Antes de darse a conocer a nivel profesional en los Estados Unidos, en especial en el terreno del cine noir, Robert Siodmak (1900-1973) desarrolló una frenética actividad
artística en su Alemania natal y posteriormente en Francia, al punto que llegó a filmar
casi una veintena de largometrajes antes de cumplir cuarenta años. Mas, el
mayor de los hermanos Siodmak hubiese podido llevar a cabo un proyecto de un
incalculable valor historicista, Jugend
Ohne Gott, que toma de partida la novela homónima de Ödön Von Horváth (1901-1938), publicada
por primera vez en Holanda. Presumiblemente, si se hubiese concretado en la
gran pantalla Jugend Ohne Gott, el
interés por la primera etapa europea de Robert Siodmak hubiese ganado enteros
entre los historiadores de cine. La fatalidad quiso que la cita del 1 de junio
de 1938 entre el matrimonio formado por Robert Siodmak y Bertha (Odenheimer) y Von Hórvath quedara anulada merced al
accidente que padeció este último yendo de camino al encuentro con el cineasta
por les Champs Elisées. La rama de un
castaño la cayó en la cabeza, provocando un traumatismo craneal del que no se
recuperaría en el hospital y que le condujo hasta la tumba con tan solo treinta
y siete años de edad. Aun reciente el éxito del estreno parisino de Mollenard (1938) a principios de ese
mismo año, Robert Siodmak se las prometía muy felices para llegar a un entente
con Von Hórvath, con la decisión de armar un guión que fuera fiel al espíritu
de la segunda novela de éste último, por aquel entonces considerado un
respetado dramaturgo centroeuropeo que había conocido de primera mano el
fermento social y económico que dio pie a un cambio de paradigma en la Alemania
de los años treinta con el nacionalsocialismo ejerciendo de palanca para
movilizar a su sociedad. Consternado por aquella tragedia, Robert Siodmak
abandonó el proyecto en cuestión y nadie más apostó por las posibilidades que
ofrecía la traslación al celuloide del texto de Von Hórvath, enterrado a las
primeras de cambio en un cementerio situado a las afueras de París para, una
vez cumplidos los cincuenta años de su muerte, ser exhumados sus restos y
trasladados a la tumba familiar, “reuniéndose” en Viena con sus padres el
doctor Edmund (1874-1950) y Marie Von Horváth (1882-1959), y su hermano menor
Lajos (1903-1968).
Escasean las novelas sobre un
tema que me ha atraído de manera especial desde hace muchos años, el que razona
sobre el embrión de la Alemania nazi, aquel capaz de favorecer a una mutación en el organismo de la sociedad germana, inoculada de un sentimiento de
odio a lo «diferente» entre las generaciones más jóvenes. De ahí que
celebre la aparición en el mercado editorial de Juventud sin Dios gracias al sello Nørdica, dentro de su colección «Otras latitudes». Ödön von Horvath fundamenta su discurso narrativo a través de un
dispositivo alegórico que amaga hacia un cuento cruel, el protagonizado por
esas juventudes que asisten a campamentos de verano donde reciben un
adiestramiento paramilitar y un entrenamiento mental en el que el combate de
las ideas queda soslayado. El odio sirve de aliento, de inspiración para “ordenar”
una mente que piensa en términos bélicos y que los prepara para la lucha a
campo abierto. Juventud sin Dios representa
una propuesta, pues, que esimula a imaginar ese clima de adoctrinamiento que se
va tejiendo en un microcosmos donde asimismo toma lugar un crimen que sirve en
bandeja para poner a prueba la perspicacia como narrador de Von Horváth en la voz de un profesor. Con traducción de
Isabel Hernández, Juventud sin Dios
levanta acta de un mundo que no pasó inadvertido para el que hubiese podido ser
un referente intelectual de la primera mitad del siglo XX, notario de una actualidad que dejó para los anales una pieza
literaria de una lucidez extraordinaria observada en perspectiva. Episodios
breves y diálogos directos pero vitaminados con referencias cultas que abrazan
desde el pensamiento romano hasta el Viejo y el Nuevo Testamento, entran en la definición de un texto cuya lectura
sirve de excelente complemento al visionado de La cinta blanca (2009), la excelente película dirigida por Michael
Haneke al que se hace referencia explícita en la contraportada de un libro que
reserva sus páginas finales a un epílogo escrito por la propia Isabel Hernández
y que contiene la píldora, en forma
de anécdota, a la que me he referido al principio de este post. En la misma Hernández orilla un dato que añade si cabe aún
mayor surrealismo —una viñeta susceptible de ser reproducida en el celuloide
por Jean-Pierre Jeunet— a lo acontecido en ese primer día del mes de junio de
1938 en unos enclaves emblemáticos de la capital francesa. El punto de encuentro
entre los Siodmak y Ödön Von Horváth había sido la entrada de un cine donde se
proyectaba desde hacía varias semanas Blancanieves
y los siete enanitos (1937), el primer largometraje de la historia rodado
en Technicolor. Siguiendo un pronunciamiento alegórico parejo al del libro de
Von Horváth, meses más tarde la Historia de Europa adoptaría el color noir con esa Juventud sin
Dios asumiendo cargos de responsabilidad dentro del organigrama de un poder
jerarquizado de la Alemania nazi. El adiestramiento estaba servido; solo cabía
ponerlo en práctica, llevando al viejo continente a uno de los periodos más
oscuros de su historia contemporánea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario