domingo, 2 de diciembre de 2012

«COSAS TRANSPARENTES» de Vladimir Nabokov: ÚLTIMO CAPÍTULO... COMPLETO


«El tiempo actúa sobre las relaciones efímeras
y un nuevo aroma se añade al recuerdo»

Vladimir Nabokov (Cosas transparentes)


En el mundo del arte, el término «completista» suele asociarse a aquellos aficionados al cine o a la música, celosos de conocer hasta el último detalle la obra de un determinado director, cantante o grupo a través del coleccionismo de cada una de las piezas que conforman la misma. Los cada vez más contados aficionados a la literatura, en cambio, difícilmente nos invade esa pulsión completista, salvo honrosas excepciones. Para un servidor, Vladimir Nabokov (1899-1977) es de esos autores que invitan el sentir completista por la sencilla razón que tiene pocos “competidores” cuando su prosa se envenena de un estilo que parece rimar a cada página. No extrañaría, pues, que Vladimir Nabokov cultivara la poesía al tiempo que el ejercicio en prosa le procuraba prestigio literario. No en vano, Pálido fuego (1962) se revela un arabesco de trescientas veinte páginas sostenidas sobre un imaginario de novela pero pergeñada con la métrica propia de un poemario. Para alguien que busque el puro placer de la escritura, Nabokov sin duda es una apuesta segura.
   Cierto que un servidor comulga con el propósito de enmienda de ir cubriendo todos los flancos de lectura que provee la suerte de la edición de un autor de la dimensión y de la relevancia de Vladimir Nabokov, pero existe un límite, una frontera que cada uno debe escoger dónde la sitúa. Más allá de esa frontera localizo El original de Laura (2010, Editorial Anagrama), una obra inacabada que el propio Nabokov ordenaría su destrucción una vez falleciera. Lo hizo en 1977, siendo su viuda Vera Nabokov la que velaría para que se preservara la decisión de Vladimir Nabokov. A la muerte de ésta, acaecida en 1991, Dimitri, el hijo de la pareja, después de dar vueltas sobre el asunto infinidad de veces decidió «desenterrar» El original de Laura, un manuscrito que había descansado treinta años en un depósito de un banco suizo, poniéndolo en conocimiento del editor jefe de McGraw-Hill. Nada más caer en sus manos, se activaría la maquinaria editorial, presentándolo a los ojos de los “nabokonianos” si se me permite la expresiónla considerada última novela escrita por el autor de origien ruso... pero a todas luces inconclusa. No es el primer ejemplo de tamaño “atrevimiento” editorial, actuando a espaldas de la voluntad del propio autor. Baste reparar en lo ocurrido con F. Scott Fitzgerald o Ernest Hemingway y sus respectivas obras El último magnate y La isla del adiós. Por razones personales, si se quiere tomado como una forma de expresar el respeto que siento por la obra de Nabokov, decidí evitar la tentación de exumar ese “cadáver” literario de una pieza que remite de soslayo a la masterpiece del autor, Lolita (1955), a través del personaje de Flora. No ha sido el caso de su penúltima novela, Cosas transparentes, “cursada” a nivel editorial por primera vez en 1972 y que en el otoño de 2012 Anagrama ha lanzado al mercado en lengua castellana con traducción de Jordi Fibla. Este profesional se estrena dentro del catálogo de novelas y relatos traducidos de Navokov para Anagrama, el sello poseedor en exclusiva del fondo literario en lengua castellana del excelso escritor y entomólogo.     
   Cosas transparentes comprende un total de ciento cincuenta y cuatro páginas que rezuman el estilo característico de Navokov, inmaculado en su propuesta arbolada de figuras literarias con los adornos propios en francés y algún que otro timbre en italiano. El polo de atracción de Cosas transparentes queda cautivo de esa finura literaria que nos sorprende, nos descoloca porque, como bien señala Peter Aykroyd en la contraportada «Ha dominado todos los trucos técnicos de la novela y ha inventado unos cuantos más de cosecha propia». Nabokov fue un gigante a la hora de moldear el lenguaje y transformarlo en un arte imperecedero, derivándolo hacia lo lírico incluso cuando el personaje central de la historia Hugh Personse enfrenta a los miedos más recónditos de su ser al viajar hacia el pasado. Person regresa a Suiza para dar cuenta de un tiempo pretérito que ve desaparecer a sus pies, el espacio geográfico que serviría de refugio para el propio Nabokov, en compañía de su esposa Vera, a la que dedicaría (no sería la primera vez) una nouvelle. Transparent Things no sería la más bella ni inspirada de su autor, pero sí la última (en términos “absolutos”) elevada en forma de coda de una obra profunda y sensible, evocadora y majestuosa como pocas que puedan encontrarse dentro de la literatura universal.  

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