A mediados
los años setenta, impelido por cuestiones de orden fiscal, Ingmar Bergman
abandonaría temporalmente su país natal, Suecia —escenario de la treintena de largometrajes que
había filmado hasta entonces—, para rodar Das Schlangenener / The
Serpent’s Egg en la extinta Alemania del Este a partir de un guión propio.
Presumiblemente no sea uno de los títulos más conocidos de la vasta filmografía
de Bergman, pero a mi juicio sí uno de los más interesantes porque coloca el
foco sobre la realidad de los años veinte en la Alemania de la República del Weimar,
allí donde se fermentaría el caldo de cultivo del nazismo a través de una
propuesta que, como lleva implícito su propio título, adopta un componente alegórico-metafórico
de verdadero calado. Estrenada en nuestro país a las puertas de aprobarse la Constitución
Española vía referéndum —julio de 1978—, su repercusión fue puntual y nunca llegó a
adquirir el rango de clásico de la cinematografía europea por razones que se me
escapan. Lo que sí parece fuera de toda duda es que la expresión metafórica «el huevo de la
serpiente» hizo
fortuna, siendo acuñada por la clase periodística para titular artículos en
torno al auge de movimientos de sesgo totalitario preferentemente registrados
en el viejo continente. Incluso la literatura adoptaría la expresión El huevo de la serpiente como título,
por ejemplo, en la obra de Eugeni Xammar publicada por Editorial Acantilado en 2005, quien
conocería de primera mano la realidad de la Alemania de los años veinte, coincidiendo en
aquel periodo con Josep Pla en Berlín debido a su condición de corresponsal de La publicitat. Xammar y Pla
constatarían que ese discurso desbocado hacia el totalitarismo en la voz de
Adolf Hitler —a quien llegó a entrevistar el primero— tuvo en la
asfixia económica producto de una inflación creciente uno de los principales
argumentos para que infinidad de ciudadanos acabaran “comprándolo”.
Transcurridos casi cuarenta años desde el estreno de El huevo de la serpiente, este término
obtiene para un servidor una pertinente aplicación en la realidad de la Catalunya del siglo XXI,
en razón de esa vena totalitarista que recorre el cuerpo de un independentismo
que se sabe fuerte cuando identifica al enemigo. Pero ese enemigo ha dejado de
ser en exclusiva el gobierno del Partido Popular (PP) incapaz de dar su brazo a
torcer en relación a las demandas de carácter económico (léase recaudatorio)
provenientes del gobierno catalán liderado por Artur Mas. Ahora, el enemigo está
en todas partes y cabe combatirlo con
la artillería propia de los que se sienten fuertes porque el independentismo es
un valor en alza en esa bolsa imaginaria donde todo se mide en términos de
dinero, de balances fiscales, de dividendos económicos, etc. El 9 de enero de 2016
será la fecha que quede grabada para muchos de los catalanes conforme a ese
punto de inflexión que adopta la forma del huevo de la serpiente, aquel capaz
de incendiar las redes sociales con insultos y descalificaciones por parte de ese sector
independentista que se sabe victorioso porque en el Parlament tendrá una mayoría
de representantes (léase diputados) a favor del proceso de “desconexión” del
estado español. En esos escritos dictados con el corazón caliente sale el
verdadero fascista que llevan dentro, proyectando insultos como el de “viejo” a
aquel como Lluís Rabell —con una amplia trayectoria a sus espaldas en la
lucha en defensa de las clases más desfavorecidas, y que fue candidato por Catalunya Sí
que es pot en los pasados comicios autonómicos convertidos por la formación
Junts pel sí en un plebiscito cuyo resultado no arrojaría una mayoría de votos
a favor de la independencia— simplemente expresó una verdad como un puño: el
nuevo President de la
Generalitat de Catalunya, Carles Puigdemont, es un “testaferro”
de Artur Mas. Una decisión adoptada in
extremis por Artur Mas, sabedor que si se convocaban elecciones en marzo de
2016 el independentismo sufriría un considerable retroceso, entre otros
factores, merced a la irrupción de Podemos en el estado español —situada como tercera
fuerza en las elecciones generales celebradas el 20 de diciembre de 2015, a escasa distancia en número de votos del segundo, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)—, plasmando en su
programa un referéndum a celebrar al corto plazo que desbarata los planes marcados
en la hoja de ruta de Junts pel Sí, esto es, Convergència Democràtica (CD) y
Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), con el auxilio de las plataformas sociales
que los arropan. Así pues, se daba por cumplida la finalidad de imbestir un
Presidente que apueste por seguir la hoja de ruta del independentismo gracias a
dos votos a favor de miembros de la
CUP (un partido de sesgo asambleario, anticapitalista y que
plantea en su programa la salida de Catalunya del Euro) después de tres meses
de “negocaciones” más propias de un sainete o de un argumento de una película
de Luis G. Berlanga (buen conocedor del territorio). Una maniobra que para esos
totalitaristas con la piel de cordero de independentistas que se mueven como
pez en el agua en el éter de internet ha sido poco menos que dar cumplimiento a
una aspiración altamente deseada. Y en esa lectura, Mas ha sido el “sacrificado”,
el Presidente que pasará a la historia por su acto “heroico”. Pero difícilmente
Mas se resistirá a abandonar la política con apenas sesenta años cumplidos.
Como expresa Richard Hughes en el título de la primera obra de su trilogía
inconclusa, Mas es el zorro en el ático
que aguardará su momento para ser saludado por muchos el referente inexcusable
capaz de dar carta de naturaleza al independentismo en Catalunya. Será entonces
cuando la serpiente rompa su frágil cascarón. Vacua ilusión a mi entender
porque afortunadamente el seny se acabará
imponiendo al totalitarismo disfrazado de independentismo, solo representativo
de una parte de la sociedad catalana con sede en Girona, la ciudad donde ha
ocupado en los últimos años el puesto de alcalde Carles Puigdemont. En virtud
de su fugaz paso por la
Presidencia de la Generalitat , la existencia de Puigdemont bien
podría tildarse «De la vida de las marionetas»... precisamente el
título de la segunda y última producción dirigida por Bergman alejado de los
dominios de su Suecia natal.
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