martes, 2 de febrero de 2016

LOS AMANTES DEL CÍRCULO POLAR: UN RELATO EN PRIMERA PERSONA

2016 lleva camino de ser uno de los annus horribilis para los amantes de la música de (pop)rock en sus múltiples variantes por cuanto no cesan las noticias sobre defunciones (David Bowie, Don Henley de Eagles, Paul Kanter y Signe Toly Anderson de Jefferson Airplane, Lemmy Kilmister de Motörhead, Black, etc.) de artistas que se labraron un prestigio dentro de esta disciplina artística. Ante semejante perspectiva, la aparente buena salud de la que gozan músicos por los que profeso una pública y notoria admiración no es motivo suficiente para dejar pasar la oportunidad para verlos y escucharlos sobre un escenario. En el caso de Neil Young promedia esa edad setenta añosen que músicos entregados a la causa de una vida que cualquier facultativo desaconsejaría sus cuerpos empiezan a pasarles factura, situándolos en el pórtico de una eventual enfermedad que, a la postre, podría resultar letal. Por ello, no podía dejar pasar la oportunidad de ver nuevamente en concierto a Neil Young, en Madrid con motivo del recién creado Mad Cool Festival. La suerte no me dio la espalda el primer día del mes de febrero del año en curso cuando adquirí dos abonos del festival madrileño poco antes de que la promoción expirara con todas las entradas vendidas. Esa suerte que me sería esquiva en 1997 cuando Neil Young canceló una gira europea con parada en Barcelona. Por aquel entonces, corrió el bulo que Young se había rebanado un dedo mientras se aplicaba a la ebanistería. A efectos del relato personal, ese año se situaba entre el fin de la etapa consagrada a la edición y dirección de la revista Seqüències de cinema, y el inicio de un nuevo proyecto que embarrancó por motivos ajenos a mi voluntad. De aquel naufragio pude rescatar el material que luego serviría para construir los pilares de la base de datos de cine mundial www.cinearchivo.com (hoy reformulada en www.cinearchivo.net). Pero eso ocurrió con la llegada del nuevo milenio. En 1998 viví mi particular annus horribilis, tratando de recomponer la figura y alzar la vista para enfrentarme a nuevos proyectos. En realidad, aquella experiencia me fortaleció, pero al mismo tiempo explica el porqué de querer controlar a partir de entonces aquellos proyectos donde me haya tenido que implicar a fondo. En ese periodo de impasse, el cine seguía siendo un «valor-refugio», mostrando un singular interés por la novedad que representaba IMAX una tecnología muy costosa que acabaría claudicando frente al chip prodigioso, al punto que llegué a escribir un guión para este formato basado en el relato La doble hélice escrito por mi scientific hero James D. Watson. De las contadas personas que llegaron a leer el guión se encontraba una chica llamada Anna que conocí durante la organización de una muestra de documentales en la zona del Port Vell de Barcelona, muy cerca de donde sigue ubicada la sala IMAX, ahora convertida en un “fantasma del pasado” que vivió sus días de gloria en los estertores del siglo XX. Como reza una estrofa de “Wish You Were Here” (una de las canciones-himno de Pink Floyd), en aquel periodo Anna y yo We're just two lost souls swimming in a fish bowl  («tan solo éramos dos almas perdidas nadando una pecera»). En una ocasión fuimos al cine a ver Los amantes del Círculo Polar (1998). Para ella, el film dirigido por Julio Medem representó una revelación toda vez que se sintió identificada con el personaje de Ana que compone Najwa Nimri en la pantalla. Al cabo de poco tiempo ella conoció a una persona de nacionalidad argentina llamado Otto, al igual que el personaje que interpreta Fele Martínez. Los palíndromos en la vida real iniciaron un idilio. Nunca más supe de aquella chica rubia. Sencillamente, la perdí la pista. La sigo deseando lo mejor para alguien que compartió conmigo momentos difíciles.
    Transcurridos varios lustros, Los amantes del Círculo Polar asimismo han cobrado un significado particular para mí. Lo haría a raíz de que Neil Young dio un concierto en 2009 en el marco del Primavera Sound. En aquel periodo me encontraba enfrascado en la escritura de una monografía sobre el genio canadiense y la ocasión tras la tentativa frustrada una docena de años atrásresultaba propicia. Éramos miles de personas concentradas en torno al escenario donde Neil Young ofreció un recital que demostraría su extraordinaria calidad artística. En aquel recinto, entre el público asistente muy cerca de mí había una persona muy especial. Quizás nos llegáramos a cruzar o tomáramos contacto a nivel visual sin saber nada el uno del otro. Tres años más tarde, ella estuvo en Torredembarra, en el III Rust Festival, evento consagrado a mayor gloria de Neil Young. Ella se llama Esther Solías y ha pasado a ser mi mujer, mi compañera y mi amiga. El destino nos ha unido. Prácticamente cuatro años después de aquel primer encuentro, volveremos a gozar de un espectáculo presidido por Neil Young situado encima de los escenarios. Pero en esta ocasión lo haremos juntos, sin perder detalle de lo que ocurra sobre los escenarios. It’s a dream, only a dream. Un sueño del que no pienso despertar el resto de mi vida, sabedor que el amor llegó hace cuatro años para quedarse. Espero algún día que nos sigamos procesando ese amor contemplando auroras boreales mientras desvío un pensamiento hacia el film de Medem. Uno de esos films que, lejos de desvanecerse, ha quedado sedimentada en el fondo de mis recuerdos preferentemente por un doble motivo: al quedar asociado a la imagen de esa amistad surgida en tiempos de confusión y desconcierto, y al calor del relato de esas almas sabedoras que sus destinos están escritos para quedar conectadas para siempre.  

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