Si hiciéramos una estadística referida
exclusivamente a la comunidad cinematográfica en los últimos veinticinco años
con una elevada probabilidad 1999 sería el que registraría uno de los picos de
defunciones más acentuado. En aquel último año de la pasada centuria, a las
puertas del siglo XXI y, por ende, del nuevo milenio, nos dejaron los cineastas
Stanley Kubrick, Charles Crichton, Robert Bresson y Edward Dmytryk, y los
intérpretes Dirk Bogarde, George C. Scott y Oliver Reed, por citar algunos de
los más relevantes de una extensa lista. Tampoco resultó marginal el número de
escritores que perecieron a lo largo de los meses anteriores a colocar el
contador a «0» con el «2» delante. Por ejemplo, Iris Murdoch (1919-1999) lo
hizo en el verano de aquel año tras haber pasado por una etapa devastadora
sobre todo para su entorno familiar y de amistades ya que la había sido diagnosticado
Alzheimer. Una recta final especialmente cruel para alguien que había
depositado en su privilegiada mente la proeza de armar un total de veintiséis
novelas, además de numerosos ensayos –filosóficos, biográficos, etc.-- y
artículos, que la llevaron a ser nombrada en 1987 Dama del Imperio Británico.
Idéntica distinción recibió años más tarde de manos de Isabel II Judi Dench, la actriz que encarnaría a la
escritora inglesa –en las postrimerías de su existencia cuando la citada
enfermedad hizo estragos-- en Iris (2001), toda vez que los herederos de Iris Murdoch y,
en singular, su marido durante más de cuarenta y cinco años, John Bailey, dio
su aprobación a modo de honrar la memoria –valga la expresión-- de una de las
plumas más brillantes de la Literatura
Británica de la segunda mitad del siglo XX. En lo que llevamos de centuria,
Impedimenta se ha encargado de ir al «rescate» de varias de las novelas que
jalonan sus exquisita obra, la última de las cuales lleva por título Una
cabeza cercenada (1961). Mas, se trata de la única de las novelas escrita
por Iris Murdoch que, hasta la fecha, mereció una adaptación cinematográfica,
errática a nivel de producción ya que tardó un par de años en comparecer en
salas comerciales en algunos países. Con
un equipo artístico conformado por segundas o terceras opciones, según el
relato del propio coproductor del film, Elliot Kastner, A Severed Head
(1971) tuvo su punto de partida, a
efectos de rodaje, en 1969, el mismo año que el divorcio podía darse en el
Reino Unido sin la obligación de demostrar conductas que podrían ser
calificadas de inmorales, tal como detalla el traductor Enrique Maldonado
Roldán en una de las contadas anotaciones a pie de página que encontramos en la
edición de Impedimenta de Una cabeza cercenada. Pero, en cambio, en el
campo literario no existían tales restricciones en el amanecer de los años
sesenta, permitiendo a Iris Murdoch dar rienda suelta a una historia que
convoca, entre otros asuntos espinosos --refractarios a la moral de los sectores
más conservadores y/o tradicionalistas de la sociedad británica--, el tema del
incesto. Como es preceptivo en la obra de Dame Iris Murdoch, el relato de A Severed Head encuentra
anclaje en un ambiente de clase media-alta, en la que no faltan representantes
de la intelectualidad, todo ello a través de la voz de una narración en primera
persona, la propia de Martin Lynch-Gibbon. A sus cuarenta y un años –una edad
similar a la que tenía sir Ian Holm, el
actor al que da vida en la gran pantalla en la película dirigida por Dick
Clement-- Martin Lynch-Gibbon experimenta un punto de inflexión en su relación
conyugal con Antonia, cuyo romance con
su amante Palmer Anderson opera en un nivel de discrecionalidad pero sin necesidad
de evitar que quede velado al conocimiento de su marido. Un arranque que
podría ser una réplica de infinidad de premisas argumentales que concurren en
el terreno literario pero que Murdoch
orienta al correr de las páginas hacia un alambicado cruce de pequeños relatos
conectados entre sí ya sea por afinidades afectivas y/o de parentesco. La prosa
de Murdoch fluye con su habitual tono irónico, acaso sarcástico en su
exploración de aquellos conductas humanas que guardan relación con los
«placeres culpables» y que para satisfacción de lectores devotos de la
heterodoxia, en pleno fragor del swining london, pudieron
degustar desde la salida al mercado de la quinta de las novelas de la
escritora, poeta y filósofa de ascendencia irlandesa. Ciertamente, la errática
carrera comercial de la referida cinta no ayudó a popularizar Una cabeza
cercenada –una expresión utilizada por Honor Klein, la hermana de Palmer
Anderson, presumiblemente el personaje más enigmático de la función--, siendo
el guion de Frederic Raphael –que asimismo toma inspiración en una obra teatral
previa urdida por J. B. Priestley-- presentado conforme a un fiel ejercicio de
adaptación de la novela de Iris Murdoch. Para Raphael, el impacto que le
provocó saber del deceso de Kubrick con quien había trabajado codo a codo en la
elaboración del libreto de Eyes Wide Shut (1999), se sumaría meses
después la noticia del fallecimiento de Iris Murdoch, siendo el único guionista que ha logrado traducir
hasta la fecha una novela nacida del
talento de una escritora que se «coronó» en el campo de las Letras bien entrada
la década de los sesenta y, a efectos, de situarse entre la realeza de
las Islas, a finales de los años ochenta, concretamente el mismo año que vio la
luz en tiendas y grandes superficies El libro y la hermandad (1987),
asimismo publicada por el sello Impedimenta dentro su eventual Colección
consagrada a Jean Iris Murdoch.
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