado— siempre
tienes el pálpito que ciclos de siete años pueden representar una «eternidad». Así pues, el paso del tiempo hace mella si cabe aún más en todos aquellos que han
formado o formaron parte de una prodigiosa generación de artistas imbuidos por
la cultura de las drogas y del alcohol como parte indisoluble a una forma de
vida que ha acabado pasando factura en muchos de ellos. Por fortuna, las
capacidades motoras, intelectuales y creativas de Neil Young siguen (aparentemente) intactas,
demostrando que su compromiso para con la música sigue siendo el principio
vector que rige su existencia, dejando toda su energía sobre el escenario, esta
vez, en compañía de la banda comandada por Lukas Nelson —vástago del también legendario Willie Nelson—, Promise of the Real, cuyo álbum en común The Monsanto Years (2015) apenas estuvo
representado en el set list de sendos
conciertos. Algo que hubiera podido llamar al desconcierto si desconoces de antemano el carácter imprevisible del
canadiense. Una imprevisibilidad que ha acabado siendo un aliado de excepción
de cara a aquellos aficionados que han seguido desde hace mucho tiempo —caso de Ricard, quien guardó nuestras espaldas en
ambos conciertos, en primera línea de un mar de sensaciones que revolucionaron
nuestros corazones de oro— a Neil Young por distintos puntos del planeta
tierra. Precisamente, en la camiseta del genio norteamericano lucía la palabra «Earth»
en sendos conciertos, una manera un tanto subliminal de publicitar su disco que
ha salido en el mercado estos días, con una diatriba sobre la tecnología mp3 en
forma de bonus tracks que puede
resultar ciertamente indigesto para aquellos centrados en exclusiva en degustar el contenido musical de un cancionero que ha superado con creces los quinientos
temas. Una pequeña porción pero significativa de ese descomunal cancionero estuvo al
servicio de un público entregado en esa noche de luna llena en la capital madrileña
—Neil Young al poco de iniciar el
concierto, señaló con el dedo índice de su mano diestra al planeta más cercano
de la Tierra ,
a modo de presagio de esas good
vibrations que dirían los Beach Boys—,
al igual que los pocos miles de espectadores que abarrotaron el recinto del
Poble Espanyol cuarenta y ocho horas después de aquella primera toma de
contacto. En esa segunda noche, apostados Esther Solías y un servidor en primera fila
en el front stage, pude calcular a vuela pluma que
llegamos a estar a unos siete metros de distancia de Neil Young, el hombre que unió nuestros
destinos como si de una epifanía se tratara. Otra vez ese número siete que me
permitió captar (tapé el flash por "error") con la cámara una imagen que define a
Neil Young, la de un artista que muestra su cara oculta. Allí se esconde el
secreto de su longevidad, de su constante capacidad por reinventarse y de que
siga aflorando una música que resiste como una roca el paso de los años, agarrándose
a la misma nuevas generaciones que, en una buena proporción, empezaron a saber
del genio de Toronto a partir de ir saboreando las esencias de su séptimo disco
(si contabilizamos su disco con Crosby, Stills & Nash, Déjà vú, y sus tres discos con Buffalo Springfield, además del recopilatorio
de la banda coliderada por Stephen Stills y Richie Furay), Harvest (1972), bien representado en la selección de canciones (“Heart
of Gold”, “Alabama”, una pieza que sonó de manera sublime en sendos conciertos,
y “Words (Between the Line of Age”)) que brillaron en esas noches con una
temperatura ideal en las que soplaba una leve brisa, anuncio de un verano que
para Promise of the Real y Neil Young significará el cierre de su gira europea.
Mientras tanto, seguiré soñando con ángeles,
aquellos capaces de proyectarme sobre un escenario imaginario siendo el séptimo componente por detrás de Lukas
Nelson (guitarra y voz), Corey McCormick (bajo), Anthony LoGerfo (batería) y Tato Melgar (percusión) —el cuarteto que conforma Promise
of the Real—, Micah Nelson (bajo, órgano y
voz) y sobre todo Neil Young. Desde el plano de la realidad, Young tomó la pastilla psicodélica para poder mantener
un ritmo in crescendo que culminaría
en la Ciudad Condal
con una magistral interpretación de “Cortez the Killer”, el tema de Zuma (1975) que vino a "substituir" en el set list al de “Like
a Hurricane” en el concierto anterior celebrado en el estado español para satisfacción de Norberto de la Mata , «capitán Young»,
a quien tuve el placer de reencontrarme en esa noche mágica tras siete años,
esta vez con la compañía de su mentor y tío, el leonés Luís de la Mata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario