Desde el 11 de septiembre del año que está a punto de
echar el cierre he ido observando y tomando nota de lo que acontece en torno al
órdago a la grande planteado por Artur Mas, el actual Presidente de la Generalitat de
Catalunya –embestido por segunda vez con tales honores hace poco menos de una
semana–, al gobierno del PP en relación al territorio español. Las
interpretaciones que se han llevado a cabo sobre el porqué Mas plantea un pulso
al gobierno estatal español que sabe tiene perdido de antemano, convocando un
referéndum que el marco de la Constitución
Española no contempla, son muchas y algunas de ellas
ciertamente rocambolescas. Para entender el perquè
de tot plegat (Quim Monzó dixit) cabe
remontarnos a ese 11 de septiembre de 2012 donde, a vista de pájaro, las
capitales de provincia de Catalunya, y en especial, la Ciudad Condal se cubrían de un
manto de banderas cuatribarradas, combinación de rojo y amarillo. Ni los más
viejos del lugar pudieron dar crédito de que un millón y medio de personas mostraran
un supuesto afán reivindicativo cuando en la Diada de no demasiados años atrás
se contabilizaban apenas unas decenas de miles enarbolando la bandera en un acto,
a todas luces, de marcado signo independentista. A esas alturas del ciclo
legislativo de Artur Mas la conclusión a la que había llegado él y sus consellers parecía bastante certera: un
callejón sin salida, en forma de ahogo financiero, se cernía sobre la administración
catalana si no se operaba en el horizonte un milagro... o un espejismo.
Descartado el milagro, el espejismo se crearía a través del millón y medio de
habitantes del planeta catalán que parecían ir al unísono en la voluntad de
proclamar el estado independentista. En esa jornada de sábado estuve allí no
con el afán reivindicativo que se podría presuponer si no en calidad de
acompañante, si se quiere notario de una realidad en que se podía palpar un
aire festivo, pero asimismo se mostraban rostros de indignación, de pesar, de
agotamiento y de profundo desconcierto. Y como un servidor, contabilizo que,
cuanto menos, algún que otro centenar o varios centenares de miles de personas congregados
en la vía pública de la Diada
2012 tenían o siguen teniendo en mente que la solución para Catalunya no se llama
independencia. No obstante, ese comité de
sabios que asesoran a presidentes incapaces de pisar los mercados más que
en viernes electoral o coger el metro
en alguna estación susceptible de inaugurar para hacerse la foto pertinente
camino de algún que otro mítin, debieron hacerle llegar a Mas que “el gran
momento” estaba servido. Pese a los cantos de sirena que podrían tentarlo de
emprender una huida hacia adelante, el líder de CIU hubiera esperado a concluir
su ciclo legislativo en 2014 y luego plantear en el programa electoral de su
partido una aspiración independentista colocada negro sobre blanco, y siempre
con el consenso del otro partido hermanado bajo las siglas de CIU, esto es, Unió
Democràtica, con Josep Antoni Durán i Lleida al frente. No obstante, la situación,
lejos de mejorar, pintaban bastos por cuanto los recortes en materia de
sanidad, educación, cultura, bienestar social y demás, unido a la subida de
impuestos, irían creando un creciente malestar entre la ciudadanía. En ese
mecanismo de autodefensa en que la culpa es de los demás a las que se agarran
no pocas personas para eludir sus responsabilidades y en particular sus
fracasos, Artur Mas sabía que culpabilizar de todos los males a la Administración
Rajoy podría servir como muro de contención de esa avalancha
de críticas que se le venían encima. Pero ese muro de contención advertía de
fisuras en su estructura de difícil arreglo y, perdidos al río, algún día de la
segunda quincena de septiembre de 2012, Mas debió interrogarse sobre la bondad
de adelantar las elecciones. El pulso al poder del PP estaba servido, y
entonces cubierto sobre la bandera del independentismo su figura y la de su
partido parecía salir, según sus cálculos, reforzada. En esa ecuación faltaba,
sin embargo, un detalle nada baladí: la asfixia económica de la Generalitat de
Catalunya tenía fecha concreta: la profecía del 2013, no la concebida por
Francesc Miralles en su obra literaria, si no la de índole económica se cifraba
en más de 10.000 millones de euros que la administración de la Generalitat debe
satisfacer en concepto de intereses generados, entre otras partidas, por los
bonos emitidos en estos últimos años con un claro sentido de «operación patriótica». Cada cuál en su casa echa
cuentas para saber hasta dónde puede llegar. La Generalitat , con Mas
gobernando los destinos de la misma, las tenía bien claras y su plebiscito del pasado 25 de noviembre fue
una cortina de humo, una maniobra dilatoria que le ha dejado en un escenario,
si acaso, más pantanoso, arrimándose a ERC (Esquerra Republicana de Catalunya).
La formación que lidera Oriol Junqueras actúa de contrapoder a partir de que
han firmado un pacto de gobierno con CIU para tirar adelante con un referéndum
para la independencia, loable, pero con toda seguridad, inviable. Más que nada,
porque solo el discurso de desagravio económico no soporta una ruptura de Catalunya
para con el estado español, mire por dónde se mire. No tengo la menor duda que
ese referéndum no se celebrará en el horizonte de los próximos años y, a unas
decenas de años vista, dudo mucho que en los hijos de los inmigrantes arraigue
un sentimiento nacionalista con tal fuerza que conlleve la escisión con el
estado español. Quizás para entonces, el verdadero problema se encuentre bajo
nuestros pies, el de una terra trema por
efectos de la acción del hombre, sea cuál sea su signo ideológico o identitario.
Ah, y para los que puedan recelar, al leer este post, sobre mi aprecio por Catalunya, un servidor editó y dirigió una
revista en catalán –Seqüencies de cinema–, hablo y escribo con corrección la
lengua de Salvador Espriu y conozco la mayor parte de sus rincones. Pero esto
no quiere decir que comulgo con ruedas de molino... de viento forjados en el
imaginario de Mas y Junqueras, repartiéndose los papeles de Don Quijote y
Sancho Panza, haciendo del independentismo las puntas de lanza para ahuyentar al «enemigo»
español y crear un estado propio en una idea de shangri-La post-2013 nada más lejos de la realidad.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
domingo, 23 de diciembre de 2012
«MAS-CARADA» PARA UN REFERÉNDUM O LA PIEDRA ROSETA DEL NACIONALISMO CATALÁN
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1 comentario:
!! BOTIFLER !!
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