A los cincuenta y seis años podría considerarse una edad óptima
para haber alcanzado una cierta madurez creativa en aras a perseverar en el
ejercicio de la literatura, de la composición musical e incluso en calidad de
antologista. Tres disciplinas que rara vez se dan cita en una misma persona,
pero que tienen en Robert Bruce Montgomery (1921-1978) el valor de la excepción,
si cabe aún más para alguien cuya vida se apagó definitivamente a punto de
haber alcanzado los cincuenta y siete años, sumido en los últimos coletazos de su
existencia en un cuadro de alcoholismo galopante. Una “debilidad” que le acompañó
durante décadas, a modo de estímulo
externo para con una actividad creativa que cabalgó entre la composición de bandas
sonoras para la industria cinematográfica británica y la escritura de novelas,
en este caso, bajo el seudónimo de Edmund Crispin.
Noventa años
después de su prematura muerte, el sello Impedimenta se avino a publicar por
primera vez en el estado español una novela escrita por Crispin, La juguetería errante (1946), con una
acogida entre el público lector que invitaba a repetir el operativo con otro título
de la serie consagrada al taimado detective Gervaise Fen. En el periodo de un
lustro Impedimenta ha publicado un total de cinco novelas que llevan la rúbrica
de Crispin y que tienen en Gervaise Fen su personaje medular. De esta forma, a El canto del cisne (1947), Trabajos de amor ensangrentados (1948) y
El misterio de la mosca dorada (1944)
le ha sucedido Asesinato en la catedral
(1945), una de las apuestas del sello madrileño de cara a ser degustada en el
verano del año en curso por parte de lectores con cierta inclinación por las
novelas de misterio salpimentadas de un sutil sentido del humor. Un sentido del
humor que incrimina a la comunidad universitaria con la que estuvo relacionado Montgomery en su etapa estudiantil —allí
donde arraigarían los lazos de amistad con Kingsley Amis— pero también con una considerable representación de
escritores y/o dramaturgos (M. R. James, William Shakespeare o D. H. Lawrence,
ya presente en algunas líneas de diálogo de La
juguetería errante) a los que involucra en sus ficciones literarias con un
tono que bascula entre el tributo y lo jocoso a través de los diálogos que
sostienen personajes principales y/o secundarios de una función deliciosamente
narrada a lo largo de sus trescientas páginas. Digno de una tesis sería el
estudio de la influencia de la composición musical para cine (la mayoría de
antologías glosan su importancia en este campo en la serie de films bajo el genérico
Carry On, aunque representa parte de
una producción que advierte una cierta propensión por historias sobre el mundo
de la infancia, adolescencia y juventud) en la forma peculiar de narrar su
serie de novelas de misterio concentradas sobre todo en los estertores de la Segunda Guerra Mundial y en los
inmediatos años de postguerra. Un fondo bélico que apenas tributa en el espacio
de una novela como Asesinato en la
catedral, cuya mejor virtud radica en equilibrar la finura humorística (no
exenta de cierta socarronería) con ese laberinto que acaba convirtiéndose en una
investigación criminal precedida de una cadena de fatales accidentes. La puerta
de salida del mismo se sitúa alejado del epicentro de Torlnbridge, allí donde
concurren episodios que mueven al despiste al metódico Gervaise Fen, quien
ejerce la cátedra de la deducción
mental partiendo de la premisa que no existe el asesinato perfecto. Sin duda,
las historias de Gervaise, profesor universitario que simultánea este trabajo
remunerado con su afición por las pesquisas detectivescas, hubieran podido ser
un material de interés para Alfred Hitchcock una vez asimilado al formato
televisivo —a principios de los años sesenta— pero sin renunciar aún a una actividad (cada vez más
dilatada en el tiempo) en el ámbito del cinematógrafo. No obstante, el rastro
de Edmund Crispin iría perdiéndose en los meandros de una literatura habitada
de figuras (seudo)detectivescas, buscando en ese eventual “anonimato” una nueva
máscara con el que combatir el tedio
de una vida demasiado dependiente del “factor etílico”. De tal suerte, Edmund
Crispin actuó de crítico literario para periódicos de tirada nacional y exhibió
sus dotes de erudito con la concreción de Best of SF (1955), pórtico de entrada a
varias antologías dedicadas a la ciencia-ficción hasta completar un total de
siete, dos números por debajo de los títulos protagonizados por Gervaise Fen, cuyo
personaje surgió de la lectura de la novela de Michael Ines Hamlet, venganza. Ese sería el singular
talismán de Edmund Crispin, al que colocaría en el centro de unas novelas que
devienen una invitación expresa a integrarse en el programa de actos de la joie de
vivre de cada uno de nosotros, eso sí, a costa de un reguero de asesinatos que
esconden extrañas motivaciones, inclusive de orden sobrenatural con apelación directa a
la brujería en los dominios de Tornlbridge...
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