«Todo lo que
vemos o parecemos es solo un sueño dentro de un sueño»
Edgar Allan
Poe (1809-1849)
Hace unos días acudí a la Filmoteca de la
Generalitat de Catalunya para ver por primera vez en la gran pantalla Picnic
en Hanging Rock (1975). La trama gira en torno a la desaparición el día 14
de febrero de 1900 de cuatro jóvenes procedentes de un internado al adentrarse
en las entrañas del Monte Diógenes, en Hanging Rock, situado al sur de
Australia. A partir de entonces se las pierde el rastro, procediendo buena
parte del metraje a un ejercicio de reconstrucción de los hechos acontecidos en
una jornada que debía ser festiva en uno de los enclaves más representativos
del estado de Victoria del país austral. La tierra se las tragó
y con ello el enigma de Hanging Rock sigue despertando todo
tipo de especulaciones, a las que el silencio de Joan Lindsay, la autora de la
novela homónima de partida que inspiró la película dirigida por Peter Weir. Sin
duda, lo más similar que tenemos en Catalunya del Monte Diógenes deviene la
Montaña de Montserrat, asimismo envuelta de un manto de misterio que arranca
desde su singular mofología moldeada por sus
componentes de origen volcánico. En ese enclave «sagrado» tuve la
oportunidad de ir conociendo a Esther Solías, en una de las primeras ocasiones
que compartimos una salida. Corría 2013. Meses antes, Esther se había aparecido
en mi vida en una tarde de verano en la localidad tarraconense
de Torredembarra, a propósito de una convención de fans de Neil Young (el Rustfest en su
tercera edición). Fue lo más parecido a un cuento de hadas. Llevávamos unas
horas juntos, pero parecía como si hubiésemos permanecido una eternidad juntos.
Mirando hacia atrás, si me diesen a escoger mil opciones de cómo quisieras
conocer a la compañera de tu vida, sin dudarlo, sería tal como ocurrió aquel 7
de julio de 2012. Sucedió de manera natural. Nos hablamos con los
ojos; estábamos en esa zona de recreo en que un
niño y una niña se cogen de la mano con la idea en mente que prometerse que cuando
sean mayores no se separarán nunca el uno del otro. Al cabo de unos días de
aquel primer encuentro nos citamos en diversas ocasiones, una de ellas con la
Montaña de Montserrat ejerciendo de testimonio al fondo del cuadro donde dos
seres enamorados contaban cada segundo de sus vidas para volver a estar juntos.
Transcurridos casi siete años desde entonces, Esther sigue siendo la compañera
de viaje que había soñado en esas noches de vigilia; una persona pura de
espíritu como la Miranda de Picnic en Hanging Rock, cuya
cabellera rubia azotada por el viento va dibujando formas invisibles en el espacio. El título de este
blog debe su nombre al título de mi primera novela, El
enigma Haldane, publicada en 2011. Un año después conocí a la persona que
me ha acompañado hasta la fecha en esa aventura de la vida
que cada día te pone a prueba. Pocas cosas tengo seguras, pero no me cabe duda
que una de éstas responde al nombre de Esther Solías, la mujer que mejor sabe
de mis debilidades y mis fortalezas, junto a mi madre. Cuando vas a pasar una
eternidad junto a una persona como Esther solo puedes sentirte un afortunado. A
lo largo de esos viajes por Escocia, Italia, Austria, Holanda, Gales y la
República de Irlanda han servido para fortalecer si cabe aún más un vínculo que entiendo
inquebrantable, en la búsqueda de una felicidad que deviene una de las
claves para seguir manteniendo intacta la ilusión y la motivación por avanzar
cada día. Si la salud me sigue acompañando no voy a desfallecer, y seguiré
firme a la hora de regar ese pequeño jardín llamado El mundo de Haldane que
cumple 500 entradas. Todo un hito para un blog que desde marzo de 2008 hace de la difusión de la
cultura bandera, y que en el cumplimiento del millar de entradas quiero
compartir esta dicha con una persona excepcional, Esther Solías, en el día de
los enamorados porque no hay mejor definición del estado anímico de un servidor
y de su pareja con la que espero seguir compartiendo infinidad de placenteras experiencias
a lo largo de toda una eternidad... y un día.
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