Presumiblemente, para los anales de la historia audiovisual de
los Estados Unidos Joel y Ethan Coen tributen por su aportación al medio
cinematográfico, constituyendo uno de los tándems de cineastas más sólidos que
nos ha deparado en los últimos treinta años. No obstante, cuando la carrera de
ambos toque a su fin, seguirá quedando grabado en el recuerdo de muchos de los
que hemos seguido la trayectoria de Joel y Ethan desde sus inicios profesionales,
o de los que se hayan ido incorporando a lo largo de la misma una serie que
lleva el mismo título de una de sus más emblemáticas producciones
cinematográficas: Fargo (1996). En
cierto sentido, la serie Fargo (2014- ) pertenece
al espectro temático y/o estilístico que han ido abordando en el curso de los
años los hermanos Coen, aunque ofrece la posibilidad de ampliar una dramaturgia
barnizada con un peculiar sentido del humor negro a través de un nuevo formato
para ellos, dividido en diez episodios de algo menos de una hora de duración
para cada una de las dos temporadas emitidas hasta la fecha. Inequívocamente,
la huella de los Coen queda impresa sobre la superficie blanquecina de una
propuesta televisiva de la que ejercen de productores ejecutivos, esto es,
adoptando un rol de control del producto final pero desde una prudencial
distancia. El contacto más a pie de obra corresponde al showrunner Noah Hawley, a buen seguro un incondicional del cine de
los Coen, quien había realizado su particular aprendizaje en series como Bones, The Unusuals y My Generation
con desigual fortuna. Para Hawley, el reto de Fargo serviría para “interpelar” a sus admirados Brothers Coen pero buscando su propio
espacio creativo.
Transcurridos más de
dos años desde la emisión de la primera temporada de Fargo por el canal estadounidense FX, visito sus diez capítulos con
el propósito, acaso inconsciente, de recuperar las sensaciones que había
experimentado con el ya lejano estreno de la película homónima dirigida por los
Coen. Empero, más allá de compartir un gélido escenario similar y una tipología
de personajes que abrigan ciertas conexiones en relación a la obra seminal, Fargo-la serie funciona de una manera
autónoma en que no resulta difícil adivinar casi a las primeras de cambio del
magnetismo que despierta Lorne Malvo, en una caracterización superlativa por
parte de Billy Bob Thornton. Un personaje que va progresando a medida que
avanza la serie hasta su conclusión final en su primera temporada. Comparado en
su momento (de una forma un tanto precipitada) con Robert De Niro, el rastro de
Thornton parecía haberse perdido en la espesura de propuestas intrascendentes.
Un pobre bagaje artístico el suyo desde que se enfudó el traje de Ed Crain
hecho a medida precisamente por los hermanos Coen en El hombre que nunca estuvo allí (2001). Un relato cinematográfico
en blanco y negro —una osadía visual prince
du siécle— que situó a Billy Bob Thornton en un plano de excelencia del que
no tardaría en descabalgarse merced a elecciones poco satisfactorias, si bien
en el orden crematístico podrían tener otro signo. Por fortuna, Fargo ha propiciado la recuperación de
Billy Bob Thornton gracias a la recreación de un personaje amoral que no parece
de este mundo. Esa alma inhumana, “animalesca” a la que parece acomodado el
personaje de Lorne Malvo –en sintonía con el Anton Chigurh (Javier Bardem), el singular
psycokiller de la oscarizada No es país
para viejos (2007)— es explotada
por los guionistas de turno para dotar de una cierta carga alegórica a una
narración que, a mi juicio, extiende la mano hacia el universo Twin Peaks
(cortesía de Mark Frost y David Lynch) en la definición de otros personajes
como la dupla de matones formada por el mudo Mr. Wrench (Russell Harvard) y Mr.
Numbers (Adam Goldberg), protagonistas de una rocambolesca subtrama en que
acaban siendo “compañeros” de celda de Lester Nygaard (Martin Freeman). Lester salva
el pellejo in extremis cuando Wrench
y Numbers son llamados a abandonar la celda cuando se les notifica que la
fianza impuesta por el juez ha sido satisfecha. Pero el vivaz Lester, una vez “liberado”
de vida anodina, prosigue su huída hacia adelante, haciendo partícipe al
espectador de una mutación de comportamiento –desde la bondad domesticada
verbigracia del hábito a una maldad asimilada conforme a una nueva forma de
vida— pareja a la experimentada por Walter White (Bryan Cranston) en Breaking Bad (2008-2013). Muestra
inequívoca que las series se retroalimentan entre sí, aunque con la lección
aprendida de preservar unas señas de identidad que las hagan únicas,
diferentes. Sin duda, una de las señas de identidad de la primera temporada de Fargo responde al nombre de Lorne Malvo,
el diablo con guantes de seda que
visita Bemidji con la intención de grabar a fuego la historia criminal de una
hasta entonces apacible localidad de Minnesota, de cuyos valores humanitarios el jefe de la policía local Bill Oswalt (Bob Odenkirk, uno de los actores revelación en Breaking Bad y con espacio propio en el spin-off de ésta, Better Call Saul) es uno de sus más
firmes depositarios. Por ello, Oswalt trata de preservar un clima familiar en el seno del cuerpo policial de Bemidji que sufre una ola de crímenes "basados en hechos reales". Una nota de humor negro que se imprime en el encabezamiento de unos títulos de crédito iniciales puntuados por la composición musical de Jeff Russo definida en forma de Réquiem... por los que van a morir cuando la sombra alargada de Lorne Malvo se adivina en el horizonte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario