domingo, 14 de julio de 2019

«LA POETA Y EL ASESINO» (2002): EL FALSIFICADOR MORMÓN Y LA MISTERIOSA DAMA DE AHMHERST


Ha transcurrido casi una década desde que vio la luz mi primera novela, El enigma Haldane (2011). A través de la evocación que hace de su padre supuestamente muerto en un accidente automovilístico el personaje protagonista de la misma, Timothy Waller destaca que entre sus aficiones se encontraba la lectura de poesía, siendo una de sus autoras favoritas Emily Dickinson (1830-1886). Durante el periodo que había dedicado a la escritura del libro tuve un conocimiento un tanto vago en torno a esta poeta norteamericana de la que, en cierta manera, la lectura de algunas de sus poemas me atrapó al punto que la incorporé a esa cosmogonía, cuál demiurgo, que estaba moldeando en las primeras estribaciones del siglo XXI. Precisamente, en ese periodo el periodista, aventurero, ensayista y novelista británico Simon Worrall vio publicada la novela The Poet and the Murderer (2002), de la que ha tardado diecisiete años en ser traducida al castellano de la mano del sello Impedimenta. Beatriz Anson se ha encargado de una labor que, a buen seguro, ha requerido de la necesidad de material extra que ayudara a apuntalar una traducción a la lengua de Dámaso Alonso de una obra que puede leerse conforme a una novela de misterio, pero que evita cualquier amago de ficción. La poeta y el asesino sigue, pues, las coordenadas de un relato sobre la verdad de un personaje, Mark Hoffman (n. 1954), que llegó a crear un poema haciéndolo pasar por uno de los muchos que había escrito de su puño y letra la asceta Emily Dickinson. El punto de partida de La poeta y el asesino no es otro que la subasta del poema de marras en la prestigiosa Sothersby’s en 1997, vendido por veinte mil dólares a un representante de la Biblioteca Pública de Ahmherst la localidad de Massachusetts donde vivió recluida la totalidad de sus cincuenta y seis años la menuda poeta— tras recibir una serie de donaciones que permitieron acceder a la puja por una obra que llenó de animosidad y de cierta incertidumbre, cabe decirlo— a los acérrimos admiradores del legado artístico de Emily Dickinson.
    Al tirar del hilo de la realidad, se llegó hasta un personaje con múltiples atractivos para que ocupara un plano de centralidad en una novela de «no ficción» según el término acuñado por Truman Capote, a propósito de A sangre fría (1966)— que, para un servidor, además de conocer infinidad de detalles que enriquecen mi interés por la figura de Emily Dickison, ha significado una puerta al conocimiento de la creación del mundo de los mormones. No en vano, Mark Hoffman se educó bajo la ortodoxia mormona pero, a temprana edad, iba tomando conciencia que aquella «fortaleza» eclesiástica se había construido con pies de barro. Óbviamente, mi fascinación sobre los mecanismos que operan en el seno de las sectas religiosas la de los mormones, una de las de mayor predicamento y expansión a escala planetaria— y de la que dejo constancia en El enigma Haldane merced a la confección de una organización liderada por Ephraim Samsteen con el epígrafe de la clonación de seres humanos para operar como sociedad mercantil, han avivado la atención por la lectura sobre todo en los capítulos centrales de La poeta y el asesino. Se trata de un trabajo de campo a cargo de Simon Worrall que inicialmente debía haber sido publicado por la revista Enquirer, pero que derivó en una propuesta literaria de gran calidad. Worrall deja constancia de su savoir faire en el manejo de un lenguaje que no excluye un aliento poético, lírico, diríase que tocado por la gracia de saberse agradecido que la «divina providencia» le facultara a escribir una novela que crea adicción en el lector aunque sea un profano en las materias tratadas. El vocablo «asesino» puede resultar el señuelo presto a captar la atención del mayor número de lectores posible, pero sin sus cargos por doble asesinato –dos miembros destacados de la comunidad mormona de Salt Lake City—que le han llevado a permanecer en prisión de por vida Mark Hoffman hubiese sido un personaje digno de estudio, con un IQ cercano a 150, y su don para falsificar firmas —en torno a las ciento treinta de auténticas figuras de la Historia de Norteamérica— y documentos que hizo pasar por oficiales, incluido las que podríamos colegir las sagradas escrituras de los Mormones.
     Una vez más, Impedimenta ha demostrado su excelente olfato a la hora de recuperar para el parque editorial de nuestro país, una gema de incalculable valor que, a buen seguro, ganará público lector con una eventual adaptación a la gran pantalla en forma de ficción cinematográfica. Descartado Bart Layton para no incurrir en un exceso de repetición de temas el director y guionista del falso documental El impostor (2012) y la excelente American Animals (2018) Pienso que Robert Zemeckis podría ser un candidato idóneo para llevarlo a cabo, toda vez que en un par de ocasiones ha convertido material procedente del campo documental en sendos largometrajes de ficción El desafío (The Walk) (2016), Bienvenidos a Marwen (2018). Este podría ser el tercero ya que tenemos el precedente de The Man Who Forget America (2003), dirigido por Matthew Thompson, centro en el personaje de Mark Hoffman, confinado en una prisión federal desde hace una veintena de años. Otra prisión, la situada en una mansión de estilo victoriano en Ahmherst, fue la que ocupó la «poeta» del título de una novela excepcional en el amplio sentido de la palabra.     

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