Parece haber cierto consenso entre los analistas e historiadores musicales que la extinción de los «dinosaurios» del rock sinfónico o progresivo se debió, entre otras consideraciones, a la expansión del fenómeno de las radio-fórmulas —léase Los 40 principales, como paradigma de la misma— que no encontraban acomodo en sus parillas de programación herzianas temas que sobrepasaran los 3 ó 4 minutos. Al entrar en el periodo de la «glaciación» musical creativa en tantos sentidos —y que, en cierta manera, perdura—, Yes, Genesis, King Crimson, Pink Floyd y Emerson, Lake & Palmer, entre otros, iban quedando progresivamente fuera de la onda a los oídos de las nuevas generaciones que observaban el fenómeno sinfónico como un efecto residual, un vestigio del pasado arrinconado por Los 40 principales y sucedáneos. Como suele suceder en estos casos, la alternativa al conocimiento de estos grupos y de sus legítimos continuadores se debía más a una labor de arqueología por parte de aquellos aficionados que huían de la dictadura de las modas y mataban el tiempo buscando y rebuscando en las tiendas especializadas, preferentemente los viernes y los sábados por la tarde. Hoy en día ese ejercicio que comportaba su particular liturgia ya no tiene lugar en la era de las descargas por internet o las visitas a los vídeos de Youtube. El valor de «jugártela» con la adquisición de un determinado disco es pura entelequia al correr de los tiempos. No acierto a recordar si alguna vez me quedé frente a una portada de alguno de los CD’s de Dream Theater y tuve la tentación de apostar por destapar el tarro de las esencias o abjurar de mi mala elección al reproducirlo en la cadena. Pero, sea como fuere, lamento mi tardanza en el descubrimiento de una banda de la que tenía vagas referencias, y que mi recelo seguramente procedía de su militancia en el sector metalero, del que por prescripción médica (los decibelios a tropemil casan poco con tener una buena puesta a punto del oído medio para percibir toda la gama de sonidos posible que procura la madre naturaleza) me he abstenido. La prospección estos últimos meses por el sinfónico jurásico me ha llevado hasta unos grupos de nacimiento más cercanos en el tiempo, en las que ese terceto de antiguos estudiantes de Berkeley parecían llamados a disputar el cetro del rock progresivo a los escoceses Marillion toda vez que Genesis, Yes y Cia habían entrado en barrena por distintos motivos.
A punto de cumplir sus bodas de plata, Dream Theater pueden vanagloriarse de haber dado cabida a una decena de álbumes en estudio, una cifra nada baladí si tenemos en cuenta que los neoyorquinos han conquistado a un público disperso por medio planeta sin perder la perspectiva de una calidad digna de todo encomio en las grabaciones y una necesidad imperiosa por abandonar cualquier reducto de complacencia en la modalidad de repetir una fórmula que les resultara exitosa en el pasado. Definitivamente, Dream Theater es un grupo que me ha ganado en esas propuestas más melódicas sin dejar de enarbolar la bandera del sinfónico con resabios de Pink Floyd y mostrando vasos comunicantes con los Marillion lideados por Mr. Hogarth. Piezas con las que voy construyendo ese particular museo de los sueños acústicos, apuntalada en los últimos tiempos por esa vertiente del progresivo en su derivación metalera que Dream Theater define con majestuosidad. Las agendas para un servidor estarán libres cuando los de New York decidan escoger Barcelona o cercanías para su próximo tour europeo, aquel que presumible les lleve nuevamente por el viejo continente para conmemorar su 25 aniversario. Allí estaremos para dejarnos seducir por esos generosos conciertos de más de tres horas. Hasta entonces tiempo habrá para «bucear» en ese «océano» sonoro donde habitan en el fondo marino «perlas» como Thorough My Words, Anna Lee o The Silent Man, y donde podemos dar las vueltas precisas a esa llave de la sensibilidad vocal e instrumental que abra el cofre de su masterpiece Train of Thought (2002). Luego vendría una cierta fase experimental que ensombrencería los hallazgos de antaño pero, al cabo James LaBrie, sigue manejando con firmeza el timón de la nave Dream Theatre sin abandonar sus raíces del rock progresivo, si bien haciendo gala de algún que otro abordaje a un barco (con bandera pirata, of course) bañado de «metal» pesado. En estos paréntesis musicales con prospección a un género que no tengo el honor de cultivar habrá que atender al enunciado de su quinto álbum de estudio y mantenerse a Seis grados de la oculta turbulencia... de un heavy que parece no ser de ese mundo, de ese «teatro de los sueños» cuando la misma voz, arropado a los teclados por Jordan Rudess (con un look cruce Peter Gabriel post-Up y Mark Kelly de Marillion), por la batería y la percusión de Mike Portnoy y por las guitarras de John Myung y John Petrucci, se encomienda a trazar versos musicales de una sensibilidad exquisita.
Este post está dedicado a mi buen amigo Àlex Romano, un amante del rock como pocos. Su entusiasmo por la música es de las que motiva a seguir haciendo nuevos descubrimientos. Dream Theatre lo ha sido y en grado sumo.
Invitación a escuchar los temas Through Her Eyes y Anna Lee en YouTube:
http://www.youtube.com/watch?v=mcG0dpBz7tc
http://www.youtube.com/watch?v=qk_o87vRt-0
2 comentarios:
Hola Christian.
Yo soy muy seguidor del metal desde siempre, aparte de Dios Young.
Me alegro del descubrimiento, pero yo te recomendaría encarecidamente que escucharas a los canadienses RUSH, con su lider Geddy Lee al bajo, voz y teclados. Sobre todo los primeros discos de los setenta.
Son precursores de muchas cosas.
Saludos.
Hola Ramonet:
Conozco a Rush, pero no he tenido aún la oportunidad de profundizar en sus esencias. Tomo buena nota de tu admiración por la banda de Geddy Lee. Gracias.
Un saludo,
Christian
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