jueves, 15 de agosto de 2013

A PROPÓSITO DE EDWARD LEWIS WALLANT: «LOS INQUILINOS DE MOOMBLOOM» (1963) O LOS EDIFICIOS DE LAS «ALMAS PERDIDAS»

En ese ejercicio que viene a convertirse en un hábito en nuestros días, al buscar en Google Images fotografías, lo hago en torno al escritor Edward Lewis Wallant (1926-1962) y encuentro únicamente un par de diferentes. Curioso. Cierto, vivió únicamente treinta y seis años, pero parecía un hombre casado y con hijas, celoso de su privacidad. Las imágenes que circulan por la red (la una del tamaño de un sello) concuerdan con la de un tipo que hubiera podido dedicarse al juego político por las semblanzas físicas que mantenía con John Fitzgerald Kennedy. Presencia, porte y, en su caso, nadie que le pudiera escribir sus hipotéticos discursos dirigidos a la comunidad norteamericana. Él se bastaría para hacerlo. Lewis Wallant se había preparado a conciencia para explotar ese «Don» que poseía, el de una capacidad para contar historias sublimada por una retórica en que el sentido alegórico-metafórico nos aparta del camino de lo banal para adentrarnos en una prosa de extraordinario calado literario. En sus novelas cuatro en total él puso voz a simples trabajadores, en oficios nada glamourosos, pero no por ello trenzaría un relato desprovisto del sentimiento, cuando no evidencia de encontrarnos con una literatura de una exquisita calidad de principio a fin. Para la inmensa mayoría de lectores de nuestro país, Edward Lewis Wallant sigue siendo un auténtico desconocido. Toda una paradoja si razonamos con conocimiento de “causa” todos aquellos embarcados en adentrarnos en su obra que se trata, sin reparos, de uno de los mejores escritores norteamericanos judíos de la postguerra. Y me atrevería a decir que si atendemos al “factor de progresión”, Lewis Wallant hubiera sido saludado en la actualidad como uno de los escritores estadounidenses de mayor talento del siglo XX. Un aneurisma le privaría de tal consideración a una edad que Lewis Wallant tan solo había visto publicadas dos de sus novelas The Human Season (1960) y The Pawnbroker (1961) y aguardaba la edición de una tercera, The Tenants of Moombloom. En vísperas de las navidades de 1962 el corazón de Edward Lewis Wallant dejaría de palpitar pero el interés de su obra no se detuvo allí. En apenas un año de diferencia se editarían, a título póstumo, The Tenants of Moombloom (1963) y Children at the Gate (1964), cuya historia a diferencia de sus precedentes “neoyorquinos”se desarrolla en una comunidad de Nueva Inglaterra. Luego llegaría el estreno de El prestamista (1965), la adaptación de la novela homónima que su director Sidney Lumet sumaría a su larga lista de producciones neoyorquinas de tono realista rodadas a pie de calle. Lejos de reactivar su nombre, la producción en cuestión sembraría indiferencia y desconocimiento incluso entre los círculos de escritores de los Estados Unidos. Tuvieron que transcurrir bastantes años para “restituir” el nombre de Edward Lewis Wallant de cara a un nuevo público lector que no comulgara con ruedas de molino en forma de obras con marchamo de bestsellers hiperpromocionados con “inventos” del estilo de los book trailers. En nuestro país, Luis Solano, patrón de Libros del Asteroide, tuvo a gala publicar Los inquilinos de Moombloom (2005) en los inicios de un catálogo de títulos que ya se aventuraba estimulante. Tres años más tarde, la buena nueva de una segunda edición de Los inquilinos de Moombloom dejaba con escasos argumentos a aquellos agoreros dispuestos a enmendar la plana del arrojo de Libros del Asteroide. Otro título más de la editorial que colisionaría en el espacio de una literatura modélica en su función y fundamento narrativo. La segunda de las apuestas de Asteroide guiadas por el nombre de Lewis Wallant ha llegado a las librerías en verano de este año. Después de leer El prestamista (2013) quedaría fijada en mi mente la necesidad de ir al encuentro de otros textos de su autor que trataran de corroborar su grandeza. Al dar cuenta del contenido de Los inquilinos de Moombloom no ha hecho más que certificar el carácter singular de un escritor que envuelve al lector en cada página y no lo suelta hasta el final. Edificios poblados de frikis cuyos sueños se van evaporando a cada jornada vencida no son precisamente los escenarios idóneos para “empatizar” con el lector, máxime si se entiende conforme a un ejercicio evasivo presto a apartarnos de la crudeza de la realidad cotidiana. No obstante, Lewis Wallant arbola un relato en que la clave deviene el humanismo que desprende ese retrato social en blanco y negro; viñetas de una realidad social colocada en el frontispicio de la tragedia. Una tragedia que luce distintos trajes pero todos ellos de tonalidades grises y con algún que otro destello del color de la esperanza. El personaje epónimo, Norman Moombloom hermano menor de Irwin, el verdadero propietario de las fincas de Manhattan reconvertidas en alquileresacaba confundiéndose en ese espacio de marginalidad, tratando de comprender a esos seres marginales (Karloff, Lester, Sugarman, Paxton, Eva Baily, etc.) que desfilan por las páginas de una narración armada con unos diálogos que apuntan hacia lo sutil y que van dibujando los contornos de unos individuos dispuestos a lanzar por la borda ilusiones que se van quedando por el camino. Más que edificios, esa fauna urbana parecen haber entrado en un cul-de-sac. En su efecto alegórico, Los inquilinos de Moombloom hubiera podido titularse El callejón de las almas perdidas, “suplantando” el de la novela de otro escritor de nombre compuesto William Lindsay Greshamque, como Edward Lewis Wallant, se ganaría el cielo literario con textos que nos muestran “la otra cara de América”. Lewis Wallant conoció las dos caras de su país de origen, la una que le situaría como creativo de una empresa de publicidad en sintonía con algunos de los personajes que podemos identificar en Revolutionary Road (1961), la pieza literaria escrita por su gran amigo Richard Yates (1926-1992)antes de dedicarse full time a la actividad que más le dejaba satisfecho, y la otra que le comprometería durante una temporada a convivir con una comunidad de un bloque de pisos de Manhattan. Apuntes del natural que más tarde encontraría acomodo en la ficción literaria de The Tenants of Moombloom, novela póstuma de alto contenido energético en tiempos en que el rescate de autores sepultados por el olvido deviene una gimnasia mental altamente recomendable. Entre otras “pequeñas grandes editoriales” Libros del Asteroide nos provisiona de esta serie de autores que hacen más llevaderas nuestras existencias, aunque algunas de sus novelas se localicen en un bloque de edificios donde la supervivencia en consonancia con lo que acontece en la actualidad representa la moneda de cambio común.   

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