Todo parecía presagiar que
con la muerte John Entwistle en 2002, víctima de sus propios excesos etilíticos
y de la ingesta de barbitúricos, la sociedad The Who se preparaba para su
definitiva disolución. Dos de las cuatro patas que sostenían el proyecto The
Who desde 1964 —el año de su fundación— se habían quebrado, y la banda se tambaleaba, al punto
que el horizonte musical parecía oscurecerse sin posibilidad de rescate en
forma de volver a engrasar una máquina que había funcionado a pleno rendimiento
a caballo entre finales de los sesenta y principios de los setenta. Pero, una
vez más, las leyes de la música de rock volvían a dictar sentencia, a favor de
esas infinitas prórrogas de que se autoconceden grupos con marcas tan
poderosas como las de The Who, cuyo nombre nació a sugerencia de Richard
Barnes, roommate de Pete Townshend.
Junto a Roger Daltrey, él ha sido el superviviente que ha manejado la nave de The Who después de haber
permanecido varado en las costas del
rock antes de volver a faenar cuando
amainó un temporal que afectó de manera particular a Townsend cuando una sombra de sospecha sobre
un asunto de pederastria le situó en el punto de mira de los tabloides. Entonces,
Daltrey no dudó en salir en su defensa de una forma vehemente, algo que
complació especialmente a Pete Townshend y sirvió para que ambos supervivientes
volvieran a izar la bandera de The Who en diversos escenarios, algunos tan poco
frecuentados en sus épocas de mayor esplendor como la capital española. Allí
pude verlos en la primavera de este 2016, en el marco del Mad Cool Festival,
compartiendo cabeza de cartel con Neil Young. Tanto Young como The Who
estuvieron presentes meses más tarde en el Desert Trip, punto de encuentro
para una constelación de músicos con el denominador común de haber emergido en
esos happy sixties del fenómeno del
rock. Como colofón a este resurgimiento mediático de The Who nos llega una joya
en formato papel de alto gramaje editado por el sello barcelonés Blume, en
conmemoración del 50 aniversario del álbum My
Generation. Su autor, Mat Snow (n. 1958), editor de la popular revista Moho, hace un barrido por la historia de
The Who a lo largo de medio siglo, aplicándose en el ejercició de la
contextualización en aquellos pasajes que lo requiere, como el referido a los
primeros capítulos —en singular, el relativo a «Los hijos de la guerra», en lo que se denominó los baby boomers, de la que surgieron una lista inabarcable de futuros
nombres propios consagrados al rock—,
el que detalla el alumbramiento de una banda que había adoptado nombres
diversos —The Aristocats y The Scorpions— antes de adoptar el que, a la postre, sería el
definitivo, y el que describe la escena del rock de los años 80, una auténtica
travesía por el desierto para grupos que habían consolidado su discurso musical
en las décadas anteriores fruto de un afán por la experimentación desbocado, en
alianza con una vida de desenfreno en materia sexual y de consumo de droga.
En buena lógica, las
características inherentes a la colección de títulos consagrados a bandas y a
cantantes afincados en el rock que ha ido sacando Blume en los últimos años no
permite “milimetrar” el área creativa de éstos, pero sí ofrecer una panorámica
bastante certera en torno a su relato histórico, salpimentado de diversas anécdotas
que nos ayudan a perfilar la singularidad de los integrantes de The Who, de la «D » de (Roger) Daltrey a la «T » de (Pete) Townshend pasando por
la «E »de John Entwistle
y la «M » de Keith
Moon. Sin duda, este último se lleva la palma en cuando a capítulos guiados por
los excesos, al punto que falleció a los treinta y dos años, a finales de los
setenta, haciendo virar
necesariamente el rumbo de la nave
The Who con la incorporación de Kenney Jones, ex batería de Faces y Small
Faces, quienes fueron sus rivales en la escena musical británica. Seguramente, dentro
de la banda John Entwistle sería quien más acusó el golpe por la pérdida de Keith Moon, encomendándose a partir de entonces a incrementar sus
rarezas en forma de un coleccionismo galopante en una lujosa mansión de la
campiña inglesa. Su deceso registrado a principios del nuevo milenio trajo
consigo algunas cuestiones referidas a su vida privada que no habían
trascendido a los medios de comunicación (algo ciertamente difícil en un grupo
que casi todo parecía compartirlo con sus fans, rasgo distintivo, según Snow,
en relación a otras bandas de proyección mundial), caso de su pertenencia a la
masonería. Detalles que para un servidor han significado una auténtica
sorpresa, al calor de la lectura de una obra magníficamente escrita con alguna
que otra pulsión de fan («el mejor álbum de rock en directo
de todos los tiempos» al referirse al Live to Leeds, fechado en 1970) y con un
excelso despliegue fotográfico, integrado por reproducciones de entradas de
concierto, carteles, instantáneas de conciertos, en los estudios de grabación y
un largo etcétera. En definitiva, un tesoro
a conservar al lado de una fonoteca en que no deben faltar dos monumentales
trabajos de The Who de cariz conceptual, Tommy
(1969) Quadrophenia (1973), que han
tratado de exprimir su jugo comercial y artístico en el campo
de la escena teatral, cinematográfica e incluso operísticas. En sendas piezas la
intervención de Pete Townshend —de cuyas
declaraciones/revelaciones de primera mano se ha servido Snow para construir el
relato de The Who— fue fundamental, en una muestra
inequívoca que sin su tesón y su pasión por la música —a la que elevó a la categoría de arte, en una
muestra de su carácter visionario, parejo al que redundó para su proyecto Lifehouse,
una suerte de epifanía sobre lo que
estaría por llegar, la era de internet— hoy
en día estaríamos hablando de una banda desalojada
de los escenarios en la época del florecimiento de la
MTV. Pero , para esta operación de “resistencia”
supo de antemano que Pete Townshend debía unir esfuerzos con dos complementos
ideales como los del bajista John Entwistle y el vocalista Roger Daltrey, el
uno tentado en su momento por ingresar en las filas de Moody Blues y el otro
por seguir alimentando su vena interpretativa en el medio cinematográfico.
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