sábado, 16 de octubre de 2010

LLÁMAME JOSÉ MONTILLA, CON «S» DE SÚPER Y CON «M» DE MEDIOCRE: «SUPERMEDIOCRE»

Una de las características que definen a los mediocres es que devienen personas previsibles en cada uno de los ámbitos de sus vidas. El carácter gris no se cultiva sino que se va perpetuando en sus fueros internos, pero no les priva de copar cargos de gestión relevantes en el organigrama empresarial y sobre todo en el ámbito de la política. Es más, la mediocridad suele computar al alza entre los partidos políticos en la querencia de que la sumisión es un factor que se da por descontado para aquellos que nunca se salen de las reglas, y su vena contestataria ha quedado obstruida de puertas para adentro. En ese país, nación, autonomía, estado o llámenle como quieran que es Catalunya, la mediocridad está expresada de una forma superlativa en la persona de José Montilla, el actual Presidente de la Generalitat, y candidato por el PSC (Partido Socialista de Catalunya) para intentar volver a ganar las elecciones el próximo 28 de noviembre de 2010. Vaya por delante que al único partido que he votado en mi vida ha sido al PSOE o al PSC, y en las ocasiones que no lo he hecho ha sido para tomar la decisión de evitar acudir a la convocatoria de los comicios o estimar un voto en blanco, una dinámica que he ido aplicando sistemáticamente en los últimos años en vistas de un panorama desolador en torno a la clase política.
En este ambiente de «paranoia» en que se mueven la política en la previa y/o en plena campaña electoral, me he ido fijando detenidamente en los pasos que ha dado José Montilla en aras a una estrategia que, según sus cálculos, le puede situar con opciones de revalidar el triunfo de los próximos comicios. Con el PSOE desmoronándose en los distintos barómetros que evaluán la gestión del gobierno del estado ante una crisis galopante, el PSC, correa de transmisión en tantos sentidos del partido «Madre», ha visto que su poder empezaba a tambalearse hasta el punto que CIU (Convergència i Unió) le ha tomado la delantera en las intenciones de voto. Mucha delantera, me atrevería a decir. Pero, ya se sabe, a grandes males, grandes remedios, debió cavilar José Montilla. Asi pues, el político de origen cordobés que ha sabido agudizar a lo largo de los últimos años ese sentido de supervivencia dentro la selva de la política, después de llenarse la boca con el catalanismo, en su defensa a ultranza de l’Estatut —el eje de su discurso político que ha durado un lustro; no ha habido Telenotícies en que se dejara al margen susodicho nombre— ya ha sido advertido que si no capta, afianza el voto de aquellos catalanes que no comulgan con ruedas de molino en forma de catalanismo, que se empiece a olvidar de revalidar su actual puesto. Para tal menester, ha reclutado a Celestino Corbacho para atraer el voto indeciso proveniente del cinturón del Área Metropolitana de Barcelona hacia las huestes del PSC, rememorando su feliz etapa al frente del Ayuntamiento de L’Hospitalet de Llobregat, una de las ciudades más densificadas de Catalunya y por ende, del estado español. Una operación de alto riesgo sabiendo que Corbacho como Ministro de Trabajo en un par de años ha batido todos los récords negativos habidos y por haber, pero nada comparable con la campaña que las Joventuts Socialistes han preparado al insigne José Montilla, en la que se muestra al actual Presidente de la Generalitat ataviado con el traje de Supermán. Dos producciones cinematográficas emparentadas con Peter Sellers me sobrevienen cuando pienso en Montilla. Por una parte, el canto de cisne del actor británico, Bienvenido Mr. Chance (1979) —surgida a partir de una novela Desde el jardín (Ed. Angrama, 2009) de Jerzy Kozinski—, en que un jardinero sin estudios llega, por una serie de extraños designios, a presidir la Casa Blanca; y por otra parte, Llámame Peter (2003), en la que la tesis de esta producción de la HBO se basa en que Peter Sellers (en la piel de Geoffrey Rush) era un hombre sin personalidad que se colocaba uno u otro disfraz para dar cuerpo a sus representaciones en pantalla, provocando una multipolaridad en su comportamiento. Como el Mr. Chance de Bienvenido, Mr. Chance Montilla ha exhibido un nivel de estudios de similar perfil bajo —o subterráneo— que si no fuera porque la política recluta a algunos de los más incapacitados —toda una garantía de sumisión— de la sociedad entre sus filas, una candidatura que valorara las aptitudes globales por parte de órganos cualificados andaría por el puesto 1.345.000 —de un censo de mayores de 18 años que rondaría los cuatro millones de personas— en el ránking para ser Presidente de la Generalitat de Catalunya. Y por lo que concierne a Llámame Peter, la nula personalidad de Montilla se ha puesto en evidencia al colocarle el traje de Supermán, en una penúltima tentativa, me temo que estéril por convencer a un electorado indeciso (o mejor dicho, desengañado que luego se arrepiente en la jornada de reflexión que mejor sería acudir a las urnas no sea que salga "tal" en lugar de "pascual") de las bondades de ese humble man («humilde servidor»), ese hombre normal capaz de hacer grandes cosas para un país. Estoy convencido de que Patxi López, el actual Lehendakari del País Vasco, alguna mente pensante le habrá propuesto que entre en el juego electoral y se enfunde el traje de SuperLópez, el personaje creado por Jan (Juan López), fuente de inspiración para la campaña urdida por las Joventuts Socialistes de Catalunya. Pero el uno —Patxi López— tiene personalidad y no entra en estas dinámicas de un simplismo apabullante, mientras que el otro —José Montilla— se presta a ello con tal de agarrarse a un hierro candente que le lleve a seguir aferrado a la poltrona de la Generalitat... que ni en el mejor de sus sueños hubiera imaginado cuando debia leer a Superlópez y demás antihéroes allá por los años setenta, cuando iba forjándose ese perfil de self made man con la variante —nada baladí— de tener la sede de un partido como su segunda casa... La casa del pueblo socialista. Luego, algunos voces de peso del PSC, a toro pasado, vista la debacle electoral, se empezarán a rasgar las vestiduras e interrogarse si lo de Montilla con la capa tenía algún sentido, si lo de reclutar a Corbacho iba a algún lugar tras sus annus horribilis al frente del Ministerio de Trabajo, o si esa maniobra desesperada por volver a contar con los votos de los descreídos frente a su anterior deriva nacionalista no hubiera sido mejor trabajada desde lo sutil. Claro que, puestos a ver las cosas desde otra perspectiva más alentadora, la tumba que se ha cavado el propio Montilla, al fin y al cabo nos alejarán en el futuro de contar con el President de la Generalitat con menos formación y peso intelectual de toda la historia, pero asimiso con menos escrúpulos a la hora de representar a siete millones y medio de habitantes, cuando en el mejor de los casos, si no hubiera escogido el papel de trepa al albur de un partido concreto para ir escalando, con lo de presidir una comunidad de vecinos se hubiera podido dar con un canto en los dientes.  

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