Por razones de edad algunas de las cintas
clave del género de terror de los años setenta las visité por primera vez en
salas comerciales o en la pequeña pantalla en la década siguiente. Al impacto
causado por el visionado de El exorcista (1973)
—en un programa doble en los cines Verdi cuando aún no había sufrido la
transformación en multisalas—, El otro
(1972), La matanza de Texas (1974) y Las colinas tienen ojos (1977) —estas últimas
en el marco del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges—, se sumó, entre
otras, la presencia frente al televisivor para contemplar Engendro mecánico (1977) en la noche del viernes 22 de noviembre de
1985, la película propuesta a la audiencia en el marco del programa La Clave
que abordaba el tema de las «Máquinas inteligentes» para someter a debate. Por aquel
entonces contaba con diecisiete años y difícilmente olvidaré pasajes de una
producción cinematográfica abanderada en su apartado interpretativo por Julie
Christie, una de mis actrices favoritas. En un ejercicio habitual en un
servidor, ávido de conocimiento, traté de recabar información sobre el director
de Demon Seed del que no había oído hablar
nada hasta entonces. Ni por asomo podría imaginar que diez años después sería el
máximo responsable de la creación de una revista cinematográfica mensual
escrita en catalán. A la altura de su número doce (mayo de 1996) de Seqüències de cinema publicamos en el
apartado in memoriam un breve sobre
la figura de Donald Cammell (1934-1996), fallecido a los sesenta y dos años a consecuencia
de un suicidio. Al parecer, se había disparado un tiro a la cabeza. Tres años
después de haber publicado aquella luctuosa noticia, volví a tener una «cita» con el iconoclasta artista escocés
el viernes 29 de abril de 1998, al filo de la medianoche, en virtud del pase
televisivo en el canal autonómico catalán de White of the Eye (1987). Un enclave semidesértico del estado de Arizona
sirve de marco de una historia que pivota sobre el proceso de investigación de
un asesino en serie que mutila a sus víctimas. A tenor de la presencia de
Cammell al frente del proyecto cabía un ejercicio que siguiera los cauces
propios de la experimentación, involucrando para la ocasión a Nick Mason (n. 1944), uno
de los nombres propios de aquellos tiempos de la escena cultural provisionada
de psicodelia en el Londres de la segunda mitad de los años sesenta. Allí
Cammell entró en contacto con Mick Jagger, a quien codirigió —junto a Nicolas
Roeg— en su opera prima Performance (1970),
y se familiarizó con el sonido de los Pink Floyd en su etapa psicodélica. Para
su batería y único de los componentes que ha permanecido fiel a la historia de
una de las bandas de rock más legendarias, la tentación de concebir un disco alejado
de los dominios de los Floyd cristalizó en 1981 con la publicación de Fictitious Sports.
Una vez más, el azar me puso indirectamente
sobre la pista de Donald Cammell cuando el pasado 6 de julio de 2019 me perdí
entre la generosa oferta discográfica de una pequeña tienda situada en el casco
antiguo de la Ciudad Condal, que resiste como gato panza arriba las embestidas
al negocio discográfico en formato físico en plena realidad del siglo XXI.
Dentro del espacio consagrado al rock progresivo figuraba un disco que nunca
había visto hasta entonces: Unattended
Luggage. Un título apenas perceptible a simple vista ya que la tipografía y
el cuerpo de letra reservado para su autor —Nick Mason— ocupa un espacio de
centralidad en la cubierta de un caja vestida
de tonalidades anaranjadas y azuladas. En su interior descansan tres pequeñas
piezas de coleccionista, el referido Fictitious
Sports, Profiles (1985)… y la
banda sonora de White of the Eye (1987). El
impluso floydiano —unido al camelliano (con nombre de pila Donald)— me
hizo adquirir este «equipaje desesperado» que ya computa entre las rarities de la colección de discos que comparto con Esther Solías. El
ex miembro de la formación 10cc Rick Fenn (n. 1953) fue el compañero de viaje de Nick Mason en Profiles y White of the Eye, mientras que para Fictious Sports el batería de Pink Floyd se dejó acompañar por el
ex soft Machine Robert Wyatt para que éste se ocupara de la parte vocal de
siete de los ocho temas que jalonan un álbum habitado de numerosas influencias
(jazz, blues, techno-pop), con una pared de sonido rocosa en que tienen acomodo
instrumentos de viento como la trompeta, la tuba, la flauta y el clarinete. Para
Profiles las coordenadas sufrieron
una variación considerable, repercutiendo un disco de corte instrumental –con la
excepción de los temas “Lie for Lie” e “Israel” en la voz de Dave Gilmour (su
amigo y compañero de los Floyd) y el argentino Danny Peyronet—que, en una
evolución lógica, podría interpretarse conforme a un ejercicio preparativo a la
hora de abordar la escritura musical
para la banda sonora de White of the Eye
con un armazón experimental
al estilo new age con algunos desvíos country y otros tantos destilados
con las esencias de esos fluidos rosas que
empezaron a reclamar la atención en el seno de una efervescente actividad
cultural en la que se mostró especialmente activo Donald Cammell, pintor
vocacional y cineasta a tiempo parcial
que transitó por un camino empedrado antes de abandonar el mundo de los vivos
por voluntad propia, aunque impelido por un cúmulo de fatalidades.
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