En ese
ejercicio que viene a convertirse en un hábito en nuestros días, al buscar en
Google Images fotografías, lo hago en torno al escritor Edward Lewis Wallant (1926-1962) y encuentro únicamente un par de diferentes. Curioso. Cierto, vivió únicamente
treinta y seis años, pero parecía un hombre casado y con hijas, celoso de su privacidad. Las imágenes
que circulan por la red (la una del
tamaño de un sello) concuerdan con la de un tipo que hubiera podido dedicarse
al juego político por las semblanzas físicas que mantenía con John Fitzgerald
Kennedy. Presencia, porte y, en su caso, nadie que le pudiera escribir sus hipotéticos
discursos dirigidos a la comunidad norteamericana. Él se bastaría para hacerlo.
Lewis Wallant se había preparado a conciencia para explotar ese «Don» que poseía, el de una capacidad para contar historias
sublimada por una retórica en que el sentido alegórico-metafórico nos aparta
del camino de lo banal para adentrarnos en una prosa de extraordinario calado
literario. En sus novelas —cuatro en total— él puso voz a simples trabajadores, en oficios nada glamourosos, pero no por ello trenzaría
un relato desprovisto del sentimiento, cuando no evidencia de encontrarnos con
una literatura de una exquisita calidad de principio a fin. Para la inmensa
mayoría de lectores de nuestro país, Edward Lewis Wallant sigue siendo un auténtico
desconocido. Toda una paradoja si razonamos con conocimiento de “causa” todos
aquellos embarcados en adentrarnos en su obra que se trata, sin reparos, de uno
de los mejores escritores norteamericanos judíos de la postguerra. Y me atrevería a
decir que si atendemos al “factor de progresión”, Lewis Wallant hubiera sido
saludado en la actualidad como uno de los escritores estadounidenses de mayor
talento del siglo XX. Un aneurisma le privaría de tal consideración a una edad
que Lewis Wallant tan solo había visto publicadas dos de sus novelas —The Human Season (1960) y The Pawnbroker (1961)— y aguardaba la edición de una tercera, The Tenants of Moombloom. En vísperas de
las navidades de 1962 el corazón de Edward Lewis Wallant dejaría de palpitar
pero el interés de su obra no se detuvo allí. En apenas un año de diferencia se
editarían, a título póstumo, The Tenants
of Moombloom (1963) y Children at the
Gate (1964), cuya historia —a diferencia de sus precedentes “neoyorquinos”— se desarrolla en una comunidad de
Nueva Inglaterra. Luego llegaría el estreno de El prestamista (1965), la adaptación de la novela homónima que su
director Sidney Lumet sumaría a su larga lista de producciones neoyorquinas de
tono realista rodadas a pie de calle. Lejos de reactivar su nombre, la producción
en cuestión sembraría indiferencia y desconocimiento incluso entre los círculos
de escritores de los Estados Unidos. Tuvieron que transcurrir bastantes años
para “restituir” el nombre de Edward Lewis Wallant de cara a un nuevo público
lector que no comulgara con ruedas de molino en forma de obras con marchamo de bestsellers hiperpromocionados con “inventos”
del estilo de los book trailers. En
nuestro país, Luis Solano, patrón de Libros del Asteroide, tuvo a gala publicar
Los inquilinos de Moombloom (2005) en
los inicios de un catálogo de títulos que ya se aventuraba estimulante. Tres
años más tarde, la buena nueva de una segunda edición de Los inquilinos de Moombloom dejaba con escasos argumentos a
aquellos agoreros dispuestos a enmendar la plana del arrojo de Libros del
Asteroide. Otro título más de la editorial que colisionaría en el espacio de una literatura modélica en su función
y fundamento narrativo. La segunda de las apuestas de Asteroide guiadas por el
nombre de Lewis Wallant ha llegado a las librerías en verano de este año. Después de leer El prestamista (2013) quedaría
fijada en mi mente la necesidad de ir al encuentro de otros textos de su autor
que trataran de corroborar su grandeza. Al dar cuenta del contenido de Los inquilinos de Moombloom no ha hecho
más que certificar el carácter singular de un escritor que envuelve al lector
en cada página y no lo suelta hasta el final. Edificios poblados de frikis cuyos sueños se van evaporando a
cada jornada vencida no son precisamente los escenarios idóneos para “empatizar”
con el lector, máxime si se entiende conforme a un ejercicio evasivo presto a apartarnos
de la crudeza de la realidad cotidiana. No obstante, Lewis Wallant arbola un
relato en que la clave deviene el humanismo que desprende ese retrato social en
blanco y negro; viñetas de una realidad social colocada en el frontispicio de
la tragedia. Una tragedia que luce distintos trajes pero todos ellos de
tonalidades grises y con algún que otro destello del color de la esperanza. El
personaje epónimo, Norman Moombloom —hermano menor de Irwin, el verdadero propietario de las
fincas de Manhattan reconvertidas en alquileres— acaba confundiéndose en ese espacio de marginalidad, tratando de comprender
a esos seres marginales (Karloff, Lester, Sugarman, Paxton, Eva Baily, etc.) que desfilan
por las páginas de una narración armada con unos diálogos que apuntan hacia lo
sutil y que van dibujando los contornos de unos individuos dispuestos a lanzar
por la borda ilusiones que se van quedando por el camino. Más que edificios,
esa fauna urbana parecen haber entrado en un cul-de-sac. En su efecto
alegórico, Los inquilinos de Moombloom hubiera
podido titularse El callejón de las almas
perdidas, “suplantando” el de la novela de otro escritor de nombre compuesto —William Lindsay Gresham— que, como Edward Lewis Wallant, se
ganaría el cielo literario con textos
que nos muestran “la otra cara de América”. Lewis Wallant conoció las dos caras
de su país de origen, la una que le situaría como creativo de una empresa de
publicidad —en
sintonía con algunos de los personajes que podemos identificar en Revolutionary Road (1961), la pieza literaria escrita
por su gran amigo Richard Yates (1926-1992)— antes
de dedicarse full time a la actividad que más le dejaba satisfecho, y la otra que le comprometería durante una temporada a
convivir con una comunidad de un bloque de pisos de Manhattan. Apuntes del natural que más tarde encontraría
acomodo en la ficción literaria de The
Tenants of Moombloom, novela póstuma de alto contenido energético en
tiempos en que el rescate de autores sepultados por el olvido deviene una gimnasia mental altamente recomendable. Entre
otras “pequeñas grandes editoriales” Libros del Asteroide nos provisiona de
esta serie de autores que hacen más llevaderas nuestras existencias, aunque
algunas de sus novelas se localicen en un bloque de edificios donde la
supervivencia —en
consonancia con lo que acontece en la actualidad— representa la moneda de cambio común.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
jueves, 15 de agosto de 2013
A PROPÓSITO DE EDWARD LEWIS WALLANT: «LOS INQUILINOS DE MOOMBLOOM» (1963) O LOS EDIFICIOS DE LAS «ALMAS PERDIDAS»
Etiquetas:
CHILDREN AT THE GATE,
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THE HUMAN SEASON
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