domingo, 23 de diciembre de 2012

«MAS-CARADA» PARA UN REFERÉNDUM O LA PIEDRA ROSETA DEL NACIONALISMO CATALÁN


Desde el 11 de septiembre del año que está a punto de echar el cierre he ido observando y tomando nota de lo que acontece en torno al órdago a la grande planteado por Artur Mas, el actual Presidente de la Generalitat de Catalunya –embestido por segunda vez con tales honores hace poco menos de una semana, al gobierno del PP en relación al territorio español. Las interpretaciones que se han llevado a cabo sobre el porqué Mas plantea un pulso al gobierno estatal español que sabe tiene perdido de antemano, convocando un referéndum que el marco de la Constitución Española no contempla, son muchas y algunas de ellas ciertamente rocambolescas. Para entender el perquè de tot plegat (Quim Monzó dixit) cabe remontarnos a ese 11 de septiembre de 2012 donde, a vista de pájaro, las capitales de provincia de Catalunya, y en especial, la Ciudad Condal se cubrían de un manto de banderas cuatribarradas, combinación de rojo y amarillo. Ni los más viejos del lugar pudieron dar crédito de que un millón y medio de personas mostraran un supuesto afán reivindicativo cuando en la Diada de no demasiados años atrás se contabilizaban apenas unas decenas de miles enarbolando la bandera en un acto, a todas luces, de marcado signo independentista. A esas alturas del ciclo legislativo de Artur Mas la conclusión a la que había llegado él y sus consellers parecía bastante certera: un callejón sin salida, en forma de ahogo financiero, se cernía sobre la administración catalana si no se operaba en el horizonte un milagro... o un espejismo. Descartado el milagro, el espejismo se crearía a través del millón y medio de habitantes del planeta catalán que parecían ir al unísono en la voluntad de proclamar el estado independentista. En esa jornada de sábado estuve allí no con el afán reivindicativo que se podría presuponer si no en calidad de acompañante, si se quiere notario de una realidad en que se podía palpar un aire festivo, pero asimismo se mostraban rostros de indignación, de pesar, de agotamiento y de profundo desconcierto. Y como un servidor, contabilizo que, cuanto menos, algún que otro centenar o varios centenares de miles de personas congregados en la vía pública de la Diada 2012 tenían o siguen teniendo en mente que la solución para Catalunya no se llama independencia. No obstante, ese comité de sabios que asesoran a presidentes incapaces de pisar los mercados más que en viernes electoral o coger el metro en alguna estación susceptible de inaugurar para hacerse la foto pertinente camino de algún que otro mítin, debieron hacerle llegar a Mas que “el gran momento” estaba servido. Pese a los cantos de sirena que podrían tentarlo de emprender una huida hacia adelante, el líder de CIU hubiera esperado a concluir su ciclo legislativo en 2014 y luego plantear en el programa electoral de su partido una aspiración independentista colocada negro sobre blanco, y siempre con el consenso del otro partido hermanado bajo las siglas de CIU, esto es, Unió Democràtica, con Josep Antoni Durán i Lleida al frente. No obstante, la situación, lejos de mejorar, pintaban bastos por cuanto los recortes en materia de sanidad, educación, cultura, bienestar social y demás, unido a la subida de impuestos, irían creando un creciente malestar entre la ciudadanía. En ese mecanismo de autodefensa en que la culpa es de los demás a las que se agarran no pocas personas para eludir sus responsabilidades y en particular sus fracasos, Artur Mas sabía que culpabilizar de todos los males a la Administración Rajoy podría servir como muro de contención de esa avalancha de críticas que se le venían encima. Pero ese muro de contención advertía de fisuras en su estructura de difícil arreglo y, perdidos al río, algún día de la segunda quincena de septiembre de 2012, Mas debió interrogarse sobre la bondad de adelantar las elecciones. El pulso al poder del PP estaba servido, y entonces cubierto sobre la bandera del independentismo su figura y la de su partido parecía salir, según sus cálculos, reforzada. En esa ecuación faltaba, sin embargo, un detalle nada baladí: la asfixia económica de la Generalitat de Catalunya tenía fecha concreta: la profecía del 2013, no la concebida por Francesc Miralles en su obra literaria, si no la de índole económica se cifraba en más de 10.000 millones de euros que la administración de la Generalitat debe satisfacer en concepto de intereses generados, entre otras partidas, por los bonos emitidos en estos últimos años con un claro sentido de «operación patriótica». Cada cuál en su casa echa cuentas para saber hasta dónde puede llegar. La Generalitat, con Mas gobernando los destinos de la misma, las tenía bien claras y su plebiscito del pasado 25 de noviembre fue una cortina de humo, una maniobra dilatoria que le ha dejado en un escenario, si acaso, más pantanoso, arrimándose a ERC (Esquerra Republicana de Catalunya). La formación que lidera Oriol Junqueras actúa de contrapoder a partir de que han firmado un pacto de gobierno con CIU para tirar adelante con un referéndum para la independencia, loable, pero con toda seguridad, inviable. Más que nada, porque solo el discurso de desagravio económico no soporta una ruptura de Catalunya para con el estado español, mire por dónde se mire. No tengo la menor duda que ese referéndum no se celebrará en el horizonte de los próximos años y, a unas decenas de años vista, dudo mucho que en los hijos de los inmigrantes arraigue un sentimiento nacionalista con tal fuerza que conlleve la escisión con el estado español. Quizás para entonces, el verdadero problema se encuentre bajo nuestros pies, el de una terra trema por efectos de la acción del hombre, sea cuál sea su signo ideológico o identitario. Ah, y para los que puedan recelar, al leer este post, sobre mi aprecio por Catalunya, un servidor editó y dirigió una revista en catalán –Seqüencies de cinema, hablo y escribo con corrección la lengua de Salvador Espriu y conozco la mayor parte de sus rincones. Pero esto no quiere decir que comulgo con ruedas de molino... de viento forjados en el imaginario de Mas y Junqueras, repartiéndose los papeles de Don Quijote y Sancho Panza, haciendo del independentismo las puntas de lanza para ahuyentar al «enemigo» español y crear un estado propio en una idea de shangri-La post-2013 nada más lejos de la realidad.