Coincidiendo con el año que se cumplió el 80 aniversario del nacimiento
de Truman Streckfus Persons (1924-1984), artísticamente Truman Capote, los astros parecían alinearse para que el
menudo escritor norteamericano, lejos de ser pasto del olvido, se revitalizara
el interés por su obra. Por aquel entonces, la industria cinematográfica
estadounidense, a través de la Biblia
de Hollywood, la revista Variety,
anunció el inminente rodaje de una suerte de biopic parcial de Truman Capote, en que el finado Phillip Seymour
Hoffman se colocó en la piel del afamado escritor. Sometido a una
transformación física notable, Hoffman «resucitó» a Truman Capote merced a una interpretación
acreedora de un Oscar. Sin duda, semejante logro eclipsó una serie de noticias
que apelaban asimismo a la persona de Capote, entre las cuales encontramos la
publicación de The Brief a Treat
(2004), una recopilación de la vasta correspondencia que el taimado escritor
guardó celosamente y que su biógrafo Gerald Clarke sometió a escrutinio para
dar lugar a un libro muy revelador de cuestiones que competen al círculo de
amistades del autor de A sangre fría (1965).
Entre chismorreos, muestras de estados de ánimo, sugerencias (literarias, pero
también cinematográficas y teatrales) y confesiones,
en sus relaciones epistolares Truman Capote dejó filtrar el estado de las cosas por lo que concierne a su (intermitente)
actividad profesional. A todo ello cabía aguardar unos meses desde la
publicación de The Brief a Treat —Un placer fugaz. Correpondencia (2005)
para su traducción en lengua castellana a cargo del sello Lumen— para atender a
la mayor de las «revelaciones» —desde un prisma
eminentemente literario— que en el amanecer del siglo XXI podía proveer la figura de Truman Capote. A
pesar de las reservas propias de quien se supo amigo personal y, a la sazón, editor de
Capote, Alan U. Schwartz, éste se decantó por dar luz verde al proyecto de
edición de Summer Crossing, la que podría colegirse la primera novela escrita por
el genio de Nueva Orléans, pero que había abandonado cualquier tentativa de
publicarla, priorizando así otros proyectos en un periodo en el que aún se encontraba
instalado en la veintena. De hecho, según relata Schwartz en el epílogo de la
edición de Summer Crossing —reproducida
para la ocasión para la edición en catalán y castellano que llega a las
librerías en el verano de 2019 de la mano del sello Anagrama— cuando Capote
abandonó su apartamento de Nueva York en 1966 —aún reciente el impacto generado
con la publicación de In Cold Blood—
dio orden expresa al conserje del edificio para que se desprendiera de todo el
material que aún quedara en su vivienda. Por ventura, el conserje hizo caso
omiso a las indicaciones de Truman Capote, quedando a resguardo material
diverso que contenía precisamente el manuscrito titulado Summer Crossing. Un pariente del conserje heredó lo que vino a convertirse en un auténtico tesoro.
Para el común de los mortales, el haber empezado
a escribir una novela con diecinueve años podría ser tildado de signo de
precocidad. Empero, Capote ya llevaba acumulada casi una docena de años escribiendo desde que en 1943 se embarcara en este ejercicio que requiere de enormes dosis de disciplina para cumplir determinados objetivos. Tres
años más tarde Capote revelaba en una carta remitida a Elizabeth Ames que se
apremiaba a concluir la escritura de su primera novela, una manera quizás de
reclamar la atención para que le considerara digno de formar parte del programa
Yaddoo que la maestra estadounidense pilotaba desde hacía varios veranos en
Saratoga Springs, en el estado de Nueva York. Al mismo accedió, pero al
reseguir el itinerario epistolar del
libro tutelado por Gerald Clarke la pista de aquel proyecto al que había
dedicado numerosas horas durante el periodo comprendido entre 1943 y 1946 —compaginado
con la publicación de relatos cortos para las revistas Harper’s Bazaar, Mademoiselle
y Prairie Schooner, entre otras—,
parecía perderse para siempre. A medida que la década de los cuarenta avanzaba la estrella referida a ese Summer Crossing en
el incipiente firmamento literario de
Capote se iría apagando… hasta bien cumplidos los veinte años del deceso del
brillante autor sureño. En aquel providencial
2005 en aras de redimensionar la figura de Truman Capote —un segundo largometraje, Historia de un crimen (2006), centrado
en este caso en la época en que se consagró a la escritura de A sangre fría, un
proceso con una implicación emocional que le dejó tocado de por vida—,
la aparición de Summer Crossing
representó un acicate para estudiosos a la hora de «reconstruir» las raíces de un árbol
literario robusto pero sin la frondosidad
propia de un autor que pueda ser calificado de prolífico. Más allá de sus
relatos breves, libros de viaje y guiones cinematográficos, la obra en forma de
novelas de Truman Capote hasta 2005 había quedado limitada a cuatro títulos publicados.
Con Creuer d’estiu / Crucero de verano el número queda
ampliado a cinco (descontando su pieza inacabada Plegarias atendidas), dejando patente desde las primeras páginas de su proverbial
capacidad narrativa, la referente a un talento extraordinario con unas dotes de
observación de la vida mundana que encuentran asidero al hilvanar un relato que
cubre la distancia que separa el tono costumbrista salpimentado de comicidad
con ese lado oscuro que apela a lo trágico. Signos de madurez en la evaluación de un personaje, el de Grady McNeil, una chica de diecisiete que pasa el verano
en Nueva York sin la compañía de sus progenitores por voluntad propia. Un
personaje que persigue, pues, un cierto aliento emancipador y que va perfilando
algunos de los rasgos característicos de Holy Golightly, la heroína de Desayuno en Tiffany’s (1952), la primera
gran conquista literaria de Truman Capote, cuyos demonios interiores —a costa de una madre dipsómana, el
descubrimiento de su homosexualidad y una vida itinerante desde temprana edad
sojuzgada por una falta de afecto, entre otras consideraciones— pronto desembocaron
en el mar de la literatura, el faenado por un ser con demasiadas
carencias para poder enfrentarse cara a cara con su adicción al alcohol y a las
drogas. Una debilidad que queda al descubierto cuando en un pasaje del epílogo
de Creuer d’estiu / Crucero de verano
reproduce literalmente la respuesta que Capote dio a Schwartz cuando éste le
conminó a que se sometiera a un programa de rehabilitación para alcohólicos y
drogaadictos: «por favor, déjame marchar. Quiero marcharme». Al cabo de unos meses,
Schwartz asistió a su entierro, pero su voz
literaria sigue resonando con intensidad en la actualidad, incluso entre aquellas «obras de juventud» sobre las que pesaba una
sentencia tras muchos años de cautiverio en un apartamento situado en el 1.060 de Park Avenue.
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