Próximo a llegar a la centena de títulos publicados dentro de
la colección «Panorama de narrativas» de la editorial Anagrama –un hito al que
muy pocos sellos afincados en nuestro país pueden presumir–, desde hace tiempo
he sentido curiosidad por un artista pluridisciplinar llamado Emmanuel Carrère
(París, 1957), tangencialmente relacionado con el mundo del cine, aunque su
verdadero campo de acción se sitúa en una literatura que ha cultivado de manera
profesional desde hace más de treinta años. Con buen tino, el sello Anagrama ha
rescatado en estas fechas prenavideñas uno de los “textos de juventud” de
Carrière, Bravura (1984), a propósito
de la celebración del doscientos aniversario de la creación de una de las obras
magnas de la literatura universal relativas al fantástico y/o de terror: Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) de
Mary W. Shelley. Al atender al contenido de sus posteriores novelas, no debería
sorprender que la propuesta de Carrère merecedora de los Premios Prix de la Pasion
y Prix de la Vocation fuera orientada hacia la noción de collage de mundos
reales que se superponen con imaginarios, además de introducir sus experiencias
de índole personal que, para buena parte de los lectores, puede llamar a cierto
desconcierto. Necesariamente, una novela de tales características demanda una
lectura atenta, reposada, dispuesta para ir desentrañando las claves de un
relato que muestran sobre su tapiz narrativo a personalidades adueñadas de una
aureola de misticismo el calor propio de la proximidad, con las características
inherentes a los mortales, sometidos a sus debilidades, a sus vanidades, frustraciones,
deseos y, al fin y al cabo, necesidades mundanas. Al correr de las páginas de Bravoure podemos llegar a la conclusión
que Carrère, antes de cumplir la treintena, ya presentaba las credenciales para
convertirse en uno de los escritores con mayor talento de su país de origen con
un dominio descomunal sobre todos los resortes que convergen en lo que
podríamos colegir un narrador “total”. Presumiblemente, desde la perspectiva de
su condición de cineasta –guionista, actor y eventual director—Carrère hubiera
tenido la tentación de sumarse a la efeméride de la creación de la Magnum Opus de Mary Shelley con una
apuesta cinematográfica que inflexiona más en el espacio de Haunted Summer (1988), dirigida por el checo Iván Passer, en que quedan
convocados en Villa Diodati, en Suiza, Lord Byron, el matrimonio formado por
Mary Wollstonecraft y Percy Shelley, y el doctor John William Polidori. En ese
espacio helvético, para combatir la falta de verano verbigracia de los cambios
climatológicos provocados, al parece, por el efecto de la entrada de un volcán
en eurupción en Italia, se dará carta de naturaleza a la escritura de Frankenstein o el moderno Prometeo y El vampiro, escrito este último por Lord
Byron. A partir de esta premisa, Carrère da rienda suelta a su febril imaginación,
confeccionando un retablo literario que nos habla, entre otras cuestiones, de
las distintas identidades que cohabitan en una sola persona, como sucede en El adversario (1999, Ed. Anagrama),
adaptada al celuloide en 2002 por Nicole García y protagonizada por Daniel
Auteil. En el caso de Bravura se me
antoja mucho más compleja su eventual adaptación a la gran pantalla si no se
procede a ir a su esqueleto argumental, despojándolo así de las múltiples ramificaciones
que presenta el relato. Solo de esta forma se podría, según mi criterio, se
podría vislumbrar una suerte de adaptación en disposición de ensanchar el
espacio de producciones que toman como referencia un microcosmos formado por un
reducido grupo de personas cultivadas que, a modo de antídoto frente al tedio
que reinaba en Villa Diodati sometido a las leyes de una naturaleza caprichosa,
emergieron dos textos “fundacionales” dentro de la literatura del género de
terror del siglo XVIII. En este sentido, la lectura de Bravura se hace
especialmente recomendable para todos aquellos proclives a la heterodoxia
referidos a textos de naturaleza “inmortal”, elaborados en estado de gracia…
para desgracia de aquellos invadidos por una (in)sana envidia y/o por el
pálpito de sentirse traicionados al haber lanzado al vuelo una semilla en forma
de idea que no tardaría en germinar en la mente de Mary W. Shelley.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
sábado, 24 de diciembre de 2016
«BRAVURA» (1984) de Emmanuel Carrère: A VUELTAS CON EL MITO DE FRANKENSTEIN
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