Publicado en el verano de
1922 por el sello Anagrama, Diarios y
cuadernos (1941-1995) representa un auténtico «tesoro»
para estudiosos de la obra de la escritora Patricia Highsmith. Curiosamente, a
lo largo de sus mil doscientas cincuenta páginas –que lo convierten de facto en uno de los más extensos del
señorial catálogo de Anagrama—no queda constancia por escrito de su parecer en
torno a A sangre fría (1965), de
Truman Capote. A buen seguro, Highsmith tuvo una opinión bien formada sobre la Opus magna de su compañero de profesión,
quien asimismo pasó largas temporadas en el viejo continente. En cierto
sentido, podría entenderse Gente que
llama a la puerta (1983) —una de las novelas postreras de Highsmith—
conforme a otra vuelta de tuerca de In
Cold Blood, con una interesante «variante», la
propia de recaer el acto criminal en uno de los integrantes de una familia de
fuertes convicciones religiosas, aparentemente modélica a los ojos de una
comunidad del interior de los Estados Unidos. Así pues, los Alderman de Gente que llama a la puerta encuentran
sus «equivalentes»
en los Clutter de A sangre fría.
Similar en número de páginas a la novela que estableció un paradigma dentro de
la literatura —saludada como la primera obra de «no-ficción»— del
siglo XX, People Who Know On the Door fundamenta
su narrativa sin emplear el recurso epistolar —como
acontece en A sangre fría—,
dejando patente el estilo inherente a la escritora texana, esto es, un trazo limpio, directo, amarrado a una prosa que no precisa
tener al lado una batería de diccionarios para atender al detalle de su
contenido. Más que erigirse en cronista de un asesinato «a
sangre fría» que sirviera en bandeja un alegato en
contra de la pena de muerte, Patricia Highsmith coloca la lupa sobre la
hipocresía de la sociedad estadounidense bienestante que conocía de primera
mano —en singular, la ciudad de Bloomington (en el estado de Indiana), que
sirve de molde para el ficticio municipio de Chalmerston que deviene uno de los «personajes»
de la novela— y que tiene en el cabeza de familia de
los Alderman, Richard, su máxima expresión. Él es quien se opone al aborto
cuando su hijo mayor Arthur ha dejado embarazada a la joven estudiante Maggie,
menor de edad. Fruto de la cura «milagrosa» de su
hijo pequeño Robbie, Richard pasa a formar parte de las filas de la Primera Iglesia
del Evangelio de Cristo, en un contexto —en plena era Reagan— de
repliegue patriótico, pero también de
fuerte implantación de sectas de toda clase y condición que encontrarían en la
televisión —en un pasaje de la novela se alude a la
aparición de un telepredicador—
una ventana de oportunidad
para dar a conocer sus mensajes.
Patricia Highsmith, cronista de su tiempo, no pasaría por alto esa oleada
evangelizadora que sacudiría de norte a sur, de este a oeste su país de
nacimiento, al que —dicho sea de paso— criticó
(preferentemente desde su destierro europeo)
el apoyo sistemático al gobierno de Israel por sus políticas segregacionistas
en relación al pueblo palestino y que, por desgracia, sigue cobrando actualidad
a raíz de lo acontecido en la franja de Gaza. Aunque ello la comportara perder
lectores, Patricia Highsmith dedicó Gente
que llama a la puerta «al valor del pueblo palestino y de sus
líderes en la lucha por recuperar una parte de su patria»,
apostillando, «este libro no tiene nada que ver con su problema». Empero, bien
mirado, tanto lo que se refiere al contenido del libro como al sempiterno
conflicto entre Israel y Palestina, en su raíz atendemos a un fanatismo
religioso que propicia, en el caso de Gente
que llama a la puerta, una serena reflexión en torno a lo lesiva que pueda
resultar una educación que abomina, por ejemplo, sobre las prácticas abortivas,
y que puede llegar a tener un «efecto boomerang» en forma de parricidio a sangre fría
perpetrado por un menor de edad —de dieciséis años— que
cuenta los días para salir de Foster House
—un correccional para chicos
de su edad— y hacer carrera en el ejército o la Marina, tal como vaticina su hermano
mayor Arthur, el principal protagonista de una pieza escrita por Highsmith,
publicada en 1983, el mismo año que visitó Barcelona para reunirse con Jorge
Herralde, en vísperas de un acuerdo contractual que ligaría a la texana de «por
vida» con el sello barcelonés. De aquel
encuentro y de su posterior visita a Donosti y Madrid queda constancia escrita
en Diarios y cuadernos, la voluminosa obra que precede —siguiendo
el timeline— a
la reedición —editada por primera vez en 1984—
de Gente que llama a la puerta dentro
de la Biblioteca consagrada a Patricia Highsmith.
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