«Y, además, recuerde: en Méribel, durante aquella semana
en la que reflexionamos todas las noches sobre la librería de nuestros sueños,
llegamos a la conclusión de que, para lograr nuestro objetivo, necesitaríamos
una librería así pero inglesa y en Inglaterra, una italiana en Italia, una
española, una alemana, con una selección diferente cada vez, centrada en cada
ocasión en un área lingüística y en un patrimonio literario particulares, de la
misma manera en que en La Buena Novela
se privilegia un fondo editorial francófono» expresa Francesca, una de las empleadas
de la exquisita librería gala que da nombre a la novela que nos ocupa. Con ello
la autora Laurence Cossé (1950, Boulogne-Billancourt) trata de manifestar, en
boca de Francesca, la vocación universal de una obra literaria que debía
figurar, ya desde su impresión en el país vecino, por derecho propio en la
colección de novelas que tributan en el sello Impedimenta. Así, tres años después
de su bautizo editorial francés, la pieza literaria de Cossé amplia espacio
geográfico al ser traducida a la lengua de Machado por parte de Isabel González-Gallarza,
en una nueva apuesta de Impedimenta por dar a conocer obras que sin un cierto
sentido de la osadía y de la valentía, dormirían el sueño de los justos en ese
Departamento invisible de multitud de editoriales donde se acumulan propuestas
sin que nadie ose reparar en las mismas.
Además de una pieza
ociosa para «recolectores» de delicatessens,
imbuidos por el arte de la lectura, en el que verbo o el adjetivo preciso
produce un «efecto placebo», La Buena Novela
razona sobre el territorio de la utopía, en que una idea vaga sobre la
necesidad de concentrar en unos centenares de metros cuadrados obras literarias
de enjundia lesivas a seguir criterios del gusto de la mayoría de público,
acabe germinando y tornándose en un oasis dentro de una cultura en plena fase
de desmenbramiento en la sociedad actual, en virtud de un rendimiento económico,
por lo general, deficitario. Para construir esta «novela utópica» Cossé orilla el recurso epistolar
que había empleado Helen Hanff en 84
Charing Cross Road (1970) —otra
novela imprescindible para los amantes de la cultura que buscan refugio en las
librerías out-system, que resuman olor a viejo—, dejando que el debate establecido entre librero y
cliente quede acotado sumariamente, ya que el motor de la propuesta de la escritora francesa se circunscribe a
los hombres y mujeres que hacen posible tamaño sueño. Cierto que resultan tan
solo unos pocos —al frente de la intendencia, la
citada Francesca Aldo-Valbelli (de linaje aristocrático) e Ivan «Van» Georg (con un pasado turbio a sus espaldas que tuvo en
la literatura una pauta «redentora»)— los que
quedan expuestos de cara al público (memorable las páginas que destina Cossé a
establecer categorías de hipotéticos clientes), pero representa la punta del
iceberg de un operativo en forma de comité de selección, responsable de filtrar
los títulos que acaban conformando el patrimonio literario (con claro acento
francófono) de La Buena Novela.
Bajo criterios que para algunos puede sonar a sinónimo de pretenciosidad, elistismo o
pedantería, o sendos calificativos a la vez, la librería parisina se hace visible el último
día del mes de agosto de 2004 para acabar quedándose y formar parte de la
inmensa red de librerías que siguen abasteciendo al país vecino. Entre los
individuos que asoman por la librería de la Rue Dupuytren y que son
descritos por Cossé —por lo general, sin reparar en
demasía en sus respectivos aspectos físicos; espacio para que la imaginación
del lector pueda poner cara, por ejemplo, a la joven Audrey Doudou, que podría
ser un trasunto de la actriz de idéntico nombre y con un apellido de una fonética
muy cercana—, se cuelan periodistas
atraídos por ese fenómeno que, en ciertos casos, tratan de torpedear un
proyecto nacido desde el entusiasmo, cuando no devoción, por la «alta literatura».
Ataques desde el exterior que son repelidos por ese cuerpo de mando concretado
en las personas de Ivan y Francesca, alma matters de una empresa que reside,
como apuntaba, en el propósito de la utopía trazado por la pluma de un autora
que no tardará, aventuro, a repetir presencia en el catálogo de Impedimenta.
Del mismo no dudo que esa librería imaginada perlada de incunables, de obras
mayúsculas de la Literatura
de alcance internacional con domicilio fiscal en nuestro país (calculo que en
casco antiguo de Madrid o en el Eixample barcelonés), extraería decenas de los
títulos publicados por Impedimenta. Una empresa que, por ventura, se ha ido
consolidando cada vez más en el suelo editorial español, capitaneado por
Enrique Redel y operando en la «sombra» ese comité de sabios entre su legión de fieles
lectores, que presumo recomiendan títulos leídos en las lenguas más diversas
que todavía no han tenido traducción en papel con membrete made in spain. A vuela pluma, en esa soñada librería —émula de La Buena
Novela — arraigada en Madrid, Barcelona o
en cualquier capital de provincia del estado español, no resultaría ninguna
sorpresa encontrar ediciones de La
juguetería errante de Gervaise Fenn, Nostalgia
de Mircea Cârtâcescu, La hija de
Robert Poste de Stella Gibbons, Picnic en Hanging Rock de Joan Lindsay... y
a soberbia La Buena Novela de Laurence
Cossé. Todas ellas fácilmente distinguibles al tacto por la rugosidad de su
cubierta e ilustraciones que sirven de puerta de entrada a un ejercicio de
seducción a través del mundo de las palabras que ordenadas de forma conveniente
se transforman en un arte tan placentero como la lectura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario