domingo, 4 de julio de 2010

JAUME CARRERAS Y «EL PAISAJE VACÍO»: LA OBRA DE UN «RENAISSANCE MAN» DEL SIGLO XXI

Para un servidor la definición más acorde con el término talento es la combinación de inteligencia y sensibilidad. Por ello, la inteligencia emocional se encuentra intrínsecamente ligada con la idea de que alguien posea talento. Favorecer ese nexo común entre ambos parámetros guarda mucha relación con la idea que uno tenga sobre ese círculo de amistades que teje a su alrededor. Si uno se rodea de mediocres acabará convirtiéndose en un mediocre más en la «cadena trófica humana». Por el contrario, si se sabe arropado por las personas que definen sus palabras y sus actos guiados por una inteligencia emocional, presumiblemente favorecerá su potencial creativo que, a priori, todas las personas poseen pero que a menudo permanecen inactivos para siempre. Este pensamiento me sobrevino al cabo de reencontrarme con una de las personas de mayor talento que he conocido en mi vida: Jaume Carreras. Recuerdo con agrado los tiempos de Seqüències de cinema, allá por mediados los años noventa, cuando leía a Jaume sus comentarios críticos de las bandas sonoras para nuestra revista. Allí advertí su talento que, lejos de remitir, ha ido creciendo exponencialmente hasta abarcar otros espacios del conocimiento. Para él, la música, la literatura, la filosofía o la pintura no son compartimentos estancos, sino que permanecen interconectados, responden a un efecto osmótico. En el curso de estos quince últimos años de su vida llevar la contabilidad de las cosas que ha hecho desde el plano creativo se me antoja misión imposible. Teatro, cine, televisión, música... y desde hace un tiempo la literatura ha penetrado en el interior de una mente que capta ese mundo prefigurado por conceptos intangibles con la misma facilidad que las abejas extraen el néctar de las plantas. Su obra El paisaje vacío refrenda lo que ya intuí años a en relación a Jaume. Él se guía por una métrica musical que hace posible crear unas cadencias literarias tocadas por un halo armónico, un «milagro» textual que alcanza la condición de pequeña obra maestra con El paisaje vacío. En las fechas de su publicación —entiendo que no deberá transcurrir demasiado tiempo para ello— algunos podrían advertir el ascendente de Cormac McCarthy —en particular, La carretera (2009, Ed. De Bols!llo)— por la descripción de un mundo que se ha inmolado, pero Jaume difícilmente sigue a rebujo de una fórmula o de un estilo literario arbitrado por las modas imperantes. Más bien, Jaume levanta puentes con ese espacio de la prosa escrita en catalán o castellano —Pere Calders y Manuel de Pedrolo en primer término— que amaga hacia el espacio poético donde las palabras se despojan de cualquier significado que no guarde relación directa con la esencia de la vida. Una vez mi buen amigo Jordi Marí definió perfectamente esa piedra roseta de los escritores establecidos en dos modalidades literarias: los que se dedican a la prosa buscan la palabra precisa para cada texto; los que elaboran poesía persiguen expresar los sentimientos pertinentes. Pues bien, Jaume integra la palabra y el sentimiento adecuado en su magistral El paisaje vacío. Antes que alguno de los «hombre-libro» imaginados por Ray Bradbury recite para sí mismo una y otra vez pasajes literario-poéticos tales como «La mirada del alma guía el pincel de los sentimientos. Con él trazamos el mapa de nuestra ciudad ideal. Pintamos la lluvia con la tristeza, teñimos el sol de esperanza...» la literatura elevada a los altares de la excelencia emocional nos debe la publicación de El paisaje vacío. Gracias Jaume por tu amistad y tu dedicación, cuál orfebre, por esculpir obras desde el silencio que se produce mientras se filtran los primeros rayos solares. Un silencio que se encuentra tan vinculado a esa tierra de nadie, situada en medio de ese gran espacio habitado por la mediocridad y de ese exclusivo reducto donde campan a sus anchas los pedantes, los ególatras y los tocados por una vanidad que excluye el valor de la modestia y del arte de escuchar a los demás.

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